D.T Max: “La no ficción tiene una responsabilidad enorme”
Integrante del staff de The New Yorker e invitado al Festival de No Ficción Basado en Hechos Reales, que comienza este jueves, dice que la prensa “no puede vivir en una meseta”, que Donald Trump parece un personaje de George Orwell y que hay que aprender a pagar por el buen periodismo
“Desde que asumió Trump la prensa ha resurgido”, dice el periodista D.T. Max, miembro del staff de la prestigiosa revista estadounidense The New Yorker, pocos días antes de llegar al país. Así lo llaman todos por el apodo que responde a las iniciales de Daniel y Thomas, aunque a él también dice con humor que le gusta asociarlas con “Delirium Tremens, con Delta temperature (por el cambio de temperatura de un experimento en un laboratorio) y con unas zapatillas deportivas en homenaje al basquetbolista de los ’90 Deion Sanders”. D.T. es autor de una exitosa y minuciosa biografía del escritor David Foster Wallace (1962-2008), ícono intelectual de una generación, autor de la “última gran novela del Siglo XX”, como han llamado los críticos literarios a La broma infinita, escritor de culto que generó una orda de fanáticos y se transformó tras su suicidio, en “un santo laico”. La densidad de su obra (su gran novela consagratoria pasa las mil páginas con unas 388 notas al pie), la complejidad de su pluma y de sus construcciones narrativas, su aguda mirada sobre la sociedad de los ´90, sumado a su personalidad entre tímida y verborrágica (era adicto a las drogas y padecía desde chico una depresión clínica) lo transformaron en un mito. En Estados Unidos su nombre es sinónimo de cierto esnobismo intelectual. En Todas las historias de amor son historias de fantasmas, traducido al español y disponible en su versión electrónica, D.T. Max desmenuza al escritor y al hombre y lo muestra con sus emociones en ebullición, tal como era.
Invitado como una de las figuras internacionales del primer Festival de No Ficción Basado en Hechos Reales (desde este jueves hasta el sábado, en el CCK, con entrada gratuita), el escritor estadounidense opina en esta entrevista sobre las amenazas de la prensa en la era de las redes sociales, cuenta cómo es el ejercicio periodístico con la administración Trump y enfatiza sobre la importancia en la formación de una nueva generación de escritores de no ficción en países como el nuestro, con instituciones débiles.
¿En qué momento está hoy el periodismo estadounidense?
Estamos en un momento sin precedentes. Tenemos un sistema político estresado por (Donald) Trump y su política en Twitter. Yo era joven durante la Guerra de Vietnam, pero no recuerdo otros ataques de este calibre contra la prensa.
¿Podría decirse que el periodismo en Estados Unidos está en su mejor momento gracias a Trump?
Es una idea interesante. Después de las elecciones el New York Times y The New Yorker ganaron miles de lectores. Fue fenomenal, sobre todo en un momento en el que la prensa tiene muchos problemas económicos debido a Internet. Además desde entonces la prensa ha tenido un resurgimiento. Por ejemplo CNN: sus reportajes sobre Trump y sobre la administración son increíbles. Lo mismo pasa en The New Yorker. Porque la prensa no puede vivir en una meseta, tiene que tener algo sobre lo que escribir. Obama era un tipo muy calmo, tenía una personalidad sin sobresaltos, le decíamos “No drama Obama”, mientras que Trump es puro drama. Cada día nos sorprende con algo.
¿En este contexto qué cosas han cambiado en el ejercicio cotidiano de la profesión?
El antagonismo es increíble. Y hay poca confianza de la administración en la prensa, cuando normalmente había más cooperación. Todo cambió desde que tenemos un Presidente que llamó a los medios de comunicación “enemigos del pueblo”; parece sacado de un libro de George Orwell. Esto nos motiva fuertemente, pero al final del día el ejercicio del periodismo resulta más difícil. De todas formas soy optimista y pienso que todo esto va a pasar. Volveremos al equilibro finalmente, aunque no se cuándo.
¿Cuáles son los medios a los que mejor les está yendo en este contexto?
CNN, The New Yorker, New York Times….Washington Post, con el dinero de Jeff Bezos, el dueño de Amazon, está haciendo reportajes sobre la administración Trump excelentes, su periodismo es superlativo, mejoró muchísimo. Cuando lo compró todos teníamos miedo, pensábamos que iba a mermar su calidad periodística pero pasó lo contrario.
¿Cómo hace The New Yorker (TNY) para sobrevivir frente a la gratuidad Internet y la migración de la publicidad?
