Drogas, frenesí y un cadáver en el techo: la historia de Studio 54, el boliche más famoso de los 70
Recreada por la miniserie Halston, de Netflix, la célebre discoteca solo funcionó durante 33 meses, pero ese breve tiempo le valió para convertirse en el ícono perfecto de un club nocturno
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Liza Minnelli, Andy Warhol, David Bowie, Elizabeth Taylor, Elton John, Calvin Klein, John Travolta, Tina Turner, Truman Capote, un joven Donald Trump con su novia Ivana, Brooke Shields y otras estrellas de los años 70 bailaron sobre la pista de la discoteca más icónica de la historia de la humanidad. Studio 54 supo captar la libertad sexual y el apogeo de las drogas y el alcohol en una Nueva York oscura y en decadencia. Ubicado en lo que había sido un estudio de televisión y un teatro en el pasado, se convirtió en el club nocturno más desprejuiciado y gay friendly de la ciudad, donde todos eran bienvenidos, especialmente los más singulares y extravagantes.
Desde su apertura, el boliche fue un templo de excesos. Sus dueños crearon el espacio con una sola premisa: convertirlo en la discoteca definitiva, en el no va más de la noche universal. Y lo lograron. Allí, Bianca Jagger festejó su cumpleaños e hizo un ingreso triunfal montada sobre un caballo blanco. Inaugurado en 1977, el club no imponía restricciones: ni para tener sexo ni tampoco para el consumo de sustancias que, en abundancia, transformaban al lugar en el paraíso del hedonismo donde parecían celebrarse rituales dionisíacos.
No había límites. Allí la gente tenía relaciones en los palcos -que se mantuvieron del antiguo teatro- frente a los ojos de todos. Drogas de todo tipo esperaban su turno en bolsillos, cajones, carteras y sobre las mesas. Todo estaba blanqueado. No había espacio para la vergüenza y el consumo era ilimitado.
Sin lugar para los prejuicios
La controvertida década de los 70 y su apoyo a las minorías de diferentes preferencias sexuales eran parte de la estrategia de marketing de Studio 54, que llegó a tener su propia “sala de sexo”. Una habitación creada por Steve Rubell, uno de los dueños, que era homosexual y quería ofrecer el espacio para que la gente la pasara bien sin ser juzgada. Había incluso un rincón más especial llamado la “sala de goma”: estaba cubierta de almohadones de ese material, que hacía más fácil la limpieza de los fluidos.
Los reyes de la noche
Steve Rubell y su socio, Ian Scharger, eran dos jóvenes abogados que se habían conocido en la universidad. Steve era un relacionista público nato, un gay con don de gentes, capaz de hacer sentir bien incluso a quien estaba echando. Porque si bien todos eran bienvenidos, para entrar en la legendaria discoteca había que atravesar el filtro de la puerta donde la gran mayoría era “rebotada” por no cumplir los criterios estéticos requeridos por los dueños. A propósito de esta política, Andy Warhol solía decir: “Studio 54 era una dictadura en la puerta y una democracia en la pista”.
Rubell cumplía el papel de juez y evaluaba quién era digno del ingreso: se instalaba en la entrada con un estrafalario abrigo y allí oficiaba el derecho de admisión. Luego era el alma de la fiesta. Schrager, por otra parte, con un perfil más serio, prefería quedarse en el despacho, solo, para ocuparse de los billetes.
La estricta política de acceso al local se hizo famosa. En un documental sobre el boliche estrenado en 2018, Studio 54, el documental, Schrager -que hoy está casado, es padre y un destacado hotelero- dice: “Todos nos acusaban de elitistas. Pero vamos a ver… Si armás una fiesta privada en tu casa, vas a hacer lo posible por invitar a ciertas personas y conseguir que se encuentren a gusto entre sí. Si hacés lo mismo en un establecimiento público, entonces, te metés en el terreno de lo políticamente incorrecto. Pero era lo que hacíamos, sí”.
El penoso afán de pertenecer
El caprichoso criterio para ingresar al establecimiento provocó que muchos intentaran buscar entradas alternativas para conocer y ver con sus propios ojos el imperio del placer. Hace unas semanas, Netflix estrenó la miniserie Halston, que cuenta la vida del diseñador de sombreros que se convirtió en uno de los grandes de la moda de aquellos años. En distintos episodios, la ficción recrea el descontrol de Studio 54, pero uno en particular muestra a una mujer que, desesperada por entrar, termina muerta en un conducto de ventilación.
¿Fue realmente así? ¿Hubo también una muerte y un cadáver en el verdadero Studio 54? El documental del club nocturno eterno asegura que sí, pero que no fue una mujer, sino un hombre vestido con un esmoquin preparado para una fiesta de la que solo terminaría escuchando la música y los murmullos lejanos de los afortunados invitados.
El cuerpo fue hallado cuando se allanó el lugar. Además de los restos, se encontró casi un millón de dólares en bolsas de basura ocultas en el techo de la oficina, además de un escondite para, tranquilamente, todas las drogas de la ciudad.
Fin de fiesta
La política restrictiva de admisión fue lo que desencadenó los problemas: muchos empresarios a los que no habían dejado entrar comenzaron a enojarse y a tomar represalias. Primero, les cayó una denuncia por carencia de permiso para servir bebidas alcohólicas que, en la realidad, no tenían, sino que cada día gestionaban uno nuevo para trabajar como empresa de catering durante 24 horas. De ese embrollo lograron salir y Studio 54 siguió funcionando.
Durante su breve apogeo, las noches del club se transformaron en la fiesta perfecta. The New York Times cuenta en una nota sobre la discoteca que les iba tan bien que hasta Rubell se jactó en una entrevista con la revista New York de que “solo la mafia lo hacía mejor”. Una frase que fue el principio del fin.
La legalidad nunca había sido una prioridad para Schrager y Rubell, que reformaron el edificio sin las habilitaciones correspondientes y que pudieron ganar siete millones de dólares en un año al decidir no pagar los impuestos. Todo anduvo sobre ruedas hasta que sus enemigos los descubrieron y los denunciaron.
Los propietarios fueron condenados a tres años de cárcel por evasión de impuestos, aunque solo pasaron 15 meses presos. Rubell murió de VIH en 1989, mientras que Schrager salió adelante, formó una familia y decidió invertir en la industria hotelera. De hecho, es considerado como uno de los creadores del concepto de hotel boutique.
Studio 54 abrió en abril de 1977 y cerró en enero de 1980. La época coincide con la aparición extendida del HIV y el ocaso de la revolución sexual del momento.
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