El periodismo es una disciplina relacionada con "saber un poco de todo" y esa variedad temática tal vez tenga un correlato con la diversidad en los diseños que luce este joven profesional de la comunicación. Los variopintos personajes que lleva entintados Eddie Fitte oscilan entre la Coca Sarli e Ignatius Reilly y su último tatuaje es una botella de plástico cortada con fernet adentro. El periodista de Telenoche reconoce haberse tatuado toda la espalda para mitigar el dolor por la muerte de su padre y acaba de exorcizar sus demonios a través de la escritura, por segunda vez, con la publicación de Pungueate este libro: cuentos psiquiátricos.
¿Cuántos tatuajes tenés?
Tengo todos los brazos, toda la espalda y gran parte del torso. Las piernas es la zona menos tatuada que tengo. Tengo más de veinte seguro. El primero me lo hice a los 12, en el brazo derecho. Era una especie de águila con un tótem atrás, una pelotudez absoluta, que ya la tapé. Me quería hacer al Che Guevara y mi viejo me explicó que me convenía esperar un poco más, más allá de toda ideología, para ver si realmente lo quería tener o no. Me explicó que podía empezar con algo con una carga ideológica menor y en todo caso después ya iba a poder llegar hasta el Che.
¿Necesitás que tengan todos un significado?
No pienso mucho los tatuajes. La mayoría se dan de un día para el otro o incluso los decido en el lugar donde me tatúo. Tuve una infancia relacionada con el rock y todas las personas que idolatraba estaban tatuadas, así que siempre me sentí cercano a esa contracultura. Siempre me fascinaron los tatuajes de escuelas tradicionales como los de la mafia rusa o los marineros norteamericanos. Ninguno de mis tatuajes está cargado plenamente de ideas o explicaciones, sino que son un gusto por el diseño.
¿Cómo afectaron tu trabajo?
Para mí fueron más una solución que un problema. Trabajaba en Clarín y Telenoche estaba buscando un notero millennial, así que fue algo que me jugó a favor en los primeros castings. En Telefe estaba Jowi Campobassi que fue la primera mujer tatuada que aparecía en noticieros y produjo una ruptura. Para mí fueron un plus, aunque al principio tuve que taparme con camisas de manga larga para ir entrando de a poco e irme soltando y que no fuera un shock tan grande caer de la nada tatuado.
¿Cuál es tu tatuaje favorito?
El más especial lo tengo en la espalda. Siempre me hice tatuajes de manera muy catártica, en los mejores y en los peores momentos de mi vida. Cuando murió mi viejo, hace cinco años, sentí que necesitaba hacerme uno, tenía una ganas que no podía explicar. Y creo que el lugar y el tamaño del tatuaje también tenían que ver con ese dolor que quería sentir sin ser masoquista. Es una pieza enorme, de espalda completa, y tuvo mucho que ver con el dolor de ese proceso.
¿Cuál fue el último que te hiciste?
El Iván de Quilmes me hizo uno en la muñeca. Me empecé a relacionar mucho con la movida del trap porque me gusta entender los nuevos lenguajes y me terminé enganchando. Me encanta su forma de retratar el conurbano de manera artística y encontró algunos símbolos como la esquina o la botella de plástico recortada con fernet. Me hice una botella cortada con un paisaje urbano.
¿Te sorprendió algo que te hayan dicho por estar tan tatuado?
La primera vez que me invitaron a Almorzando con Mirtha Legrand comenté que tenía tatuada a la Coca Sarli y me terminaron desnudando en la mesa de Mirtha. Recuerdo que la señora estaba fascinada con el retrato de la Coca que tengo en el brazo y tal vez ese haya sido el momento televisivo más espectacular de mis tatuajes.
¿Por qué te hiciste a la Coca Sarli?
Es un personaje asociado a la marginalidad, lamentablemente, que me genera mucha simpatía y cariño. Es una especie de reivindicación a alguien que se menosprecia. Fue un personaje muy valioso para nuestra cultura, que consumieron todos nuestros padres, y es universal, eso me encanta. Mis tatuajes son como parches sin ninguna conexión entre sí. La Coca Sarli está al lado de un ancla, tengo a Ignatius Reilly, el personaje principal de La conjura de los necios, y abajo me hice un barco.
¿Alguna vez tuviste problemas?
Siempre me gustaron los tatuajes viejos de la mafia rusa. Una vez estaba haciendo una nota en Tailandia y cuando me iba del hotel me crucé con un ruso que me agarró de la muñeca, me dio vuelta y me preguntó en ese inglés que suena brusco si alguna vez había estado en Siberia. Me dijo: "En mi país te podrían cortar el brazo". Me pegué un cagazo tremendo, aunque el tipo enseguida me sonrió y me dijo que igual le gustaba el tatuaje.
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