Eduardo Chillida y una obra para millones de dueños
"Pili, esto parece una zapatería", le dijo a su mujer. Eduardo Chillida comprobó que aquello no era lo suyo apenas entró al taller parisino. Su galerista, Aimé Maeght, le había insistido en que trabajara con obras seriadas porque el proceso creativo le demandaba mucho tiempo. Pero cuando vio los moldes y las réplicas, el artista vasco supo que nunca serían más que copias.
"Me decís que tengo que multiplicar mis esculturas para que la gente pueda conocer mi trabajo. ¿Por qué no hacemos lo contrario y multiplicamos los propietarios?", propuso entonces el hombre que se convertiría en uno de los escultores más relevantes del siglo XX.
Fue el comienzo de su gran legado de obras públicas, entre las cuales se destaca El peine del viento, en San Sebastián. Chillida visitaba desde chico aquel rincón inhóspito, junto al mar Cantábrico, transformado gracias a él en el más turístico de su ciudad natal.
Así lo recordó Luis, uno de sus ocho hijos y actual director de la fundación Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, que visitó Buenos Aires invitado por la Sociedad Central de Arquitectos. "En los años 50 el concepto de obra pública en España era el de la escultura conmemorativa", explicó durante una conferencia en la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes.
A comienzos de esa década, Chillida se radicó en la ciudad de Hernani y comenzó a trabajar en una fragua. "Oye Eduardo, ya te manejas muy bien con el hierro y me estás volviendo locos a los aprendices, porque haces cosas muy raras. No podemos estar juntos", le dijo entonces Manuel Illarramendi antes de darle las llaves del lugar para que creara por las noches sus piezas de grandes proporciones, minimalistas y abstractas, que incorporan el espacio.
El esfuerzo no fue en vano. En 1958 ganó el Gran Premio Internacional de Escultura de la Bienal de Venecia, que le rendiría un homenaje en 1990. Hacia el fin del milenio estaba abocado a su proyecto más ambicioso: cavar un hueco de 50 metros de alto y de profundidad en la montaña sagrada de Tindaya, en la isla de Fuerteventura. Pero las protestas por el impacto ambiental y por la inversión que implicaba impidieron que se concretara antes de su muerte, en 2002.
"El proyecto sigue en pie pero no avanza", dice ahora Luis mientras celebra la reapertura de Chillida Leku, el taller/museo de su padre en San Sebastián. Cerrado al público durante años, será administrado por la galería suiza Hauser & Wirth, que comenzó a representar la obra de Chillida y la exhibirá este año en Art Basel Miami.
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