Eduardo Oderigo: "Queremos que salga la mejor versión de ellos de la cárcel"
Abogado penalista y ex jugador del SIC, hace siete años decidió crear un equipo de rugby integrado por presos, con el propósito de reducir los índices de reincidencia. Elogiada por el papa Francisco, la idea se convirtió en un proyecto exitoso que se expande por el país
Eduardo Coco Oderigo pide tackles bajos. En el Coliseo, la cancha de la Unidad Penal 48 de San Martín, se juega fuerte. “¡Cuclillas. Tomarse. Ya!”, grita el entrenador. El sol de diciembre quema las cabezas y recorta los músculos marcados de los jugadores. Un hilo de sangre baja por el brazo de uno de ellos. Son Los Espartanos, el equipo de rugby conformado por los presos del pabellón 8 que Oderigo entrena desde marzo de 2009. La principal arma de Los Espartanos es la entrega y el sacrificio. En cada tackle se arrojan al suelo de tosca y piedra con la furia contenida tras rejas, muros, guardias y perros. Una nube de polvo los envuelve cuando lo hacen. En el centro de esta cancha ardiente enmarcada por el alambre perimetral, la mirada de Coco sigue la acción.
“Es clave cuando se animan a tacklear. Animate a un grandote que viene corriendo. El día que te animes a entregarlo todo, a lanzarte así, empiezan a generarse los cambios. Piensan: yo puedo. Y también puedo trabajar, estudiar y cambiar mi destino. Les cambia la personalidad”, dice Coco, que llegó a jugar en la primera división del San Isidro Club (SIC).
Remera y cortos blancos, medias caídas, botines con tierra. Siempre el mismo equipo para entrar en la cárcel de máxima seguridad donde cada martes lo esperan personas privadas de su libertad por delitos como robo con arma, toma de rehenes y homicidio. Adentro de la cancha son jugadores de rugby. Son libres.
Apenas el abogado penal de 46 años pone un pie en la cárcel, tiene cerca a algún Espartano. “¡Eh, Coco!”, se oye a cada paso que da. Ante el saludo que retumba en la entrada, en los pasillos o en la cancha, frena su andar atlético de medio scrum. Le piden que gestione algún medicamento o autorización. Eduardo ejerce con humildad un poder sagrado para los 40 presos del pabellón 8: es el que abre puertas. Las abre para que el día de mañana, cuando salgan, tengan un futuro.
¿Cómo nació la idea de enseñar a jugar rugby en la cárcel?
Un amigo me pidió ir y fuimos a la Unidad 47 de San Martín. Vimos gente totalmente abatida, con resentimiento. Sentí que los estaba invadiendo. Y también sentí que podía ser más útil de lo que ellos pensaban de mí: este garrrca que viene a mirarnos. Después volví y fui a la de máxima seguridad. Le dije al director del penal que quería enseñarles a jugar al rugby y que iba a volver el martes. Me quería sacar corriendo. Me dijo: “¿Personas violentas jugando a un deporte violento? No va”.
¿Cómo fue el primer entrenamiento?
Estaba el lunes a la noche en el estudio trabajando. Ahí me acordé: mañana tengo que ir a una cárcel de máxima seguridad a enseñarles a los presos más peligrosos a jugar rugby. Ahí fue que llamé a un amigo (risas). El primero me dijo que no. Lo llamé a Santiago Artese, que juega de segunda línea en el SIC, mide dos metros y pesa 100 kilos. Me llevé un guardaespaldas. El director del penal cuando me vio, me preguntó: “¿Qué hacen acá? ¿Sabés la cantidad de gente que me dice que viene y no viene nunca más?”
¿Quiénes se sumaron esa vez?
En la Unidad 48 hay doce pabellones. En el 1 estaban los evangelistas, que se portan bárbaro y así va bajando la conducta hasta llegar al 12, donde está todo quemado y hay un muerto por mes. “Tráeme evangelistas”, le pedí para empezar, y me trajo a un evangelista. De repente, se sumaron nueve más. Todos del pabellón de mala conducta. El director me decía que eran los peores de la cárcel, que no podía garantizar mi seguridad, pero ya no podía arrugar. Vamos a entrenar igual. Entren. Guardias afuera. El evangelista estaba temblando. Les dije: vamos a enseñarles a jugar al rugby. Primero, vamos a empezar con una entrada en calor. No se movió nadie. Empecé a los gritos: muchachos corriendo para allá. Se dieron media vuelta y empezaron a correr. Les enseñamos a tacklear. Arrodillados, parados, pase para atrás, partido. Estaban fascinados con el tackle. Cuando terminamos, me preguntaron: ¿Van a volver una vez más? Yo ni lo había pensado. Les contesté: “Todos los martes, 9.30”.
