Dora Maar: lágrimas con y sin picasso
La celebridad del artista español llevó a la fama también a sus mujeres. Una biografía de quien fue su pareja entre 1936 y 1946, muestra que no sólo estaban pintadas
Picasso era un hombre con demasiada energía como para elegir una amante impulsa, de modo que todas las mujeres que pasaron por su vida fueron fascinantes, y siempre con estilos diferentes. Como las conocemos a través de su arte, y por medio de diversos anecdotarios y material biográfico que se ha acumulado en torno de ellas, las vimos de manera diferente de la que conocemos a la mayoría de las mujeres que fueron protagonistas del siglo XX. El arte de Picasso ha actuado, inevitablemente, como tarjeta de presentación. Como su arte llegó primero, acabó por moldear la imagen final que tenemos de esas mujeres hasta un punto inusual y, a veces, injusto.
En el futuro se escribirá sobre Dora Maar, y seguramente tendremos un relato más completo de su vida y de su obra que la primera biografía, publicada en Inglaterra en el curso de 2000, titulada Dora Maar: With and Without Picasso, y escrita por Mary Ann Caw. Pero cualquiera que se ocupe de Maar se encontrará con la misma dificultad: que ella fue "la mujer que lloraba", de Picasso, y por más que insista en que Dora no era realmente así, que había en su carácter muchísimo más que la espectacularidad de las lágrimas, de todos modos será reconocida siempre por sus lágrimas.
La mujer que llora es una imagen tan seductora e imponente porque ese quiebre de la compostura femenina que vemos en ella, la completa entrega al llanto, ha llegado a ser considerada como un eco de los acontecimientos del siglo XX y no como un registro de la apariencia de Dora Maar.
La mujer que llora cobró vida en 1937, a tiempo para llorar por la Guerra Civil Española. Hizo una aparición, ligeramente disfrazada, en la pintura antibélica más brutalmente elocuente del siglo: Guernica. Y como reapareció con tanta frecuencia durante los años anteriores al desencadenamiento de la guerra de Hitler, pareció ser una premonición del conflicto global que se avecinaba y al mismo tiempo un lamento por él. Debido al impacto que ejerció Mujer que llora, Dora Maar perdió su rostro para dárselo a la historia del siglo XX.
Sería apropiado poder insistir en que Maar no era para nada como "la mujer que llora" en la vida real. Pero en realidad, aparentemente no sería del todo cierto afirmarlo. Todo el mundo que tuvo la oportunidad de tener un contacto íntimo con ella -especialmente Picasso- se vio obligado a advertir sus dramáticos cambios de estado de ánimo. Era tumultuosamente apasionada, y nadie podía pasarlo por alto. El padre de Maar era un arquitecto croata. Y por ser medio eslava, sin duda Theodora Markovitch lloraba mucho, y a los gritos.
Del resto de la información biográfica reunida por Caw en su libro se desprenden datos como que Maar nació en París, en 1907. Cuando tenía tres años, su familia se trasladó a la Argentina, donde Josef Markovitch, originario de Zagreb, se convirtió en "el único arquitecto que no logró hacer una fortuna en Buenos Aires". La familia regresó a París cuando Dora tenía 19 años. Bilingüe, bella, llevada de aquí para allá por las tormentas, necesitaba sin duda un puerto. Seguramente, su propia historia personal la indujo a unirse a la vanguardia. Y el París de mediados de la década del 20 y principios de la del 30 estaba repleto de artistas creativos internacionales que se unían fácilmente en grupos que eran anti-esto y anti-aquello.
Maar se enroló en casi todos. Resulta particularmente notable uno de los más rotundos manifiestos que firmó, el de un grupo autodenominado Contraataque, que propugnaba sin vueltas "muerte a todos los esclavos del capitalismo". Eran los buenos tiempos de la rebelión social.
Una de las principales aspiraciones de su biógrafa, Caw, es demostrar que Maar fue una potencia creativa importante en sí misma. Y lo logra, no tanto por lo que escribe como por lo que muestra en el libro. Tras regresar a París, Dora decidió convertirse en fotógrafa. Y es en ese plano que sin duda merece nuestra mayor atención, independientemente de su vínculo con Picasso. Sus mejores fotos fueron producidas después de su asociación con los vanguardistas más extremos de París: los surrealistas. Es material perverso. Una figura desnuda y dominante cabalga sobre un hombre trajeado dentro de un estudio atiborrado y burgués, mientras un niño curioso los espía escondido debajo del escritorio. Un par de sensuales piernas femeninas, entreabiertas, dejan pasar entre ellas una cola de caballo. La imaginación de Maar, sadomasoquista y transgresora sin esfuerzo alguno, parece perfectamente adecuada para los propósitos del surrealismo.
Mientras estaba asociada con los surrealistas, Dora se convirtió en amante de Georges Bataille. Cualquiera que haya leído la magistral y, por cierto, explícitamente pornográfica obra de Bataille, Historia del ojo, puede imaginar fácilmente por qué se formó esa pareja. Pero Picasso debe haber soltado un chistido desdeñoso. El encuentro de Maar y Picasso nos ha llegado como un acontecimiento mítico. Los dos estaban en el famoso bar de vanguardistas, Les Deux Magots, cuando Picasso reparó en ella: una hermosa morena sentada a una mesa vecina, que jugaba con un cuchillo, clavándolo sistemáticamente entre los dedos de su mano. Algunas veces fallaba y se cortaba. Pero seguía con el juego. Llevaba guantes blancos, y más tarde Picasso le pidió, como recuerdo, esa prueba ensangrentada de sus travesuras. Inmediatamente se hicieron amantes.
Haya sido así o no este encuentro, la biógrafa no ve en la anécdota ninguna prueba de que Maar fuera una lunática, sino que más bien la considera una demostración de su profundo compromiso con los preceptos surrealistas. En realidad, Dora fue, sin duda, la más imaginativa e inteligente de las musas de Picasso. Pero al retratarla como la Mujer que llora, el gran artista parece haber predicho su futuro.
Después de que él la abandonó, Maar, la izquierdista, tuvo una crisis grave y se convirtió en una fanática católica reclusa. Era una creyente irracional por naturaleza, y su fe en Picasso debe haber sido igualmente fervorosa. Cuando se remataron sus posesiones, tras su muerte en 1997, se reveló que la mujer había guardado hasta los bocetos más intrascendentes del artista, cada fotografía, cada nota. Incluso conservaba -con anotación identificatoria- una gota de sangre de Picasso, que había manchado un papel.
El ocaso de un amor
La relación de Dora Maar con Picasso, que empezó como una ardorosa pasión en 1936, duró diez años. Ya en 1942 eran evidentes los roces y las tensiones entre ambos, pero fue el encuentro de Picasso con la joven y bella Françoise Gilot, ocurrido en 1942, el que finalmente determinó la separación. El final del vínculo se produjo en 1946, cuando Picasso hizo que Maar le dijera a Gilot directamente que su relación con Picasso había terminado. "Maar me dedicó una mirada breve y pesarosa -recordó Gilot más tarde-, y me dijo que verdaderamente ya no había nada entre Pablo y ella, y que me quedara tranquila porque yo no había sido la causa de la ruptura." Tras decirle a Gilot que Picasso "la arrojaría a la basura en menos de tres meses", Dora se dirigió al pintor y le espetó: "Nunca en tu vida amaste a alguien. No sabes lo que es amar".
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