
Eddie Fitte
27 años
Él es auténtico. A los 18 se tatuó en un brazo a la Coca Sarli; en el otro brazo asoma su personaje de ficción favorito: Ignatius J. Reilly, el desagradable protagonista de La conjura de los necios, la célebre novela de John Kennedy Toole, y un as de espadas cubre su espalda. De onda punk, el pelo peinado hacia arriba, barba, lleva pantalones achupinados, bajos, y un cinto de tachas que parece pesar una tonelada. Ese es su aspecto, día y noche, en la casa y frente a cámara en Síntesis, en la medianoche de El Trece.
Eddie Fitte, el especialista en redes sociales del noticiero, siempre quiso ser escritor, pero se inclinó hacia el periodismo para canalizar su vocación para que fuera más respetable a nivel familiar. "Mi viejo tenía tres carreras universitarias en la Universidad de Buenos Aires, médico, veterinario y sexólogo, unos 25 años de estudio, tres posgrados; mi vieja, psicóloga, universitaria también. Cuando pensé que quería ser escritor no me veía estudiando en Letras, no quería terminar siendo un profesor de Letras. La manera económicamente más sustentable que había de ser escritor era ser periodista, y me empecé a encaminar por ese lado", dice con total sinceridad. Después de estudiar cuatro años en la UBA, terminó formándose en TEA, sin tanta culpa porque se reconoce como un lector ávido. Su primera experiencia periodística fue una pasantía en Clarín. "Estuvo bueno porque arranqué en los zonales de zona sur, yo un pibe de zona norte que no conocía nada, me metieron a hacer policiales. Cumplía mis tareas diarias, pero escribía en los suplementos Ñ, en Sí, medios de afuera y trataba de comunicar lo que yo quería y no quedarme estrictamente con la información diaria." En paralelo escribía un blog que ya no existe más: Internet me cagó el laburo, una postura fatalista sobre el periodismo, que decía que con Internet y las redes sociales la función del periodista ya se había muerto. Gracias a ese blog anónimo, con nombres cambiados, de su vida cotidiana, la difícil relaciónz con sac editor, con un tono personal, típico de bloguero, fue convocado por TN para escribir el blog El desagradable, ya que les había gustado su mirada ácida y corrosiva de la realidad.
"Y ahí empecé a perfilarme como 2.0. Hace cuatro años Rubén García, productor de Notitrece, me dio una cámara y $ 500 para hacer lo que se me ocurriera; en ese momento era un montón de plata. Nunca había hecho TV. Salí a la vereda de Lima y Cochabamba. Qué carajo hago. Me metí en un hostel, había un inglés, un alemán y un australiano. Dije: Chicos, tengo $ 500 y un remise, vamos a recorrer la ciudad. Nos patinamos la plata, se pusieron a chupar, estaban relocos, y decidí terminar la nota en la villa 31, y a los pibes les bajó el viaje de repente, ahí tuvieron un breve lapso de reflexión, y cerré con una linda historia del día. Nada especial, pero a los productores les gustó. Y así empecé a laburar." En Telenoche investiga empezó a contar las historias de otra manera. Estuvo viviendo con los artistas de Fuerza Bruta en Tokio y Seúl, cubrió la revolución estudiantil de 2011 en Chile, ahí, con Camila Vallejos; con los indignados en la Plaza del Sol, Madrid, y en Roma, cuando ocuparon el Coliseo.
En Twitter, su red preferida, se definió como un camaleón periodístico que se camufla con una campera de cuero. "Siempre se asoció el profesionalismo a la formalidad y a la seriedad. A la corbata, que siempre me pareció un disfraz, nadie está con corbata en la casa. Es un disfraz que uno se pone para aparentar ser serio. La gente terminó pensando que una persona porque lleva corbata es más creíble. O porque respeta cierta formalidad del habla se supone que su información es más válida. Por qué un pibe que habla sin formalidad linguística, tecnicismo, no se pone corbata, y con campera de cuero no tiene la misma capacidad de ser profesional y transmitir una verdad igual de válida."
Admira profundamente a Tato Bores y Jorge Guinzburg, porque manejaban la noticia de otra manera. Cuando escribe o cuando habla le gusta pellizcar para que lo entiendan, y se propone caminar por el límite de la provocación, sin faltar el respeto, aunque reconoce que es una tarea difícil.