¿Cómo surgió el nombre Los Espartanos?
Uno de los que estaba en el primer entrenamiento me dijo que veía la película 300 (donde se relata la batalla de las Termópilas) todas las noches y que el equipo se tenía que llamar así. Para el segundo entrenamiento ya eran Los Espartanos. 300 (soldados espartanos) contra 30.000 (persas) ¿vamos? Vamos. Vamos a perder. Vamos.
Dos horas después, en la Unidad penal 48 ubicada en José León Suárez, la práctica termina como siempre. Los Espartanos forman una ronda y escuchan las palabras de Coco que, como entrenador y padre de ocho hijos, sabe hablarle a un equipo: “Buen trabajo, muchachos. Mañana se va Richard. En el grupo siempre hay alguien que se hace notar y alguien que va más despacito. Richard es de perfil bajo, pero siempre acompañó y ahora le consiguieron un laburo”.
Richard es bajito; en el juego, escurridizo y con actitud para tacklear. Es su último día en la cárcel. Luego de nueve años, sale en libertad y dice que esta noche no va a poder dormir. “Coco se mete mucho con nosotros. Me enseñó a llevar los valores del rugby a la vida. Nos damos cuenta de que podemos. Si vuelvo a la cárcel, es para jugar”, dice con sonrisa tímida, pero permanente.
El capitán de Los Espartanos es Gabriel Márquez Ramírez. Toda la rudeza que desplegó en la cancha hace unos instantes se desmorona cuando dice: “Si hoy tuviera a la persona que le hice daño, le pediría perdón de rodillas”. Gabriel fue detenido por robo calificado con lesiones graves. “Coco no piensa sólo en nosotros, también piensa en los de afuera. Esto es para que no dañemos a otras familias cuando salgamos. Está pensando en todo. Imaginate ese corazón”, dice el capitán.
A un costado de la cancha, con la frente transpirada y la gorra para atrás, resopla un joven alto de espalda imponente, preso hace seis años y dos meses. “Si no fuese por Coco, estaría en un pabellón lastimado. Pensando, como todos acá, en salir a robar. Ahora pienso en cómo hacer un pase, un scrum, cómo practicar un line”, dice Matías, el Colo, que saldrá en libertad en mayo. Tiene varias cicatrices, pero la que muestra orgulloso se la hizo jugando al rugby. “No como esta otra, que me la hice por defender mis cosas acá adentro.” Esa está en la panza, recuerdo de una puñalada con una faca. “Una vuelta estaba re enojado. Fui con bronca a tacklear y, después, terminó el partido y me olvidé de todo. Es como un relax. Después de todo esto, quedás re tranquilo. Coco es como un papá. Nos salvó la vida.”
En la espalda, el Colo lleva tatuadas las palabras que les dedicó el papa Francisco a Los Espartanos en un mensaje grabado. Francisco los felicitó y les dijo que lo que hacían, al jugar al rugby, era como aquel canto de los que suben montañas: “En el arte de ascender lo importante no es no caer, sino no permanecer caído”. Lleva esa frase para siempre y debajo un: “Gracias, Coco”.
En estos casi ocho años “nunca nadie del equipo se peleó con otro”, resalta Oderigo cuando se le pregunta si descargan violencia a través del juego. “¿Cómo no se matan?, me preguntan. Van, se tiran a toda velocidad, se chocan y todo termina en ese tackle. ¿Qué pasa adentro de esa cancha que genera todo lo contrario? Si parecen señores. Canalizan y descargan la violencia en un ámbito de competencia. El rugby les da sentido de pertenencia. Ellos no pertenecían a nada. Ahora pertenecen a Los Espartanos. Se tatúan el escudo. Están orgullosos. Con este espíritu de equipo se rompió toda la dinámica carcelaria. Vuelven a la cárcel para entrenar. Hoy volvieron a jugar dos que ya están en libertad.”
