Silvana comenzó a tener ataques de pánico, se dejó estar y se deprimió pero pudo comenzar un tratamiento fundamental para empezar una nueva vida.
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“Es un volver a ser. A veces, no me doy cuenta de lo que logré, pero es muy superador verlo en el tiempo y darme cuenta que con constancia y con aprendizaje se puede salir adelante. Mis hijas crecieron con una mamá muy segura, que es fuerte y ellas son muy independientes”
A los 17 años Silvana Gotuzzo tuvo episodios esporádicos que pudieron tener alguna relación con los trastornos de la ansiedad. En algunos momentos sintió mareos y tuvo presión baja. Esos síntomas le volvieron a aparecer cuando nacieron sus hijas. Manifestaba una “preocupación irracional” sobre lo que podría acontecer con las niñas si a ella le ocurría alguna tragedia. Siempre anticipándose a algo catastrófico.
El inicio de los síntomas
Sin embargo, los indicios comenzaron a aparecer con mayor frecuencia en el año 2006 cuando su esposo, Claudio, se quedó sin trabajo al quebrar la empresa en la que se había desempeñado durante 18 años.
“Empecé a tener síntomas físicos como dolor de estómago, puntadas, ahogos y a sentir miedos irracionales como no querer salir sola a la calle por temor a descomponerme o a perder la memoria”.
Desde ese momento, cuenta, se volvió sumamente dependiente de su marido, y no se animaba ni siquiera a salir a comprar una leche enfrente de su casa. Y hasta llegó a cambiar los turnos con los médicos para que él la pudiera acompañar.
Cada vez se recluía más
“Yo estaba de muy mal humor, no quería salir si no estaba acompañada. Como esposa estaba siempre exasperada. Se caía un papel y me ponía loca, les gritaba a las nenas si no hacían la tarea. Tenía miedo a morirme, a que me ocurriera un paro-cardíaco o un desmayo fuerte y no hubiera nadie cerca para auxiliarme”, confiesa.
Su marido le proponía salir solos a cenar y ella se negaba permanentemente. Y cuando alguna vez, muy de vez en cuando, aceptaba ir a la casa de una pareja de amigos debían volverse muy temprano porque, generalmente, le agarraban fuertes dolores de cabeza o tenía dificultad para tragar lo que comía.
“Mi esposo me decía que yo no era así”
Lo único que no dejó de hacer durante esos cuatro largos años, dice, fue cumplir con su trabajo como docente en una escuela primaria durante la mañana y en otra de adultos por la noche. Sin embargo, seguía con todos esos pensamientos que no le permitían disfrutar de su profesión ni mucho menos del amor de sus seres queridos.
“Mi esposo me preguntaba qué me pasaba, me decía que yo no era así, me preguntaba por qué no salía con las nenas. Y yo le respondía que no lo podía controlar, que me venían esas sensaciones catastróficas que no podía manejar”.
Cuando peor estuvo de salud, Silvana comenzó a delegar muchas cosas, especialmente las referidas al dinero ya que no tenía idea de los gastos de su casa y sólo manejaba plata para viajar en colectivo para ir a su trabajo, las veces que se animaba a hacer la cola en la parada. “Me veía mal, deprimida, me dejé estar. No me maquillaba, me había oscurecido el pelo y ya no sonreía en las fotos”.
Un click llamado Sofía
Una tarde de lunes de fines de mayo del 2010, Silvana tenía que llevar a su hija mayor, Sofía, que en ese momento tenía 10 años, al dentista y como tantas otras veces, antes de salir de su casa, comenzó a dar vueltas y vueltas para tratar de bajar la ansiedad. “Mamá: quedate tranquila que estás conmigo”, cuenta que le dijo. “Cuando ella me dijo eso hice el clic porque pensé que yo era la que tenía que encargarme de mi hija, no ella de mi. Le voy a arruinar la vida y eso no es justo. Esas palabras fueron las que le indicaron que no podía seguir así. Tenía que hacer algo por mí para no cargar a mis hijas con mis miedos no resueltos”, sintió Silvana en ese momento.
Aconsejada por una amiga, que se había tratado por ataque de pánico, y luego de aquel episodio con Sofía decidió ir a una de las charlas de la Fundación Fobia Club, institución cuyos objetivos fundamentales son la docencia, investigación y orientación a personas que padecen trastornos de ansiedad y a sus familiares.
Esa tarde escuchó una charla orientativa grupal a cargo del director general, el Dr. Gustavo Bustamante, se sintió totalmente identificada con sus palabras y se puso a llorar cuando comprobó que no era la única que pasaba por esos padecimientos.
