Educar en contra de los estereotipos
En Suecia, el Nicolaigården es el primer jardín de infantes neutral en términos de género
ESTOCOLMO
En el jardín de infantes Nicolaigården, a metros del mismísimo Palacio Real de Suecia, las niñas ya no sueñan con ser princesas. Tampoco todos los varones parecen querer conducir un auto de Fórmula Uno o convertir un gol en una final de fútbol. En este rincón de Gamla Stan (Ciudad Vieja), un barrio céntrico de esta ciudad en el que el dibujo caprichoso de las calles medievales se interrumpe a veces para dejar ver el mar, las cosas no suceden como podría esperarse. ¿Cómo es posible? ¿Cuándo empezó a pasar?¿Se trata del conjuro de una bruja? ¿O del toque de la varita mágica de un hada buena?
La verdad es que convendría dejar esas metáforas para otra ocasión: hablamos del primer jardín de infantes del mundo neutral en términos de género. Los que tengan dificultades en comprender lo que esto significa, quizá sólo deban evocar, para un primer acercamiento, una de las canciones más famosas de la inolvidable María Elena Walsh: El reino del revés. Y animarse a entender cómo es. Porque sólo así se sabrá cuál es el Reino del Derecho, si es que realmente existe alguno de los dos reinos.
El que sí existe hace mucho –de eso no hay dudas– es el Reino de Suecia. Pero a no engañarse. Aunque el tiempo parece correr lento en este vecindario, cuya historia se remonta al siglo XIII, en Nicolaigården no se leen cuentos clásicos como La Cenicienta o Blanca Nieves. Tampoco gozan de mucha estima las palabras que vinculan al género con las profesiones. Cameraman, por ejemplo. Y es muy natural (no tenga miedo) que los varones jueguen con muñecas y las nenas con ladrillos de construcción que, a simple vista, parecen reservados para los chicos.
¿Quiere decir que son ellas las que sueñan con hacer un gol en una final de fútbol y ellos, con ser princesas? Aunque esta posibilidad no esté técnicamente excluida, lo cierto es que no se asemeja en nada a lo que aquí realmente pasa.
Y quién mejor para explicarlo que Lotta Rajalin, la directora del establecimiento y responsable de cinco jardines de infantes (o escuelas primarias, según se las denomina en sueco) que cuentan con un personal de 90 docentes para unos 350 alumnos. Ella recibe a La Nación revista en su oficina pegada al patio del recreo, de modo que el ruido que hacen los chicos jugando será la música de fondo de la conversación.
Lo hace todavía un tanto agitada porque acaba de llegar en bicicleta al trabajo, tal como lo prueba el casco de ciclista que pone a un lado. La acompaña la coordinadora Frida Wikström, que participará en varios tramos de la entrevista y la ayudará a traducir al inglés algunos conceptos del sueco cuando sea necesario. "Cada quien tiene el derecho de acceder a todo aquello que la vida tiene para ofrecer. A todas las actividades, juegos y sentimientos –dice la directora de sonrisa permanente y que aun así no deja de irradiar autoridad–. Tiene que ser posible desempeñar roles diferentes en momentos diferentes. Porque las diferencias son fortaleza."
Esta confianza en lo diverso se puede apreciar ni bien se pone un pie en el Nicolaigården, en cuyo patio no sólo flamea la bandera sueca, sino también muchas otras que marcan el origen de los alumnos de la institución y le dan al jardín de infantes el aspecto de una Naciones Unidas de bolsillo. El efecto resulta reforzado por el dibujo de familias arco iris que se puede ver en una de las aulas. Hay núcleos familiares de padre y madre; monoparentales; de padres de raíz inmigrante; de dos padres; de dos madres; de dos padres y dos madres; multirraciales, etcétera.
También el plantel de educadores es orgullosamente heterogéneo: los hay musulmanes, los hay gays, los hay heterosexuales; los hay hombres, mujeres; altos y bajos. Todos con una sonrisa en los labios. Todos felices de usar el chaleco rosado que identifica a la institución... y que también es llevado con orgullo –faltaba más– por docentes hombres de aspecto recio y casi dos metros de altura.
Si bien el modo de trabajar de este establecimiento ha concitado interés global y el elogio unánime de quienes se especializan en los estudios de género, la directora no deja que esto –nunca mejor dicho– le quite el sueño. Para esta apasionada docente, la labor en contra de "los estereotipos que marinan (sic) nuestros cerebros (…) es un trabajo por la democracia. Nada más".
¿En qué consiste? Por un lado, en desmontar prejuicios arraigados en la cultura para permitirles a los niños ser lo que quieran ser. Por otro, según cuenta Rajalin, en habilitar un canal para que los nenes puedan expresar sus emociones sin violencia.