Es notable también cómo cuidan el pabellón 8 (exclusivo de Los Espartanos), donde conviven….
Es sagrado. Ponen fotos, lo pintan: están en los detalles. Hacelos valiosos a ellos y ellos van a valorar a quien tienen al lado y todo lo que los rodea. En este pabellón les dan botines a los nuevos que llegan. Cuando la regla general es que te roben todo cuando entrás. Tampoco hay pastillas. Es un lugar totalmente distinto dentro del contexto carcelario. Empiezan a pensar en el otro, antes que en ellos. Sorprende la generosidad que tienen.
¿Cuál es la principal diferencia entre el preso que juega y el que no?
Me agarró una psicóloga que trabaja en la cárcel y me dijo: “Yo me doy cuenta de quién juega en Los Espartanos y quién no”. El que juega al rugby te mira a los ojos. El preso normal mira para abajo. El que juega al rugby escucha. El otro habla sin parar, te utiliza, no puede escucharte. El que juega al rugby te toca, te abraza. El otro es más para adentro. Esto lo conté hace unas semanas en una charla donde estaba Gustavo Zerbino, uno de los sobrevivientes del accidente en los Andes en 1972. Me dijo que el rugby y rezar el rosario (actividad que también realizan todos los viernes en el penal) les salvó la vida. Zerbino contó que los primeros días, cuando se congelaban adentro del avión, se juntaban y se ponían los pies de otro jugador en el pecho para hacerles masajes con las manos y darse calor. Mientras, rezaban un Ave María cada uno y se iban turnando. Si uno de pronto se quedaba dormido a las tres de la mañana, después le tocaba el turno del rezo y se despertaba. El rosario los mantenía despiertos y el contacto físico, propio del rugby, hacía que conservaran el calor.
¿Qué es lo primero que cambia en ellos?
Se olvidan de que están presos. Muchos toman pastillas para olvidarse de que están ahí, con las consecuencias que eso trae. Los que juegan al rugby lo logran de otra forma.
¿Cuál es la transformación que más te sorprendió entre los casi 600 espartanos?
Al que le decían el rey de la faca está jugando hoy con nosotros. Estuvo en distintos penales; lo echaban de todos por lo malo que era. Era el dueño; hacía lo que se le cantaba y conseguía la mejor ropa. Contado por muchos presos que le tenían terror, no lo podían tocar a la hora de pelear. Se para como un mono y es todo músculo. Nunca perdió una pelea. Cuando llegó a la Unidad 48 lo llevaron a los buzones, el peor lugar de castigo. Empezó a gritarme desde ahí para entrar a jugar. Justo estaba el director jugando con nosotros así que lo autorizó, aunque no estaba muy convencido. Tenía que empezar cuanto antes, porque para los que se portan bien ya está. Estamos acá para los que se portan mal, los que van a hacer daño. A ese traémelo a la cancha. Sí, mandámelo. El flaco salió de los buzones a la cancha como un león enjaulado. Estaba como loco. No se la pasaba a nadie. Estuvo dos horas desahogándose después de haber estado encerrado tanto tiempo.
¿Y cómo lo controlás ahí?
Era difícil. Al silbato ni bola. Y ahí tuve que hablar. Le expliqué que el deporte se juega de a quince. No es solamente agarrar la pelota e ir para adelante como si fueses el único. Acá es un equipo. Y empezó a ver que había otros que jugaban muy bien; empezó a confiar en el resto. Hasta que se pasó al pabellón de Los Espartanos. Ya no había faca, no robaba ropa sino que la regalaba. Empezó a contar su realidad. Son trece hermanos; su madre lo tuvo a los trece años. Sus otros hermanos todos trabajan y él siempre se creyó la oveja negra. Entró por robo a la cárcel y ahí mató a un preso, entonces le pusieron nueve años más. La primera vez que salió a jugar afuera no lo podía creer. Fue un partido en el SIC y empezó marcando dos tries espectaculares. Y ahí nomás lo saqué de la cancha para que trabaje la humildad. Claro que me estaba jugando la vida; él tenía una bronca y lo tenía atrás (risas). Hoy lo ves y es uno más.
¿Cómo es hoy la relación de Los Espartanos con los agentes del servicio penitenciario?
