Sucedió una noche –una de esas nochecitas frescas allá en la Quebrada de Humahuaca – en la que Juan Álzaga estaba contando estrellas mientras se hacía la carne al fuego. Habían pasado el día recorriendo a caballo rincones escondidos entre los cerros: estaban cansados y con hambre, pero en una especie de trance provocado por el lugar. Se acercó al guía, arrimándose al calor, y le dijo: "Me gustaría comprar una casa en Tilcara". Y fue como un mantra, porque desde entonces, todo salió bien. El guía conocía a alguien que vendía un terreno con una construcción de paredes derruidas, sin techo, un proyecto trunco de un ranchito tradicional, pero Juan la quiso. Le pusieron precio y comenzó la negociación. Iban dos meses de tire y afloje cuando se lo contó a su amigo Julio Suaya: "Yo pongo la mitad", le propuso. Así empezó lo que llaman "el sueño loco de hacer una casa en Tilcara".
Para encausarlo, los amigos convocaron a los reconocidos arquitectos jujeños Carlos Gronda y Arturo de Tezanos Pinto, del Estudio Usos, quienes, a su vez, sumaron al arquitecto Carlos Romero, del estudio Romero Figueroa, un referente en la zona. La idea era agrandar y refuncionalizar esa modesta casa de piedra enclavada en el centro de Tilcara. En las líneas que siguen, repasamos el resultado y visitamos una vez más este refugio norteño.
"Es una casa urbana a diez cuadras de la plaza principal, pero, gracias al planteo de la arquitectura, parece estar en medio de la naturaleza, en un entorno de cielos turquesas y cerros típicos de nuestro Norte".
Los interiores se encalaron a la vieja usanza y, junto con los pisos de ladrillones de barro cocido, crean un clima muy particular. En cuanto al equipamiento, Juan, Julio y sus mujeres fueron llevando muebles y piezas de distintos orígenes. Les quedó una casa muy criolla que refleja el espíritu de sus dueños y mira al pasado con fresca espontaneidad.
Cerca de la puerta de entrada se instaló una vieja mesa de juego –hallazgo de Juan–, donde se suceden animados torneos de canasta. Sobre la chimenea doble que divide del comedor, un tapiz tejido por miembros de la etnia Kuba, en el Congo.
¿Por qué Tilcara? ¿Por qué no? Si lo pensás, se tarda lo mismo que para ir al Sur, pero a mí el Norte me conmueve desde otro lugar: siempre me emocionó este paisaje urbano y natural
El gran espacio que reúne las áreas sociales corresponde a la parte nueva, que se hizo con muros de pirca y barro, techos de madera y totora apoyados sobre tirantes de álamo y eucalipto cubiertos a su vez por la típica torta de barro. Según el arquitecto Carlos Gronda, ese modo de construcción tradicional "permitió que la casa respetara su entorno, relegando el impulso de que ‘la obra se vea’".
Como la casa es baja, decidieron poner una bomba en lugar de un tanque, que resultaría antiestético y arruinaría la vista a los cerros.
El área de estar se armó con un sillón bordó, regalo del arquitecto, y un sofá en el mismo tono del muro, que aliviana el ambiente. Sobre éste, un cuadro pintado por la artista española Dolores Beltrán, amiga de la familia.
Además del hogar, se instaló un sistema de calefacción con radiadores: "La gente piensa que acá te morís de calor, pero en enero y febrero, a las cinco de la tarde se levanta viento y se pone fresco: estamos a 2.400 metros de altura", nos recuerdan.
Del lado del comedor, Juan quería cuatro mesas y Julio una sola, grande y de tabla gorda. "Rápidamente nos dimos cuenta de que así el tema no iba a funcionar, y nos dividimos los ambientes para equiparlos".
"La casa tiene una onda única, entrás en otra dinámica. Cuando vinimos en Semana Santa con mi familia realmente sentí que estaba pasando los días más felices de mi vida".