No soy un experto en el tema, pero lo que sucedió es que la revista perdió mucha publicidad y tuvo que subir el precio de venta. Y la gente lo paga. Pero The New Yorker tiene una relación especial con sus lectores, pues la mayoría de revistas de este tipo, con perfiles y artículos de periodismo en profundidad, han desaparecido. TNY lleva casi un siglo de publicarse con muy buenas firmas, es la más leída de Estados Unidos y nuestros lectores creen en nosotros. Aún es muy barata y creo que hay que enseñar a las nuevas generaciones que hace falta pagar para tener buen contenido, contenido de calidad, independiente. Tenemos que aprender a pagar por el buen periodismo. Soy optimista, como dije antes. Un caso de éxito es, de hecho, lo está ocurriendo con The New York Times, cuyo acceso en Internet ya no es gratuito y cada día gana suscriptores.
¿Qué ideales tenía cuando empezó a trabajar que han cambiado completamente ahora?
Yo mantengo mis ideales. Desde luego he tenido una experiencia muy afortunada porque nunca tuve que escribir sobre cosas que no me interesaban o sobre las que no creía, o lidiar con gente que destrozaba mis artículos o frases. Pero mis ideales son los de siempre: creo que un periodista tiene que ser alguien de afuera del sistema, tiene que tener, hasta en los artículos culturales, coraje y personalidad para no ser corrompido por el poder en cualquiera de sus formas, ya sea el Gobierno o los Estudios de Hollywood que te invitan, te halagan, ese es otro tipo de poder, un tipo de soft power, poder blando, como diríamos en inglés. Hay que mantenerse adentro, pero afuera. Yo cuando termino un artículo para The New Yorker siempre me siento como si hubiera hecho algo, si no importante, por lo menor honesto, verdadero, lo mejor que pude.
¿Cuáles son los estándares con los que trabaja The New Yorker respecto al chequeo de sus fuentes?
Es complejo. Hay periódicos que tienen como un libro de estándares. Nosotros no, pero sí tenemos los fact checkers o verificadores de datos, que son como un tipo de policías dentro de la revista. Trabajamos bien juntos, pero su tarea es asegurarse que el periodista hizo bien su trabajo. En general quienes escriben en la revista son bastante buenos, si no no llegan allí. Pero el Fact checker se mete también en cuestiones más sutiles, por ejemplo, si escribes un perfil, un retrato de una persona tiene que ser verdadero, justo e imparcial, tiene que representar a la persona como es realmente.
Un retrato “justo e imparcial” que empiece por su descripción física diría que D.T. Max es un hombre de mediana edad, de pelo lacio y rubio, peinado con raya al medio -como queriendo disimular una incipiente calvicie-, ojos claros, frente ancha, cara angulosa, sonrisa amplia y un impresionante parecido al actor Nicolas Cage. Se graduó en Harvard y desde entonces ha sido editor y escribe sobre literatura y arte. Dio clases en Princeton y obtuvo una Beca Guggenheim en Artes Creativas. Vive en las afuera de Nueva York con sus hijos Jules (14) y Flora (12) y su esposa Sarah, quien es editora. Parece haberle tomado el gusto a las biografías de escritores; luego de Todas las historias de amor son historias de fantasmas, escribe un libro sobre Mark Twain.
¿Por qué una biografía sobre David Foster Wallace (DFW)?
Empezó como un perfil que me pidió mi editor de The New Yorker. Como parte del staff de la revista venía escribiendo sobre escritores. Había leído bastante a Wallace, era su fan pero no alguien que sabía absolutamente todo sobre su escritura. Ambos nacimos el mismo año, somos parte de una misma generación. Si estuviera vivo hoy tendría 55. Cuento en la biografía que me lo había cruzado una sola vez en un bar, en la fiesta para celebrar la publicación de La broma infinita, su obra maestra, pero que no lo conocía realmente. No obstante tenemos mucha gente en común, nos movíamos en el mismo círculo social. DFW se ahorcó el 12 de septiembre de 2008. Empecé a escribir el perfil dos semanas después. Y cuando comencé a hablar con su familia, con sus amigos, entré en la oscura complejidad de su mente y de sus libros, que son enormes. Había leído partes de La broma infinita, que tiene más de 1000 páginas y de La escoba del sistema, su primer libro que es de una extensión similar. Me metí a fondo en su obra y me di cuenta finalmente del genio que era, que todo lo que me interesaba de la literatura estaba allí. El artículo tuvo unas doce mil palabras, porque los perfiles de The New Yorker son larguísimos, pero me di cuenta que quería escribir aún más, que tenía más que decir, que quería volver a leerlo, que no quería quedarme con las ganas del proyecto de estudiar a Wallace.
¿Qué fue lo que más le llamó la atención de la escritura de DFW?
Creo que es la intensidad de sus emociones, de sus sufrimientos, de su punto de vista del mundo o la actitud con la cual se fija en él. Su actitud es distinta a la de todos los escritores de su generación. No es sólo la intensidad si no también la actitud, las frases larguísimas que escribe, esas frases de 50, 100 palabras que empiezan y no terminan jamás, que parecen de otro siglo, de otro tipo de mentalidad. Todo eso me encantaba. Yo escribo de una manera muy distinta, uso frases muy claras, un estilo que está en las antípodas de Wallace, pero lo mismo me sentía muy cómodo con él porque su generación es mi generación.
