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Semanas atrás en la casa real de Dinamarca hubo un baile de cuentos: el príncipe Christian, segundo en la línea de sucesión al trono, cumplía 18 años y lo celebró con una gran fiesta en el castillo rodeado de invitados de las monarquías vecinas, aunque también convidaron a plebeyos y plebeyas de distintas partes del reino. Al día siguiente, describen las crónicas, los empleados de la limpieza se encontraron en las escaleras con un zapato dorado que, enseguida sospecharon, alguna “Cenicienta” había “perdido” durante la cena de gala. Como era de esperar, su majestad no salió a buscar a la misteriosa propietaria del calzado, al contrario. La familia real simplemente publicó un comunicado en sus redes sociales avisando a la dueña que pasara a retirar la prenda por el palacio de Amalienborg, residencia oficial de la monarquía danesa. “¿Es Cenicienta la que olvidó su zapato anoche?” decía el post, con fino humor. Así fue como Anne-Sofie Toernsoe Olesen, vecina de Egedal, localidad ubicada al norte del país escandinavo, alcanzó con su hazaña los quince minutos de fama, además de recuperar el zapato que había dejado a propósito para recrear aquella ilusión. Otra situación digna de “hadas” fue el pedido de mano del futbolista Dybala a su novia Oriana: arrodillado a pasos de la mítica Fontana di Trevi, y con un roedor asomado en la fuente como inesperado testigo del momento, el joven cordobés le juró amor “para siempre” a su futura esposa.
Algo de sapo y de calabaza
Es curioso como en el siglo XXI la literatura romántica y sus mitos siguen moldeando los cánones culturales de la sociedad contemporánea, contribuyendo a la idealización de los vínculos sentimentales que, invariablemente, al poco tiempo caen en la más cruda realidad: todos tenemos algo de sapo y de calabaza. Un nuevo estudio vuelve a advertir sobre uno de esos tópicos que abundan en el cine y la novela rosa: dormir en la misma cama juntos, y amanecer abrazados, es una pose difícil de sostener y, peor, atenta contra lo que pretendemos construir. La encuesta realizada por The Better Sleep Council en 2023 demuestra que, mientras la mitad de las parejas consultadas afirma que disfruta dormir juntos en la misma cama, la otra mitad admite lo contrario. La mayoría de los adultos consultados considera que dormir abrazados aumenta la sensación de felicidad, y ocho de cada 10 cree que además reduce el estrés y la ansiedad, pero si bien es cierto que compartir la almohada genera cierta clase de apego, también puede afectar negativamente a la calidad del sueño.
Desde el ronquido nocturno hasta la pelea por la manta, ahora el uso de pantallas mientras uno de los dos intenta descansar, entre otros tantos factores de discordia, interrumpen el descanso que hoy sabemos es clave para la salud física y mental. “La cama es un espacio muy significativo en términos de intimidad y en términos de pareja, pero lo más importante del sueño es conseguir un buen descanso. Dormir es lo más egoísta que puedes hacer. Y sabemos que, si uno de los miembros de una relación duerme mal una noche, le falta empatía, tiene más discusiones y tiene más sentimientos negativos hacia su pareja al día siguiente. Esa no es una receta para una relación feliz.
Cuando duermas, ¡prioriza tu sueño! El resto del tiempo, prioriza tu relación”, aseguraba Neil Stanley en su libro How To Sleep Well. “Cuando hablamos de horarios incompatibles, es todavía más importante respetar los cronotipos en particular con las personas que tienen trabajos nocturnos. Precisamente ya por el mero hecho de tener un trabajo en horarios vespertinos, los trastornos del sueño se intensifican. Si a eso añades el hándicap de tener contaminación lumínica o auditiva en las fases del sueño profundo, el insomnio está servido, y con ello, una merma definitiva en el ánimo y la calidad de vida general. Esto afecta también a la libido, por lo que se puede entrar en un círculo vicioso de merma en la calidad de las relaciones de pareja”, dice por su parte Nuria Roure, Nuria Roure, psicóloga especialista en alteraciones del sueño, en un artículo publicado en el diario El País. “Cuando hablo sobre esto con mis alumnos de mi programa, ‘Por fin duermo’, siempre les recomiendo que de forma conjunta pacten una hora de ir a la cama juntos para tener ese momento achuchón y una vez ya acabado ese momento, la persona con cronotipo o horarios más nocturnos salga de la cama y la otra persona, con un horario más matutino, se quede ya en la cama para poder dormir” agregaba.
Lo que tiene de romántico compartir la cama dura lo que tarda en evaporarse un buen polvo, y lo que tarda Morfeo en apropiarse de nuestra lucidez. El resto, son fotografías de una fantasía peligrosa para la prosperidad de cualquier pareja consciente de que la estabilidad se consigue con estrategia y trabajo, de ahí que el sleep divorce (divorcio de dormitorio) se está convirtiendo en tendencia. Basta decir que en los Estados Unidos una de cada diez parejas decide dormir en habitaciones diferentes, según otro estudio de The Better Sleep Council. Respecto de la monarquía y los cuentos de hadas, los reyes y demás personajes con corona, siempre han dormidos solos. Según la biografía Elizabeth the Queen: The Life of a Modern Monarch, tal lo vimos en The Crowne, la reina Isabel II y el príncipe de Edimburgo dormían en cuartos separados, lo mismo los príncipes Kate y William. Como confirmó Lady Pamela Hicks, prima del príncipe Felipe, en Woman and Home: “En Inglaterra, la clase alta siempre ha tenido dormitorios separados”.
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