En ¡Extra! Antologia de la crónica policial, Javier Sinay y Osvaldo Aguirre arman el mapa de un género periodístico que desde que surgió, funciona como un espejo de cada época.
Por Candelaria Domínguez
“Antes de que el pintor y retratista italiano Jacobo Fiorini fuera asesinado en su propia casa, el 9 de octubre de 1856, en manos del amante de su esposa, ya había habido otros crímenes notables en Buenos Aires y a lo largo del territorio argentino”. Así comienza el libro ¡Extra! Antología de la crónica policial en la Argentina, de los periodistas Javier Sinay (autor de Sangre Joven y Los Crímenes de Moisés Ville) y Osvaldo Aguirre (autor de Historias de la Mafia en Argentina y Enemigos Públicos). Las 460 páginas del libro combinan las crónicas policiales más sangrientas con crónicas peculiares y poco conocidas: una completa e interesante selección que abarca casi doscientos años -de 1865 hasta la actualidad- y que incluye autores clásicos como Roberto Arlt y contemporáneos como Cristian Alarcón o Marta Dillon.
“La crónica policial es un género que tiene un estatuto particular dentro del periodismo: antes ocupaba poco espacio en el interior del diario y hoy hay cronistas policiales que están revestidos de un aura de cierto prestigio”, apunta Aguirre. Precisamente, uno de los temas en lo que pone foco el libro es la relación de los periodistas con la policía, que se va modificando con el paso del tiempo. Un ejemplo es el de Gustavo Germán González, del diario Crítica, quien en sus propias memorias escribió “viví 55 años entre delincuentes y policías”. Aguirre también señala como referencia una crónica de la década del 50 titulada “El periodismo mató a Prieto”, en la que el periodista, después de recibir una carta de Prieto, un famoso delincuente de la época, escribe: “¿Quién cree en la palabra de un delincuente?”. Para Aguirre, esa pregunta es la contracara de otra, también fundamental: “¿Quién cree en la palabra del policía?”
Como cada época tiene su sistema de valores, cada época tiene una crónica que los refleja. Allí está la nota de principios de siglo XX en la que una mujer, después de ser acusada de asesinar a su marido, estalló en carcajadas, lo que causó espanto e indignación. O el ladrón que, por ser homosexual, fue blanco de prejuicios y burlas en los diarios. Y hasta la historia del padre que implora comprensión para su hijo que no es otra cosa que un descuartizador.
También el estilo de escritura -los modos de narrar- fueron cambiando a lo largo de todos estos años. Según los autores, un punto de quiebre se dio en los noventa con las revistas Delitos y Castigos y Pistas y luego con plumas como la de Marta Dillon, en la que la crónica carcelaria se cruza con la teoría del crimen y la literatura.
En una antología como esta no podían faltar casos emblemáticos del crimen argentino: en sus páginas aparecen el Petiso Orejudo, Yiya Murano, el descuartizador Miguel Ernst, y hasta Ángeles Rawson.
¿Qué reflejan las crónicas que se escriben hoy? “Miedo. Hoy hay como un ‘virus del miedo’,miedo a que nos pase algo, y es una pena porque las crónicas tendrían que transmitir otra cosa: no inmovilizarnos sino permitirnos pensar”, reflexiona Aguirre.
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