No se pueden ver; es una cosa de piel. Pero eso empieza a aflojarse. Uno de los directores empezó a jugar porque le gusta el rugby. Se empezó a sumar. Empezó a interactuar. Todo cambió.
¿Por qué?
Al principio era todo derribar muros. Primero, salir a jugar a la calle, a una cancha de verdad. Me respondían que era imposible. Luego, empezaron a darse cuenta de que la violencia desaparecía en los que jugaban al rugby, que eran los peores. Esto, ¿qué es? ¿Magia? Empezaron a darnos la derecha. Entonces, en vez de sacarlos a hospitales porque están todos agujererados por facas, se están llevando bien, se respetan. Empezaron a ver eso. Con sólo dos horas semanales mejoraban. Fabián Venzi (antiguo director del penal) fue el primero en decirme: “Coco, lo que vos quieras, porque esto nos hace bien a todos”.
Por año, 600 presos salen en libertad de las cárceles bonaerenses. Casi el 50% reingresa al sistema penal. Según destaca el ministro de Justicia de la Provincia de Buenos Aires, Gustavo Ferrari: “Coco está abriendo cabezas y posibilidades de futuro a montones de chicos. Tiene cero afán de protagonismo. Alienta a que se haga en todos lados sin importarle el copyright. Hay que rendirse ante la evidencia: el deporte, el trabajo y la educación bajan la reincidencia”.
En estos ocho años, casi 600 personas privadas de su libertad pasaron por Los Espartanos. “Habrán salido en libertad 450 de los que vinieron con nosotros, pero volvieron sólo 6 –detalla Coco–. En Los Espartanos la cifra de reincidencia no llega al 5%. ¿Qué significa? Hay casi 300 delitos menos: homicidios, robos con armas. Por lo general, cuando salen en libertad, vuelven por un delito igual o peor. Lo importante son las 300 familias que no fueron agredidas.”
A pocos metros de la cancha, un hombre pega su cara a la reja verde desteñida. Por una ventana estrecha de forma rectangular, saca la nariz para afuera. Está en los buzones, el pabellón de castigo. Mira concentrado el juego de Los Espartanos. Muchos internos ven por primera vez jugar al rugby desde ese lugar.
Pensarse afuera
Eduardo Oderigo nació el 2 de noviembre de 1970 en Capital Federal. Se crió en Belgrano hasta los 8 años y fue al Colegio Esquiú. Luego, la familia –tiene dos hermanos varones y dos mujeres– se mudó a Martínez y él terminó sus estudios en el Colegio Marín. De padre y abuelo abogados, Eduardo siguió sus pasos y trabajó durante quince años en distintos juzgados.
Sus ganas de trabajar al lado de su padre, figura clave en su vida, lo llevaron a abandonar el sueño de convertirse en juez y a mudarse al estudio jurídico de la familia. “A él le había quedado como un agujero cuando dejó el juzgado –dice su mujer, Magdalena Moreno Vivot, madre de sus ocho hijos–. Él buscó rellenarlo y juntarlo con el deporte, que siempre le encantó.” Sobre su vida antes de armar Espartanos Rugby Club, Coco dice que económicamente estaba mejor, que tenía más tiempo para su familia, pero le faltaba algo. “Sentía un vacío.”
“Hay hombres que nacieron para ser locomotora y otros para ser vagones. Vos sos locomotora”, le dijo un maestro cuando tenía 12 años. Eduardo era muy inquieto. La pelota que primero dominó fue la de fútbol; tenía cuatro años cuando su papá lo llevó a jugar al SIC. A los 8, conoció la ovalada, pero el juego no le resultaba tan fácil. Quedaba entre los últimos cuando armaban los equipos antes de jugar. “El rugby me enseñó a ser humilde y a tener paciencia. Llegué a jugar en Primera recién a los 24, cuando muchos lo hicieron a los 19, 20”, dice mientras camina por el club. Cae la tarde en la sede arbolada del SIC. Eduardo posa para las fotos y cruza los brazos; un gesto inusual en este hombre de acción. Un chico de unos 8 años que pasa por ahí lo reconoce y codea a su amigo: “Es el de Los Espartanos; el que juega en la cárcel”.
