DUBAI.– "¿Dónde está el toilette?", pregunto. Por el pasillo a la izquierda, responde el maître. Sigo su indicación y abro una puerta, después otra. Encuentro un cuarto lleno de lockers. Imagino que sirven para que los huéspedes del Summersalt Beach Club, con vista al célebre hotel Burj Al Arab, guarden sus objetos de valor cuando van a la pileta. Abro otra puerta, pero solo encuentro una ducha. Vacía, por suerte. Porque cuando me doy vuelta y veo un impecable mingitorio me doy cuenta de que acabo de hacer lo que toda mujer tiene prohibido, especialmente en un país árabe: entrar en un baño de hombres.
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Aterrizo en Dubai tras 19 horas de vuelo desde Buenos Aires, donde es común ver bares con baños compartidos por ambos sexos y miles de mujeres se manifiestan en las calles en favor de la legalización del aborto. Lo primero que me llama la atención en el aeropuerto de la capital de uno de los siete Emiratos Árabes Unidos son las salas de oración, separadas para hombres y mujeres.
La joven que revisa mi pasaporte tiene la cabeza cubierta por un velo negro, similar a los que usan casi todas las mujeres en los países de religión musulmana. Los que lucen las taxistas que esperan afuera a las dos de la mañana son de color rosa, igual que el techo de los autos… que solo pueden transportar a otras mujeres.
En el camino hacia el hotel se ve un hospital destinado exclusivamente a mujeres y niños, como el que acaba de inaugurar Qatar con polémicas esculturas de Damien Hirst. Son catorce piezas de catorce metros de altura, realizadas en bronce y ubicadas en la entrada, que representan el desarrollo de un feto desde la fecundación hasta el nacimiento.
La representación de personas y animales –considerados seres con alma– es tabú en los países islámicos. Los musulmanes más ortodoxos sostienen que ese don creador solo pertenece a Dios y que no corresponde intentar imitarlo. El arte, sin embargo, está actuando sobre esos límites desde hace años, cuando el Golfo Pérsico apeló a su poder transformador para convertir en destino cultural global esta región cuya economía depende del petróleo.
A diferencia del "oro negro", nada más renovable en estos tiempos que el recurso de vender experiencias. Como una suerte de "Disney para adultos", Dubai propone vivir momentos inolvidables en familia. "Un mundo lejos de tu vida cotidiana", se anticipaba en las pantallas del avión, con la promesa de llevar a los visitantes "del Take Away al Take My Breath Away" (algo así como pasar del cómodo delivery hogareño a quedarse sin aliento por la emoción de una aventura).
Las imágenes de las publicidades son tentadoras: muestran restaurantes y habitaciones con vista al interior de un gigantesco acuario o impactantes rascacielos futuristas diseñados por los más prestigiosos arquitectos. Como el Dubai Frame, inaugurado el año pasado con forma de marco de cuadro, piso de vidrio y un agujero en el medio del tamaño de una cuadra, o el Museo del Futuro, aún en construcción, con forma de óvalo distorsionado y una fachada intervenida con caligrafía árabe retroiluminada.
Muy cerca de aquí, en la capital de los Emiratos Árabes, el Louvre Abu Dhabi se inauguró en noviembre de 2017. El "primer museo universal del mundo árabe", diseñado por el arquitecto francés Jean Nouvel, anunció la exhibición de Salvator Mundi, pintura atribuida a Leonardo da Vinci que se convirtió en la más cara de la historia al venderse, ese mismo mes en una subasta, a un príncipe de esta región por 450 millones de dólares. En la cultura de la franquicia, que garantiza audiencias cautivas, el debate por la representación humana no parece generar un gran conflicto.
También lleva la firma de Nouvel, ganador del prestigioso premio Pritzker, la nueva sede del Museo Nacional de Qatar. Con 52.000 metros cuadrados, la compleja estructura inspirada en la "rosa del desierto" ofrece un recorrido de salas que se extiende por un kilómetro y medio.
Todo parece tener ambiciosas aspiraciones en esta región, donde se perdió casi por completo la escala humana de las antiguas callejuelas angostas, diseñadas como laberintos entre paredes de adobe para proporcionar un refugio con sombra en el desierto. Hoy cuesta cruzar a pie las monumentales avenidas que atraviesan Dubai, ciudad que recuerda a Los Ángeles porque obliga a recorrer larguísimas distancias en auto.
También evoca la cuna de Hollywood, porque todo es tan nuevo que luce como una gran escenografía. Solo los pequeños zocos, tradicionales mercados árabes donde se consiguen artesanías y especias, conservan algo del encanto de ciudades milenarias como Estambul o El Cairo. Pero incluso allí todo parece artificial: el hombre que me atiende en una pequeña tienda del barrio histórico de Al Fahidi dice sin entusiasmo que el té de rosas en venta es importado de Irak e Irán, y se niega rotundamente a regatear el precio, una costumbre casi devenida deporte nacional en Turquía y Egipto.
