Dos vuelos retrasados los hicieron coincidir; una carcajada y una mochila, los detonantes de una historia de amor que todavía se escribe.
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Agotada, con una mochila que la sobrepasaba y los rulos enmarañados. Después de cuatro días de viaje, finalmente había llegado a su destino final. Su vuelo desde Buenos Aires, Argentina, hacia Bangkok, en Tailandia, había salido con retraso. Por eso había perdido el resto de los transbordos y su itinerario se había convertido en una vuelta al mundo con escalas en Buenos Aires, Río de Janeiro, Londres, Milán y Moscú.
Aún con resabios de una ruptura amorosa muy dolorosa y un año de intentos frustrados para el famoso “necesito vernos para entender qué nos pasó…”, en cuanto había puesto un pie en Bangkok, Araz Hadjianen recibió el mensaje por el que hubiese incluso cancelado aquel viaje. Pero en ese contexto, con 40°C de calor y considerando el mal timing de su ex para proponerle un encuentro cuando ella estaba a miles de kilómetros de distancia le produjo una carcajada fuerte y espontánea. Todavía con la sonrisa dibujada en el rostro y el celular en mano se acercó al puesto de taxis para averiguar el valor del viaje, seguir con sus planes y dirigirse al hostel de mochileros que había reservado.
— Yo voy para esa zona, te alcanzo con el taxi, dijo una voz detrás de ella.
“Me di vuelta y al ver un hombre de traje maletín aspecto serio, miré a mis costados porque no podía asumir que alguien con esa apariencia pudiera estar entablando una conversación conmigo, una mochilera de pelo largo y enmarañado. Pero era la única persona que estaba allí”
— Te estoy hablando a vos, insistió él
— Where are you from?, replicó ella
— l’m american, asintió él
— I’m american too, aclaró ella. (Aunque él se quedó con la mirada congelada: su acento claramente no era norteamericano). Yes, I’m American, from Argentina.
“Me descolocó su modo obsoleto de ser caballero”
Paradójicamente, a ella que no la atraen los rubios de ojos celestes, y mucho menos hombres de traje y corbata, cuando se había dado vuelta y lo había visto, ¡le había encantado! “Y creo que lo que me descolocó fue su modo tan formal y casi obsoleto de ser caballero, atento a los detalles. Además, cuando se acercó, parecía como si se estuviera dirigiendo a su alteza real. Yo me miraba a mí misma, lo miraba a él y no entendía el cuadro”.
No le llevó demasiado tiempo aceptar la oferta. El viaje iba a salir caro y le venía bien a su bolsillo compartir el gasto. Tampoco tenía miedo. Más de 30 años viajando sola alrededor del mundo le habían dado la experiencia suficiente para detectar cuando estaba en riesgo. Incluso había visitado países que muchos -por ignorancia- consideran peligrosos. De hecho, en el tipo de viajes a los que estaba acostumbrada, es muy común que dos o mas personas que apenas se acaban de conocer compartan taxis e incluso habitación porque es más barato. Hay una cultura de viajeros mochileros con códigos implícitos. “En particular, con Clark no hubo nada en él que me generara sospechas. Y creo que el costo del taxi, que era muy elevado, me hizo decirle que sí. Además me daba curiosidad saber el motivo de su propuesta, no lo sentí como un intento de conquista por su parte”.
El viaje en taxi fue lo suficientemente largo. Eso les permitió entablar un diálogo interesante. Así descubrieron que, a pesar de ser tan opuestos en las apariencias, tenían muchas similitudes. Ella, descendiente de armenios nacida en Siria, tiene un título en Diseño de Indumentaria por la Universidad de Buenos Aires y una carrera de fotógrafa que la llevó a diferentes escenarios. Clark, abogado constitucionalista especializado en Medio Oriente criado en Manhattan y con domicilio en Seattle, Estados Unidos, estaba atravesando un post divorcio que lo tenía muy angustiado y triste. Había viajado a Bangkok solamente por tres noches para dar una serie de conferencias académicas. Ella, por su parte, arrancaba un viaje que pretendía fuera largo y sin pasaje de regreso.