Trastorno de Ansiedad Generalizada
Lo que más le impactó a Silvana de esa primera reunión fueron los testimonios de personas que ya habían pasado por esa situación y relataban que, al principio, no podían cruzar la calle ni tomar un colectivo. En ese momento pensó que si esas personas se habían curado, ella también podía hacerlo.
Al día siguiente llamó a Fobia Club, se entrevistó con el Dr. Bustamante, quien luego de realizarle exhaustivos estudios médicos y un test psicológico determinó que padecía Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG), un cuadro que se presenta como una ansiedad y preocupación excesiva, con relación a una situación, eventos o a otras personas.
Desde ese momento, tomó mucho impulso y decidió comenzar el tratamiento, apoyada y contenida desde muy cerca por su esposo, sus hijas, sus padres, su hermana y su cuñado, a quienes agradece enormemente por la contención y el amor que le brindaron en los momentos más difíciles de su vida.
“Claudio fue al encuentro para familiares para saber lo que tenía que hacer en el momento del ataque. Al principio fue guiado. Luego, ya sabía que si empezaba con síntomas de ansiedad sólo tenía que esperar 20 minutos (el pico de la ansiedad dura entre 10 y 20 minutos) para charlar y de esa manera sacarme del foco que estaba provocando esa situación o simplemente quedarse al lado mío”.
El desafío de enfrentarse a la ansiedad
Tras completar tres sesiones individuales con una psicóloga, a Silvana la derivaron directamente a las charlas grupales de los días sábados, donde tuvo que exponer y anotar cada una de las situaciones de la vida cotidiana que no podía realizar.
Al principio, cuenta, empezó a viajar con un coordinador (es una persona ya recuperada) en colectivo. Y aunque confiesa que las primeras veces “fue bravo”, reconoce que de a poquito fue tomando confianza. “Yo veía que cada sábado iba progresando y me acuerdo de cuando viajé sola desde casa hasta Recoleta. Después me animé a ir caminando esas 12 cuadras hasta el colegio. Cuando estaba tan mal, aún sin estar bien de plata, me tomaba un taxi para no tener que estar esperando en la parada”.
Después de animarse a viajar sola otra vez en colectivo, Silvana volvió a caminar, a trasladarse en subte y a hacer salidas un poco más extensas. No por casualidad, recuerda que una mañana (mientras hacía el tratamiento) tuvo que viajar a la ciudad de La Plata sin la presencia de su esposo y de sus hijas. “Al principio me angustié, pero una vez que subí al micro se me pasó todo. Una va adquiriendo confianza y te das cuenta que podés”.
En algún momento del tratamiento, los médicos le recetaron unos ansiolíticos para poder dormir mejor, cuya dosis se fue reduciendo a medida que se iba mejorando.
Una nueva vida: un cambio de 180 grados
Ya hace 12 años que Silvana realizó el tratamiento y desde ese momento su vida dio un giro de 180 grados. “Llevo una vida normal sin ninguna medicación. Hoy por hoy tengo las herramientas para saber cómo actuar si aparece algún síntoma del ataque. Empecé de a poco a volver a viajar en colectivo. Hoy manejo en ruta. Salgo de noche, camino, me alejo de casa, cosa que antes no podía. Rendí un examen y tomé un cargo jerárquico en la conducción en mi escuela nocturna. Hago caminatas por la reserva. Voy al gimnasio. Mi mente cambió y por ende mi cuerpo también empezó a mejorar. Ya es un hábito y un modo de vida”, se enorgullece.
A medida que se sintió más segura Silvana, que actualmente tiene 47 años, comenzó a comprometerse mucho más con sus clases y con sus alumnos ya que antes se limitaba a preparar la clase como un mero hecho de rutina. “Cuando me animé a contarles lo que me pasaba a mis compañeros de trabajo ellos me apoyaron y me contuvieron. Querían saber cómo estaba, ver mis progresos. La verdad que son de fierro. También mis amigos íntimos me ayudaron enormemente”.
“No se crean que no es nada y que se les va a pasar solo”
Y lo principal, cuenta, es poder disfrutar el día a día junto a su marido y a sus dos hijas: Sofía (24) y Oriana (18).
“Para las personas que están atravesando este tipo de enfermedades lo principal es pedir ayuda. Decirle a alguien en quien confíen qué es lo que les está pasando y con esa persona buscar un lugar o un profesional que los ayude. No se crean que no es nada y que ya se les va a pasar solo. El tratamiento de ansiedad tiene la ventaja de que la recuperación y los resultados se dan en tiempos super rápidos si se hace lo que el profesional indica. Y uno siente que le devuelven la vida”.
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