Recién cuando regrese a la Argentina descubriré que la pareja de salero y pimentero con forma de jeque y mujer con burka que le acabo de comprar por diez dirhams (unos 120 pesos argentinos) lleva debajo una pequeña calcomanía que dice "Made In P.R.C.". Googleo el significado de la sigla: "República Popular de China".
La conquista de "espacios sensibles"
No todo está perdido, sin embargo. Mi capacidad de asombro supera el jet lag de inmediato al traspasar la puerta de Alserkal Avenue, distrito cultural ubicado en la zona industrial Al Qouz. Esta gran estructura minimalista de paredes metálicas –similares a un conjunto de enormes containers grises– aloja decenas de galerías de arte contemporáneo, bares y tiendas de diseño.
El corazón de este complejo cool es Concrete, un espacio multidisciplinario diseñado por OMA, el estudio fundado por el célebre arquitecto holandés Rem Koolhaas. Decenas de músicos están ensayando allí con armonios la performance de la joven artista de Bangladesh Reetu Sattar. Forma parte de la muestra Fabric(ated) Fractures, integrada por obras de artistas del sur de Asia que exploran "espacios sensibles": aquellos que desafían ideas de nación, Estado y territorio.
La música comienza al atardecer, cuando cientos de personas de distintos países recorren este predio, que participa de la Semana del Arte. Se trata de una programación impulsada por el gobierno local que intenta ganarse un lugar en la apretada agenda de los coleccionistas internacionales, tal como sucede cada diciembre durante Art Basel Miami.
El formato resultó tan exitoso en la ciudad estadounidense, un antiguo lugar de descanso de jubilados transformado en pocos años en moderno puente intercontinental, que se replica ahora en todo el mundo. Incluso en Buenos Aires, donde Art Basel impulsó el año pasado la Art Basel Cities Week y el gobierno porteño realizó, en abril de este año, por primera vez otra en paralelo con arteBA.
En este contexto cada vez más globalizado, en el que se suelen ver obras de los mismos artistas en casi todas las ferias, es clave encontrar una identidad propia. Eso es lo que distingue a Art Dubai, que acaba de cerrar su 13ª edición con el foco puesto en el llamado "sur global" y una sección de artistas invitados de América Latina.
"La idea es juntar la energía de los países que no suelen verse en las ferias europeas. Estas geografías se están uniendo para escribir la historia de una nueva manera", dice el español Pablo del Val, director de Art Dubai, al recibir a la prensa extranjera con café chai en uno de los espacios más cálidos y bohemios de Alserkal Avenue. Cinema Akil se llama este proyecto nacido como un cine nómade, que propone experiencias compartidas en comunidad. Inauguró meses atrás esta sede con bar para generar "un diálogo de sur a sur, con películas invisibles para el mainstream".
En un microcine con paredes empapeladas y sillones tapizados de rojo se presentan aquí algunos de los documentales producidos por la feria en talleres de los artistas exhibidos. "La frontera perfecta es la no frontera", dice uno de los entrevistados en esta serie de "retratos" disponibles online.
"Art Dubai siempre ha sido considerada la feria más global del mundo, porque tenemos 92 galerías de 42 países. Este año, empujamos más hacia esa dirección, creando secciones que lo resalten", dirá más tarde Del Val en Madinat Jumeirah, un lujoso complejo con tres hoteles, 50 restaurantes y dos kilómetros de playa privada diseñado para parecerse a una ciudad árabe tradicional. Hasta aquí viajaron para exhibir sus obras los argentinos Luciana Lamothe y Nicanor Aráoz, invitados a participar de la sección Residents junto con una decena de artistas latinoamericanos.
"El esta región hay muchos paralelismos históricos con América Latina. Han sido continentes colonizados, que han recibido corrientes migratorias obligadas por problemas políticos y económicos. Esos intereses comunes se reflejan en los idearios de muchos artistas", observa Del Val, que dirigió durante años la feria mexicana Zona Maco.
"En Dubai, el diez por ciento de la población es local; el resto son inmigrantes –agrega–. Hay muchísimos filipinos". De esa isla del sudeste asiático provienen Magnolia, una de las mozas que sirven el almuerzo en la feria, y las 150 personas que participarán esta noche de la performance inaugural impulsada por el artista caribeño Marlon Griffith.
Al día siguiente llega el turno de las mujeres. A ellas se destinan con exclusividad las primeras tres horas de la apertura al público de la feria. Los únicos hombres que pueden estar presentes son los galeristas, aunque con una condición: no deben pisar los pasillos, donde se exhiben obras de reconocidos artistas como Tomás Saraceno y Yayoi Kusama.