La meta es evitar lo que, según los educadores de este lugar, termina pasando con los enfoques tradicionales: que los niños sean derivados en dos direcciones opuestas, con solo un modo canónico y establecido de ser varón o mujer. Aquí eso se ve como robarles algo a los niños porque los termina asociando a ciertos juegos, colores y emociones, y los priva de otros. Por el contrario, si esto se evita, el niño podría elegir de una oferta lo más amplia posible los recursos y contenidos que necesita para su propia vida.
En la práctica, esta visión tiene profundas consecuencias en el lenguaje que usan los docentes con los chicos y en el modo que se organizan los juegos. Digamos, por ahora, que la falta de lugares de juegos exclusivos para nenas o para nenes se ve a simple vista en Nicolaigården, donde los juegos y los juguetes están mezclados. "Así nadie queda excluido y puede jugar, al que le gusta construir con aquel que prefiere los aeroplanos, los autos o las muñecas", acota Rajalin. Y por eso tampoco ocurre –como suele pasar– que los varones se adueñen del centro del patio, dejándole a las nenas los rincones y obligándolas a mantener una actitud más sumisa.
"Nosotros intervenimos inmediatamente ante cualquier problema –expresa la docente–. Y hablamos con los chicos si hay violencia o intentos de bullying. No podemos dejar jugar a los nenes solos."
Por si a alguien todavía le quedan dudas de lo obvio, la directora aclara desde el vamos: "Estamos trabajando con el género social, no con el biológico. Los chicos no son tontos; ellos ya saben lo que les conviene. Los varones, por ejemplo, tienen claro que pueden bailar, pero que el ballet no es lo ideal para ellos, que para ellos es mejor el fútbol".
De todos modos –admite ante la consulta de La Nación revista–, puede ocurrir que haya algún niño a su cargo que se identifique claramente con el sexo opuesto. "En una de las cinco escuelas hay una nena que quiere ser un varón. Es muy claro, pero los padres están en contra de que eso suceda. Ése es el problema para nosotros, no el niño. Nosotros tratamos de darle a cada chico fortaleza para que pueda creer en sí mismo y aumenten sus chances de tener éxito en la sociedad."
Al rescate de los varones
Llegado este punto, quizás haya algún lector que todavía esté pensando en que no está tan mal que los varones ocupen el centro del patio y las nenas, los rincones. Seguramente se sorprenderán al saber que uno de los objetivos de este programa educativo sueco es darles más herramientas a los varones para avanzar en la sociedad, habida cuenta de que su desempeño educativo iba claramente en zaga al de las chicas, que llegaban en mucho mayor número a la universidad.
Todo comenzó en 1998, cuando el gobierno de Suecia elaboró la política para los jardines de infantes actualmente en vigor, que establece que hay que trabajar en contra de los estereotipos y que obliga a darles las mismas oportunidades educativas a niños y niñas. Tal política –reforzada por una poderosa ley de 2009 que prohíbe la discriminación de cualquier tipo y factor en Suecia– no era tan novedosa de por sí: se basaba en los lineamientos establecidos por el tratado de la Convención de los Derechos del Niño de Naciones Unidas, diez años antes, que –atención– tiene rango constitucional en la Argentina.
La novedad reside, entonces, en que esto llevó a los docentes del Nicolaigården a observar con el mayor de los detalles cómo trataban a los nenes y a las nenas, y a descubrir que su manera de educarlos no era tan igualitaria como ellos creían. "Cuando hicimos ese relevamiento, también quedó claro que las nenas se comunicaban mucho más. Y el diálogo, el análisis y la comunicación es una parte fundamental del sistema educativo en Suecia", asegura Wikström.
Para revertir esta brecha que perjudica a los varones, en Nicolaigården los ayudan a expresar y comunicar sus emociones. "Tradicionalmente, el llanto con muchas lágrimas es algo ligado a las mujeres. Al hombre, en una situación de tristeza, se le dice que debe ser valiente, resistir, y no llorar –dice Rajalin–. Esto es una estupidez. Cualquier persona puede sentirse triste, independientemente de si es varón o mujer. Y tiene derecho a expresarlo."
La docente destaca que la violencia es la reacción "normalizada" en la sociedad de aquellos hombres a los que tradicionalmente se les ha impedido expresar sentimientos como tristeza o temor. Admite, además, que existe un componente histórico en este asunto: "En Suecia no hay guerra y no hemos tenido conflictos bélicos por largo tiempo. Pero me puedo imaginar que si necesitáramos de repente muchos soldados, se los entrenaría de modo de que pudieran ocultar el temor en un lugar muy profundo dentro de ellos y salir a combatir. Hace cien años también era muy importante que los hombres fueran fuertes físicamente para poder construir y cargar cosas. Ahora no es tan fundamental, porque hay máquinas y tecnología para todo."
Entonces, ¿para qué se están formando los chicos que asisten al Nicolaigården? Tal vez con sólo observar a los refugiados que arriban a esta ciudad con lo puesto desde Oriente Medio y se acumulan día a día en la estación central de Estocolmo se acceda a parte de la respuesta. Esta sociedad deberá ofrecerles alternativas de vida a los recién llegados y necesita cada vez más personas que vean con buenos ojos su integración y estén dispuestas a trabajar por conseguirla. Y éste no es un fenómeno de Suecia –un país que tradicionalmente ha recibido con los brazos abiertos a los que sufren persecución en sus países de origen–, sino que se vuelve cada vez más un asunto de índole europea.