“Mi instinto me aseguró que nos veríamos de nuevo”
La charla había fluido de forma tan natural que decidieron volver a verse. El primer día fueron a un museo, al día siguiente a un monasterio budista y a la noche a un roof bar con una vista preciosa. Al tercer día ella lo ayudó a comprar regalos para sus hijas y pasearon por los mercados. La conexión surgió entre ellos tan mágicamente como había sido su primer encuentro. La noche que él se iba, los dos terminaron llorando.
“Solo habían sido unas pocas noches juntos pero, en la incertidumbre absoluta, mi instinto me aseguró que nos íbamos a volver a ver. Lo sentí como un hecho. Pero, siendo realistas, el panorama no brindaba ninguna posibilidad concreta de próximo encuentro. Las opciones eran muchas: Estados Unidos, Argentina, yo dando vueltas por Sudeste Asiático, sin miras de volver pronto y tan espíritu libre como el viento mismo, él con toda una vida estable y dos hijas y sin ningún tipo de redes sociales ni WhatsApp! Solo nos quedaba la opción de comunicarse por e-mail”.
Antes de despedirse ella quiso despejar una duda que le daba curiosidad. Quería saber el motivo por el que, en el aeropuerto, él se había acercado a hablarle. “Porque, claramente, en ese momento solo era una maraña de rulos por debajo de una mochila, algo que no le resulta llamativo a nadie”.
Y fue en la respuesta de aquel extraño con el que se había encariñado que encontró sentido a lo que había ocurrido. Dos vuelos habían salido con retraso (sí, a Clark le había ocurrido lo mismo que a Araz). En Buenos Aires alguien había decidido que era hora de dar la oportunidad de que charlaran sobre la ruptura amorosa que habían tenido meses atrás. Ella había recibido un mensaje inesperado que le produjo risa. “Clark había visto una mujer que se reía con ganas mientras cargaba una mochila pesadísima y que claramente llegaba desde lejos con muchas horas de vuelo y pensó: si alguien que carga semejante mochila está cansada pero aún así le quedan ganas de reírse así debe ser alguien que valga la pena conocer”. Por eso había decidido hablarle.
Unidos por el amor y cientos de mails
Después de varios meses de intercambios por mail, en marzo de 2019, Clark decidió volar desde los Estados Unidos hacia Vietnam para verla. Compartieron un par de semanas hermosas y acordaron reencontrarse en agosto en Singapur, donde estuvieron por un mes. Hasta que llegó el momento de conocer a sus hijas y amigos.
“Mi mayor ansiedad al momento de viajar era cómo iba a ser el momento de conocer a las hijas adolescentes y la barrera idiomática. Y la verdad es que se fue generando un vínculo muy parejo en cuanto a modos de ser. Yo soy una persona muy jovial y eso hace que cuando estoy yo se distienda el ambiente en la casa. Además de que me encargué de poner todo en orden, llenar los ambientes de colores y de flores el jardín. Tan linda es la relación que cuando me fui las dos lloraban porque no querían que me marchara y me dieron una tarjeta hermosa diciendo que había hecho de su casa un hogar y que había llenado sus vidas de amor, alegría y risas”.
Así pasaron los meses, con visitas frecuentes de un país a otro. Pero, cuando en marzo 2020 Clark iba a viajar a la Argentina todo se desmadró por la pandemia. Si bien siempre estuvieron conectados, la distancia les dejó algunas incertidumbres y dudas. “Por ahora nuestra dinámica funciona perfecto así, yendo viniendo. Aún estamos construyendo el vínculo, hay muchos desafíos, la distancia, la diferencia cultural, los temores e incertidumbres pero el amor y las ganas hacen que sigamos avanzando a veces a tientas. Aún no sabemos a dónde nos llevará esto pero acá estamos navegando juntos. Y a mi exnovio, que actualmente es un gran amigo mío, le debo haber conocido a Clark. Quien me hizo estar tan triste fue el causante también de una gran alegría. El yin y yang que a tanta tristeza compensa con igual dosis de alegría”
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