Por ahora, los primeros en recorrer Art Dubai somos decenas de periodistas y Hamdan bin Mohammed bin Rashid Al Maktoum, el príncipe heredero de Dubai, considerado el soltero más codiciado de la monarquía árabe. Conocido popularmente como Fazza –"el que ayuda", nombre con el que firma sus poesías–, tiene 36 años y 7,6 millones de seguidores en Instagram.
Como un auténtico influencer, cosecha cientos de miles de likes en las redes sociales con imágenes que lo muestran buceando con tiburones, practicando snowboard o rescatando animales en peligro. Su retrato se encuentra también en casi todos los lugares públicos de esta ciudad junto al de su padre, el jeque Mohammed bin Rashid Al Maktoum, monarca de Dubai y vicepresidente y primer ministro de los Emiratos Árabes Unidos.
Escoltado por un séquito de guardaespaldas, Fazza recorre en silencio la sección de artistas latinoamericanos mientras la curadora Munira Al Sayegh le habla sobre las obras, realizadas in situ durante las últimas semanas. Solo se detiene unos segundos ante una colorida escultura realizada por Aráoz con poliuretano y vidrio soplado.
Al príncipe pertenece la colección de fotografías exhibida en la feria, que busca reflejar "la naturaleza cooperativa y tolerante del entramado social de la región en las décadas de 1960 y 1970" y permite comprobar el meteórico crecimiento de Dubai en el último medio siglo. Dos de ellas muestran el fuerte contraste entre el pasado y el presente del puente Al Maqta, que conecta con el continente la isla de Abu Dhabi. Un puente físico y simbólico: hasta la capital de los Emiratos Árabes Unidos llegó en febrero el papa Francisco para celebrar ante 170.000 personas una misa histórica en la que pidió la "paz entre hermanos".
"¡Dubai Police!", grita la guía que acompaña al grupo de periodistas por las estrechas calles de Al Fahidi. Al ver nuestros rostros petrificados, aclara que no hay por qué alarmarse. Solo quiere que entremos en una de las pequeñas casas, para ver las obras de Mohammed Khalifa Al Suwaidi, teniente coronel devenido artista que participa de la feria Sikka con pinturas y objetos intervenidos. Entre ellos, una serie de gorras de uniformes policiales convertidas en lámparas. Impulsada por el gobierno de Dubai desde 2011, esta feria destinada al arte emergente se propone como "una ventana abierta al arte y la tolerancia", valor que será destacado por el gobierno local durante todo 2019.
El año de la tolerancia, se lee en varios carteles que acompañan los retratos del príncipe Fazza y su padre junto a la avenida que conduce a Sharjah. Este emirato vecino a Dubai aloja una bienal que inauguró este año su 14ª edición con el tema "Dejando la cámara del eco". El título evoca la descripción metafórica de una situación en la cual la información, las ideas o las creencias son amplificadas por transmisión y repetición en un sistema cerrado en los medios de comunicación masivos, mientras que las visiones diferentes son censuradas, prohibidas o representadas en forma minoritaria.
La obra de otra argentina, Adriana Bustos, es uno de los grandes aportes de este encuentro, que reúne hasta junio la producción de más de ochenta artistas. Una de las piezas de la instalación Máquina de visión es un "mapa celestial" con figuras alusivas a "la histórica violencia patriarcal". La artista propone mirar la pintura a través de un filtro rojo, que vuelve invisibles esas huellas asociadas con la sangre y solo deja ver las marcas de la participación femenina en la historia universal.
Resulta inquietante ver sus imágenes tras recorrer las tiendas de ropa del barrio que rodea el complejo de la bienal: similares a las que abundan en el barrio porteño de Once, ofrecen toda clase de túnicas árabes para que las mujeres hagan desaparecer su cuerpo por completo.
Igual de impactante es el contraste entre los carteles que anuncian al Cirque du Soleil en el camino al Jameel Arts Center y lo que se ofrece en la tienda de este centro de arte contemporáneo: muñecos de tela que representan familias de refugiados sirios realizados por madres desplazadas como parte del proyecto The Ana Collection.
Conmueve también el mensaje que transmiten varias de las obras reunidas en Crudo, la muestra principal del Jameel, como la montaña de ojotas de goma montada por Hassan Sharif en el centro de una sala, que representa "una crítica al consumo rampante en las sociedades del Golfo Pérsico, derivado de la repentina riqueza que trajo el petróleo". La sensación que queda al alejarnos de Culture Village, este lujoso barrio en construcción que incluye el resort Palazzo Versace, es qué ocurrirá cuando se acabe el limitado recurso del "oro negro".
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Salgo apurada del baño de hombres y regreso a la mesa justo a tiempo. El chef se acerca a saludarnos y ofrece otra ronda de postres después de varios platos de exquisita comida japonesa. Se llama Cristian Goya, es argentino, llegó hace cuatro meses desde el Four Seasons de París y sueña con impulsar su proyecto en Buenos Aires. Porque las aventuras en destinos exóticos pueden quitar la respiración... por un rato. No hay nada como volver al hogar.
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