Es una de las primeras órdenes religiosas que llegó a nuestra región, mucho tiempo antes de que nos constituyéramos como país. Puede vérselos a diario, caminando en las inmediaciones del convento porteño, a escasas cuadras de la Plaza de Mayo, y ante la sorpresa de algunos transeúntes, vistiendo sus túnicas con capucha de color blanco. Son frailes dominicos, continuadores de una misión fuertemente abocada a la predicación y la enseñanza, y custodios de una rica porción de nuestra historia.
La Orden de Predicadores fue fundada por Santo Domingo de Guzmán y confirmada por el Papa Honorio III en 1216. Llegados a nuestro continente en 1510, cuarenta años más tarde la orden hizo pie en el territorio que hoy conforma nuestro país. Cincuenta años más tarde, ya habían construido el convento en Buenos Aires, contiguo a la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, en donde actualmente descansan los restos del general Manuel Belgrano y en donde se exhiben dos banderas que Belgrano tomó del ejército realista y ofrendó a la Virgen, así como los emblemas arrebatados a las fuerzas inglesas durante la invasión de 1807.
Plenamente abocados al manejo de la iglesia, los frailes dominicos cuentan además con una universidad y, en paralelo, muchos de sus miembros dictan clases en colegios y universidades.
"La nuestra siempre ha sido una orden muy intelectual", explica fray José María Cabrera, psicólogo de profesión y profesor de Filosofía en la UCA, quien fue prior en los conventos de Buenos Aires, San Juan y Córdoba. "Actualmente soy el ‘maestro de estudiantes’. Es la persona encargada de la formación de los jóvenes dominicos teólogos. Tenemos tres etapas. Noviciado en Mar del Plata, la formación en Filosofía en Tucumán, y la última etapa que es la formación en Teología aquí en Buenos Aires. Yo me encargo de la formación de los jóvenes en esta etapa", explica.
Cabrera estima que, sólo en la Argentina, la cantidad de frailes se acerca a los 100. La Provincia Argentina –así se la llama dentro de la orden- está integrada por cuatro conventos: el de Buenos Aires, que funciona como Casa de Estudios; el de Córdoba, considerado Santuario Arquidiocesano; el de San Miguel de Tucumán, con Casa de Estudios y una Universidad Católica, y el de Mendoza, en donde funciona el Colegio Santo Tomás. Además, cuenta con seis casas: en Santiago del Estero, Santa Fe, San Juan, San Luis, La Rioja y Mar del Plata, en donde se transita el noviciado.
"No hemos padecido una caída drástica en las vocaciones religiosas, aunque es lógico que, si hay menos cristianos, también habrá menos sacerdotes", reflexiona Cabrera, quien reconoce que su profesión ha sido un aporte fundamental para ayudar al proceso de discernimiento de los más jóvenes.
Hubo un tiempo en el que, entre las diferentes órdenes religiosas, el lema que prevalecía era: "si no tienes vocación, háztela venir": no eran pocos los aspirantes que se acercaban por múltiples razones, aunque la genuina vocación religiosa no estaba entre ellas. Hoy en día, en cambio, se promueven procesos de discernimiento más profundos para evitar desenlaces nocivos tanto para el aspirante como para la congregación.
Fray Gonzalo Irungaray conserva muy fresco ese proceso. Recuerda que estaba de novio, ya se había recibido de contador y tenía un buen trabajo. "Pero sentía que Dios me estaba pidiendo algo más –recuerda-. Por eso, siempre digo que mi opción fue muy positiva, no impulsada por una crisis o algún tipo de necesidad."
El fraile recuerda que entonces habló con un sacerdote y comenzó su proceso de discernimiento. Su primera opción fue la de ordenarse como sacerdote, aunque no se animaba a entrar en un seminario. Así que comenzó a estudiar filosofía en la universidad de los dominicos. Hasta ese momento no había visto un fraile en su vida.
"Primero, me enamoré de la filosofía. Comencé a rezar con los frailes, a presenciar sus cantos gregorianos y fui testigo de su alegría. Al principio me costó entender esa alegría. ¿Cómo podía ser que fueran felices a pesar de vivir en un convento? Pero yo, que en ese momento podía pensarse que lo tenía todo, no tenía esa felicidad. El Debe y el Haber no me cerraban. No me cerraban las cuentas", rememora Irungaray.
Luego hizo un retiro con ellos. "Allí pude ver la parte humana y descubrí que no había que ser ninguna especie de santo para ser fraile. Que yo también podía serlo", agrega.