¿Cuál fue el principal reto de Todas las historias de amor son historias de fantasmas?
Una biografía es el cuento de una vida y a la vez, la reseña de una obra, uno tiene que ser al mismo tiempo un biógrafo y un crítico. En este caso la inteligencia y la profundidad de su obra no permitía sintetizarla en dos o tres páginas. Hablar adecuadamente de una obra tan genial y tan compleja es una dificultad. En cuanto a la vida, finalmente tuve que hablar de una vida muy triste, con ese final trágico. Y escribir sobre una persona recientemente muerta no fue fácil. Por la sensibilidad de sus amigos, de su familia pero también, porque la herida aún estaba muy abierta.
¿Cómo hizo para enfocarse también en sus debilidades, en sus contradicciones, para hacer un retrato periodísticamente serio en ese contexto?
Fue difícil porque DFW ya era un santo laico; un santo laico con muchos fans. Pero como autor, como escritor, ese es el tipo de trabajo y de desafío que me encanta. Si hubiera tenido que escribir una biografía más sencilla, para mí no hubiera valido la pena. Fueron precisamente sus contradicciones, que fuera al mismo tiempo un tipo tierno y adicto a las drogas, al sexo, a la televisión, a la conversación y a las palabras, pero que no le gustara hablar o se encerrara y buscara estar muy solo, lo que me pareció más interesante. Una biografía es el mejor lugar donde hablar de las contradicciones, porque hay suficiente espacio. Y luego de tres años de trabajo en el libro, aún después de saber todo de él, todavía lo entiendo como santo laico, pero también como una persona con todas sus complejidades ¿Acaso no somos todos complejos?
¿La no ficción es literatura?
Sí lo es. En absoluto. Como artefacto literario desde luego es distinto a la ficción, pero puede llegar a su nivel. Hay clásicos de la no ficción que creo que van a durar más tiempo que las novelas que leemos hoy. No las de Wallace, pero sí de otras novelas que son hoy muy aclamadas. Creo que un libro de no ficción puede ser una obra de arte.
¿Cuáles son sus tres autores favoritos de no ficción?
Leo y vuelvo a leer los libros de George Orwell. Anoche mismo me metí en la cama a leer por octava vez Sin un peso en París y Londres, que escribió en 1933 mientras trabajaba en esas ciudades como mozo y lavaba platos en distintos hoteles, es uno de mis favoritos. Y también tengo en mi mesita de luz Homenaje a Cataluña, libro muy del momento. En segundo lugar elijo las biografías de Richard Holmes. En especial las que escribió sobre el gran crítico y escritor del siglo XVIII Samuel Johnson y sobre el poeta Samuel Taylor Coleridge. En tercer lugar las obras de Janet Malcolm, como El periodista y el asesino. Sus libros son muy útiles para quienes quieran ser escritores de no ficción, pues Malcom escribe sobre el ejercicio del periodismo, habla sobre sus fuentes, sus estándares, sobre lo moral y lo inmoral en nuestra profesión.
¿Con qué expectativas llega a Buenos Aires?
Tengo muchas ganas de ir pues siempre he querido conocer la ciudad. Sé poco de ella pero leí con pasión las novelas de Cortázar y los cuentos de Borges, y guardo en mi memoria algunos pasajes e imágenes de Rayuela, que me ayudan a imaginar Buenos Aires, aunque supongo que para mí quedó congelada en el tiempo. Me encanta esta invitación a este primer Festival argentino de No Ficción Basado en Hechos Reales pues creo que la no ficción tiene una responsabilidad enorme. Más en un país como Argentina que ha tenido una historia, digamos, más dura que la nuestra. Me refiero a la Dictadura pero también, a que las instituciones en Latinoamérica son más débiles. La idea de motivar y entrenar a una generación de escritores de no ficción me parece una tarea importante y estoy feliz y honrado de participar y ayudar.
¿Hacia dónde va la sociedad en la era de las noticias falsas o fake news, de la posverdad, de las redes sociales en la que cualquiera saca su teléfono y reportea?
Es un problema enorme porque los medios de información masivos hoy son Facebook, Instagram o Twitter. Creo que estas empresas tienen asumir su responsabilidad. Hoy se los toma sólo como compañías de telecomunicaciones, es decir, tienen los alambres para intercomunicar pero no tiene responsabilidad sobre el contenido que emiten. Pero yo creo que son más como la prensa. El contenido no es suyo, pero de alguna manera sí lo es. No se trata de censurar si no de ayudar al lector o al navegante a distinguir lo que es obviamente falso. No creo que todo lo que se lee en un diario sea verdadero, hay errores, hay fallas, hay prejuicios que deforman lo que escribimos, pero es distinto del fake news, de las noticias falsas que se dan a través de las redes, pues quienes las crean lo hacen a sabiendas, con intencionalidad. Facebook, Twitter, Instagram tienen que empezar a ayudarnos a distinguir.
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