En este lugar se bañaron los romanos hace dos mil años. Sin vistas de altura, sin cambiadores ni pulserita para registrar los gastos. Pero estuvieron acá, en este mismo centro de aguas termales ubicado 156 km al suroeste de Londres que hoy está lleno de turistas. Caminaron por las piedras amarillentas, piedra de Bath, que viene de las canteras del sur de Inglaterra. Andarían con sandalias cruzadas, túnicas y quizás capa roja, como el actor-soldado-romano que está parado en frente a las piscinas de los baños.
Aquae Sulis, así la llamaron los romanos cuando fundaron la ciudad en el año 43 después de Cristo, pero se sabe que antes fue un santuario celta. En Bath existe cierta conciencia del tiempo de la humanidad. De caminar por la historia y también de que todo fluye y todo pasa. Igual que en la antigüedad, cerca de dos millones de litros de agua caliente de manantial –llegan a 46ºC y tienen 43 minerales– inundan cada día la zona de baños.
En la piscina termal del último piso algunos nadan y otros disfrutan de los chorros de alta presión. Garúa lento y hay bruma en el aire, pero se puede distinguir la torre de la abadía de Bath, otro sitio icónico, plantado en medio del centro desde hace casi 15 siglos.
La ciudad, hoy
En diez cuadras se cruza la ciudad romana, donde viven cerca de cien mil habitantes, sin contar los turistas que llegan todos los días para disfrutar de las diez visitas típicas. Sin incluir el shopping, que es un gancho, porque hay outlets y calles como Milsom para comprar de punta a punta.
Otro atractivo es la casa de Jane Austen –autora de Orgullo y Prejuicio, entre otras novelas–, la residente más famosa, que vivió en Bath entre 1801 y 1806. En la pequeña vivienda georgiana se pueden ver trajes, manuscritos y fragmentos de películas. En la puerta recibe un hombre de época, con galera, guantes y bastón. Adentro, las escaleras crujen.
El Museo de la Moda es una interesante exposición que incluye, por ejemplo, la muestra Royal Women: explora los trajes de las mujeres y las hijas, las madres y las hermanas de los reyes.
Al final de la ciudad aparece la edificación más linda: Royal Crescent, construida entre 1767 y 1775 por John Wood, el Joven. Los 30 departamentos de esta enorme media luna creciente de 150 metros de largo y 114 columnas de piedra caliza, abrazan un espacio verde privado y enrejado. Los residentes suelen pasear hijos y perros.
Los Wood le dieron a Bath la impronta elegante del estilo georgiano que predominó durante unos cien años, desde 1720 y durante el reinado de los cuatro George. En ese siglo XVIII fue cuando Bath se convirtió en el lugar elegido por la high society. Cómo fueron esos años opulentos se puede ver en el Nº1 de Royal Crescent, un museo de usos y costumbres imprescindible. El número 16 es un hotel del lujo, con 32 habitaciones, spa y restaurante, y en el número 17 vivió y murió Sir Isaac Pitman, el inventor del sistema taquigráfico, el de las academias. Se cree que el nombre Royal se antepuso a Crescent luego de que el duque de York se quedara allí.
A diferencia de Londres, que es inmensa e inabarcable, Bath resulta familiar en apenas dos días. La caminata a orillas del río Avon, el cruce del puente Pulteney, que se construyó en 1773 y parece un pasaje, las casas, las tiendas, un coffee shop... todo se descubre con facilidad y a pie.
La Abadía
Al atardecer, se destacan los ángeles esculpidos en la fachada gótica. Con una sotana negra, Jane Mitchel recibe a los fieles. Hace apenas 24 años que la iglesia anglicana del Reino Unido dio un giro revolucionario y aceptó la ordenación de mujeres. Ella pertenece a la primera generación: puede dar la comunión y el sermón. Está casada y tiene hijos, y hace dos años sintió "el llamado de dios".
La abadía es un espacio inmenso y altísimo. El típico gótico inglés, perpendicular, de líneas rectas. Pueden entrar hasta 1.200 personas. Primero hay un breve concierto de piano y cantos religiosos y luego el sermón, dictado por otra mujer. Cerca de medio millón de personas visitan este templo cada año. Es un highlight en el recorrido por Bath y la entrada es gratuita. Además, vale la pena la visita a la torre, para lo que hay que subir 212 escalones y alcanzar una espectacular vista de toda la ciudad.
Cómo llegar
El viaje en tren desde Londres hasta la estación de Bath Spa parte de Paddington, dura una hora y cuesta £30, ida y vuelta.
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