:: Uno de los personajes de 2019 fue Greta Thunberg. La joven activista ambiental sueca acaparó la atención de los medios y dividió las aguas de las redes sociales entre quienes la amaban y quienes la odiaban. A sus 15 años, decidió no asistir a la escuela hasta las elecciones de Suecia de 2018, que se celebrarían semanas después, tras una ola de calor y de incendios forestales en ese país. Pedía que el gobierno sueco redujera las emisiones de carbono con base en lo establecido en el Acuerdo de París, por lo que decidió protestar sentándose en las afueras del Parlamento todos los días durante la jornada escolar, junto con un cartel que decía: "Huelga escolar por el clima". El objetivo era llamar la atención sobre el tema y vaya si lo logró. Se transformó en una figura global, puso la agenda ambiental en la discusión pública e inspiró a millones de jóvenes a militar por un tema que pareciera que solo se maneja en la escala que va de los discursos públicos de los gobiernos nacionales a las conciencias de los activistas ambientales. ¿Pero qué sucede en la plataforma principal de la vida cotidiana moderna que son las ciudades? En la Argentina, el 92% de la población ya vive en ciudades y, según los censos, los porcentajes van creciendo. Más personas que viven en áreas condensadas significa mayores cantidades de basura, mayor consumo de recursos y mayor uso de energía. Hoy, las ciudades demandan casi dos tercios de la energía global, producen hasta el 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero y el 50% de los desechos globales. Teniendo en cuenta que la sociedad de consumo es el eje central de la problemática, algunos funcionarios, políticos, planificadores y desarrolladores urbanos locales y de organismos internacionales plantean la economía circular como una respuesta concreta para la solución de la problemática ambiental.
La economía circular es un modelo que propone pasar de producir constantemente nuevos bienes al consumo que se basa en el uso de servicios y el intercambio, préstamo y reciclaje de bienes en lugar de poseerlos. Los materiales no se destruyen en última instancia, sino que se reutilizan constantemente en nuevos productos. El objetivo es reducir el desperdicio.
En ese sentido, las economías circulares buscan redefinir el crecimiento por medio de beneficios para toda la sociedad, incorporando prácticas amigables con el medioambiente que impliquen minimizar los desechos y la contaminación, capitalizar recursos sostenibles y la regeneración de sistemas naturales para llegar al desperdicio cero.
Uno de los principales impulsores de la propuesta es la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), un organismo de cooperación internacional compuesto por 36 estados. Conocida como "el club de los países ricos", es uno de los foros mundiales más influyentes, en el que se analizan y se establecen orientaciones en materia de economía, educación y medioambiente. En su programa de Economía Circular, toman como ejemplo los casos de ciudades como Groninga (Países Bajos), Umea (Suecia), Valladolid y Granada (España).
Sin duda, la escala de estas ciudades ayuda a implementar este tipo de programas con éxito, pero ¿qué pasa con las ciudades grandes? ¿Cómo redefinir los hábitos de consumo de las masas? Me empiezo a hacer estas preguntas mientras camino con mi casco amarillo por el complejo ambiental del Ceamse en el Camino del Buen Ayre, lugar donde se procesa parte de las más de 21.000 toneladas de residuos diarios que generamos los 15 millones de habitantes del área metropolitana de Buenos Aires. Si los números te hacen ruido, te entiendo. A esta altura, mis neuronas se transformaron en cantantes de death metal.
*ASESOR URBANO Gestor de ciudades y agitador cultural. Trabajó en 109 ciudades y flaneurió otras 80 en 20 países. Le gusta más descubrir lo que las iguala que lo que las diferencia.
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