Un largo camino para ser fraile
Luego de ese retiro comenzó su proceso de formación. Un proceso que es largo. "Incluye un año de aspirantado, un año de pre-noviciado, otro año de noviciado, tres años en los que se cursa Filosofía en Tucumán, y cuatro años de Teología en Buenos Aires.'Nuestro carisma es la predicación, y por eso el estudio es tan importante para nosotros", explica Irungaray, quien a principios de septiembre tuvo su profesión solemne.
"La profesión solemne es el vínculo perpetuo con Dios, con la Iglesia y con la Orden. En los hechos, te da la plenitud de los derechos y obligaciones como fraile. Los profesos solemnes adquieren voz activa en el capítulo (que es nuestra instancia deliberativa de gobierno), pueden ser elegibles para ciertos oficios específicos, etc. Pero más importantes que los efectos jurídicos, son los efectos espirituales, ya que el profeso solemne queda consagrado a Dios para siempre, y toda su vida y acciones estarán ordenadas para el servicio de Dios y del prójimo. Es algo muy lindo ser como un cáliz 'vivo', consagrado, separado exclusivamente para predicar la palabra de Dios", agrega.
Una vez que un fraile es profeso solemne, continúa Irungaray, sigue su formación en teología y en vida religiosa. "Lo usual sería que al año siguiente sea ordenado diácono y al año siguiente, sacerdote. Pero las ordenaciones dependen mucho de los distintos institutos y de cada caso particular. Pero en la Orden de predicadores no solo hay sacerdotes, sino que también hay frailes cooperadores que viven el carisma dominicano y el apostolado de la predicación como religiosos."
La opción de Fray José María Cabrera sí fue ser sacerdote. Al finalizar la secundaria, recuerda, la vocación religiosa se le presentó como un enamoramiento, equiparable al que siente un hombre por una mujer. "Como yo tenía 17 años, mi padre me lo prohibió. Me dijo: ‘cuando seas más grande’, así que comencé a estudiar Filosofía en la UCA. A los 20 años, cuando comenzaba cuarto año de la carrera, ingresé en la orden. Cumplí la mayoría de edad siendo novicio. Sin duda, Dios me llamó y eligió sin ningún mérito personal, para ser dominico y sacerdote. Eso no quiere decir que yo haya sido todo lo entregado, solícito y generoso que Dios esperaba de mí. El buen Dios ha sido muy misericordioso conmigo", reflexiona el sacerdote.
La vida puertas adentro
La basílica es fundamental para la vida de los frailes. "La iglesia es el lugar en torno al cual vivimos los frailes del convento. Nuestra vida conventual se alimenta del canto de los salmos. Eso sucede a distintas horas del día en que vamos todos a la iglesia. La misa conventual, a la que asistimos todos, es el centro de nuestro día. Todos los frailes asisten y trabajan en la iglesia. Sea confesando, dando charlas, novenas, retiros de semana santa, vistas guiadas. Se hace un horario semanal, que establece qué le toca a quién y cuándo en la Iglesia", explica el fraile.
Un día típico en la vida del convento comienza a las 7.20, rezando en la iglesia, con cantos gregorianos durante 40 minutos. A las 8 se desayuna en comunidad. "Por lo general se utiliza la mañana para el estudio, el trabajo o el apostolado. A las 13 se almuerza", agrega. El almuerzo transcurre en silencio, mientras uno de ellos lee un libro para todos. Al concluir, comparten un momento distendido en la sala contigua.
Según la página de la congregación, por la tarde, los frailes en formación y los que son profesores concurren a la universidad, también es el tiempo que se utiliza para el apostolado. La jornada de ocupaciones concluye con la oración de la tarde, y allí se comienza a entrar en la tranquilidad de la noche. Finalmente se rezan las Completas y las antífonas a la Virgen y a Santo Domingo.
Para Cabrera es, justamente, este fuerte vínculo con lo espiritual el principal aporte de la orden en estos tiempos tan convulsionados. "Nuestra misión es predicar y enseñar que Dios nos ama y quiere seamos felices. Que ese camino de plenitud se puede alcanzar hoy, y está en el evangelio de la vida. Dios quiere plasmar esa vida feliz en nuestra vida personal, y extenderla a la vida social en nuestras leyes y reglas de convivencias. Porque si son más cristianas, serán más humanas, y por ende más fuente de plenitud y felicidad. Nosotros como comunidad, siendo hombres débiles y pecadores como todos, queremos testimoniar, con nuestra vida, que esto es posible."
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