En la cocina se sumó un barral de metal con utensilios y un grabado enmarcado. La mesada se hizo de cemento y se equipó con un completo juego de vajilla y batería de cocina, de modo que no falte nada a la hora de agasajar a los invitados: "¡Cuanta más gente, mejor! Como no pusimos televisión ni internet, cuando vienen mis nietos hacemos de todo: nos vamos de excursión y descubrimos paisajes increíbles. Poder compartir este lugar con mi familia es un sueño", cuenta Juan.
"Este lugar es muy especial… Bueno, decir eso es poco: se trata de una reserva arqueológica. Encuentran cosas antiquísimas a cada rato: yo creo que es eso lo que produce esta energía tan particular".
La estructura existente abarcaba los ambientes que ahora corresponden a los dormitorios. Son cuatro habitaciones en suite que se pintaron de diferentes colores: azul, ocre, blanco y rosado. La que vemos acá, se equipó con una cama de dos plazas.
"En el cuaderno donde los huéspedes les hacen recomendaciones a los próximos, la abrumadora mayoría dice que el mejor programa es quedarse en la casa".
Las páginas del libro reflejan la gratitud de los amigos que estuvieron alojados, y Juan y Julio atesoran ese catálogo de experiencias que va dejando recuerdos entrañables. "Como la historia ilustrada de la Conquista que nos dedicó Luis Benedit, con mucho talento y mucho humor", apuntan.
Aquí, el piso es de cemento alisado con una pátina de color. Las paredes, que estaban negras por el uso, se blanquearon al ácido. Todavía quedan rastros de su función original, como la estructura detrás de las camas que se aprovechó como superficie de apoyo y cumple la función de dos mesas de luz. El cuadrito del medio es una tinta sobre papel, regalo de Alberto de Monte.
¡Nos encantan los muros rústicos de piedra pintados con cal! Es una terminación natural y muy económica, con un efecto traslúcido que les da un refinamiento austero imposible de lograr con látex
La distancia no fue un problema para el arquitecto: "Viajaba yo, venía alguno de los dueños o enviábamos fotos. Hoy hay muchas herramientas, pero lo más importante es que Juan y Julio sabían bien lo que querían".
Nos tomamos la obra con mucha calma y fuimos haciendo todo con parsimonia: si veía una silla en un remate, la compraba, la embalaba y la mandaba: así se fue armando la cosa
Las aberturas son de corralones de Jujuy y, como los dueños de casa estaban en Buenos Aires, los arquitectos sacaban fotos de las piezas y se las enviaban para que fueran eligiendo. Los sanitarios los compraron en Buenos Aires (Easy) y los enviaron, salvo por la bañadera antigua restaurada y pintada a rayas.
La pared exterior es de adobe y pirca (una técnica artesanal de construcción en seco de origen quechua, que se basa en el encastre de piedras) y los techos están cubiertos de barro con piedras de río.
En el patio interno originalmente había un nogal que daba sombra, pero después de una mala poda hubo que buscar otra especie. Así fue como Juan descubrió el olmo siberiano, un árbol que plantaron en medio del patio y que, a pesar de no ser de la zona, creció rápidamente en tres años (ver en la foto de portada).
El arquitecto sugiere
- El adobe (ladrillos hechos de una masa de arcilla y arena mezclada con paja, moldeada y secada al sol) es un material económico y resulta extremadamente térmico.
- Las terminaciones con cal son muy accesibles y, en determinados ambientes, dan un aspecto más refinado que el látex.
- Además de que harán que las comidas resulten más sanas y más sabrosas, las ollas de barro que venden en la feria son muy decorativas en las cocinas de estilo rústico.
- Incluir árboles frutales en los jardines siempre es una buena decisión. No suelen ser muy altos, tienen linda floración y, cuando llega el momento, cosechar sus frutos es una fiesta.
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