Mientras maneja su auto, Coco critica a la gente que va por la vida bajando línea. Prefiere no embanderarse con ningún partido político ni caer en extremos religiosos. Es fundamentalista en contra de los fundamentalistas. “Salgo disparado. Sacan lo peor de mí.” En el asiento trasero de su auto modesto viaja la camiseta amarilla y naranja de Los Espartanos; en la guantera, un desodorante, una botella de aceite lubricante y el cargador de celular. Lo indispensable. “No me meto en el discurso de que los presos son víctimas de la sociedad, que no tuvieron oportunidades y sólo les quedó salir a robar. No estoy de un lado ni del otro. No queremos que salgan ni un día antes, pero hay que hacer algo por ellos. Nosotros generamos un vínculo, unimos puntas. También intentamos conseguirles trabajo.”
¿Cuál fue el mejor cumplido y la peor crítica por tu trabajo con Los Espartanos?
El más lindo me lo dio Tomás Beccar Varela hace un mes cuando me llamó. Había sido su entrenador en el SIC y el año pasado lo llevé a ver a Los Espartanos a la cárcel. Cuando su padre fue agredido, Tomás me llamó y me dijo que quería ayudar al chico que había entrado en su casa a robar. Quería llevarlo al pabellón de Los Espartanos para que cuando salga no robe nunca más. ¿Lo viste jugando hoy? Me dijo que, como él no sabe escribir, va a pedir ayuda para enviarle una carta a la familia y pedirle perdón. Todo empezó con el llamado de Tomás. A los 18 años, nos viene a enseñar a dar segundas oportunidades. A él le pareció lo más natural del mundo.
¿Y el peor comentario?
Me dicen que hago esto porque a mí no me pasó. “El día que te pase, no vas más. No pierdas el tiempo. Que se pudran. Se merecen lo peor y vos vas a enseñarles a jugar al rugby.” Pero ellos están todo el día, mientras nosotros estamos hablando acá, cargándose de bronca y maltratados. Salen aproximadamente 60 personas por día en libertad de las cárceles bonaerenses. Salen y no les dan trabajo. ¿Qué saben hacer? ¿Qué vas a hacer con la cantidad de gente que está llena de resentimiento en la cárcel esperando el momento de caerte a vos y a mí?
¿Algún partido para recordar?
Cuando jugamos contra los jueces y fiscales en el Estadio Único de La Plata. Lo habíamos hecho antes en Virreyes y salió muy bien. Se enteró Agustín Pichot, vino a la cárcel a entrenar y propuso hacer el mismo partido en la preliminar de Los Pumas-All Blacks. Cuando terminó el partido, se acercó al medio scrum de nuestro equipo y le ofreció trabajo para cuando saliera en libertad. Un tiempo después, le mandé un mensaje a Pichot para avisarle que ya estaba afuera. Estuvo todo este año trabajando con él y tiene contrato para el año que viene [en www.fundacionespartanos.org/dona hay opciones para colaborar].
¿Cuál es el mayor desafío para una persona privada de su libertad?
El primer partido que tienen que ganar es contra ellos mismos. Tienen que convencerse de que si ellos no cambian, no pueden cambiar nada. Cuando se tiran para abajo, el equipo los levanta. Generalmente, sale la peor versión de los presos de la cárcel. Queremos que salga la mejor versión de ellos mental, física y espiritualmente.
1970
Eduardo Oderigo nace el 2 de noviembre en Capital Federal
1988
A los 18 años comienza a trabajar como meritorio en un juzgado de menores. Años después se recibirá de abogado penal en la Universidad de Belgrano
2009
Comienza a entrenar todos los martes al equipo de rugby Los Espartanos en la Unidad Penal 48 de San Martín
2015
Invitados a una audiencia con el papa Francisco, viajan 30 personas: entrenadores, voluntarios y diez espartanos que ya se encontraban en libertad. “Pensamos que era como la frutilla del postre, pero el Papa nos mandó a seguir trabajando”.
2016
En 18 cárceles argentinas ya se juega al rugby. Alrededor de 15 empresas colaboran con donaciones o dan oportunidades de trabajo a los jugadores de rugby que salen en libertad
El futuro
“Vamos por más. Mi sueño sería llegar al mundo. Todos ganan con esto: el Estado, los presos y la sociedad en general. Hace dos meses armamos la Fundación Espartanos. Queremos mejorar las canchas en todas las cárceles”