Justo es decir que no todas las escuelas suecas están tan avanzadas en este aspecto como el Nicolaigården y las otras cuatro instituciones administradas por Rajalin. La directiva admite que muchos docentes de este país traban aún las reformas en este campo, pese a lo prescrito desde el gobierno y a que los alumnos mayores respaldan cada vez más el cambio.
Un nuevo hen
Lo cierto es que esta política educativa está dejando marcas profundas en la manera en que los educadores se dirigen a los nenes en Nicolaigården. Una palabra que utilizan en forma asidua es hen, que podría traducirse por lo y reemplaza a ella (hon) o él (han), en algunos casos. Wikström explicó que la Justicia o la prensa suecas utilizan asiduamente este pronombre para describir al responsable de un suceso del que se desconoce el sexo. "También es útil en el diálogo con los nenes cuando, por ejemplo, viene al jardín un enfermero y no sabemos si es un hombre o una mujer", enfatiza.
También se dice hen si se designa a personas que no se consideran ni hombres ni mujeres. Lo notable de este asunto es que este término –que los suecos tomaron prestado del finlandés– se empezó a usar de un día para el otro, sin ninguna intervención del gobierno. "Viene del underground", dice la directora, como si tratara de explicar el éxito de un grupo de rock que se hizo famoso de repente.
Como no podía ser de otra manera, este sistema también ha modificado los cuentos que se les leen a los chicos. "Tenemos libros que muestran la sociedad tal como es, de una forma más bien realista. Son buenos en términos literarios y ofrecen ilustraciones excelentes –destaca–. Cuentan historias de familias con madre, padre e hijos, de dos o tres padres, chicos adoptados, padres que han fallecido o que están en prisión, tal como sucede en la vida real."
Como se dijo antes, los cuentos clásicos no tienen muchos fans en este jardín de infantes. No obstante, eso no quiere decir que todas las historias tradicionales hayan sido dejadas de lado."Tenemos un museo de libros viejos. Y cuando se lo leemos a los chicos les decimos: «Este libro tiene cien años. ¿Te lo imaginás? Así eran las cosas en ese tiempo». Y entonces el chico entiende que así fue la historia, pero que no es así ahora", agrega la docente.
Por otra parte, los adultos hacen preguntas abiertas para estimular la creatividad de los chicos y no condicionar más de la cuenta el desarrollo de sus juegos. Según Rajalin, lo que no se debe hacer es esto: "Si un varón aparece jugando con un cochecito de bebe, puede ser que el adulto lo mire y le diga: «brmm brmm, ¿tenés un auto?» Y por ahí el nene pensaba: «¡Soy papá y éste es mi bebe!»Pero entonces aprende que tiene que tener un auto, porque se lo dijo un adulto. Y si lo mismo pasa con una nena, le dicen: «¿Tuviste un bebe?»."
Hay que aclarar que Suecia es considerado el país más igualitario del mundo en lo que respecta al género. Por eso, es más que común que los hombres tomen licencia por paternidad en sus trabajos al igual que las mujeres cuando son madres. Verlos paseando a sus bebes en cochecitos no es nada del otro mundo en barrios de moda de Estocolmo como SoFo, en la isla de Södermalm, que –dicho sea de paso– tiene las mejores vistas de la capital sueca.
Pero los signos de la igualdad están por doquier: por ejemplo, los baños de discotecas, cafés o restaurantes no están separados por sexo, lo que lleva muchas veces a que los hombres tengan que hacer la cola junto a las mujeres para poder usarlos.
Además, la semana del orgullo gay ha sido aprobada por ley y cuenta con el respaldo de todo el espectro político, luego de que muchos funcionarios y personalidades importantes salieran del clóset en los últimos tiempos. Durante esos días, hasta los colectivos de transporte urbano reemplazan los carteles con publicidad por la bandera del arco iris.
Pero en Nicolaigården no se duermen en los laureles y piden más. Destacan, sobre todo, que la diferencia en el mundo laboral es tal que hay menos mujeres en el directorio de las empresas suecas que hombres llamados Christer (sic). Y que esto no puede seguir así. De hecho, un país como Finlandia, que ha sido mucho más lento que Suecia a la hora de instrumentar reformas tendientes a la igualdad de género, tiene muchas más mujeres en puestos de liderazgo que este país escandinavo, considerado históricamente un paraíso del Estado de bienestar.
Entonces estaríamos presenciando apenas el principio de un profundo cambio global. Si todo va muy bien, quizá incluso esta nota termine en el museo de las publicaciones viejas en pocos años. ¿Se imaginarán los chicos del futuro cómo eran las cosas en este tiempo?
Fotos: The New York Times