Dolina: negro tirando a gris
A punto de presentar en el Avenida su opereta criolla Lo que me costó el amor de Laura, repasa su trayectoria y confiesa que le teme, más que a la vejez, a cierta decadencia intelectual. En general, parece sobre todo muy orgulloso de su cerebro
Alejandro Dolina logró con la grabación de la opereta criolla Lo que me costó el amor de Laura el tributo en vida de gente tan importante como Ernesto Sabato y Mercedes Sosa, Joan Manuel Serrat y Sandro, Horacio Ferrer y Julia Zenko, Les Luthiers y Juan Carlos Baglietto, Federico Mizrahi y la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por Pedro Ignacio Calderón. Todos ellos dejaron sus huellas musicales y artísticas en ese trabajo que, en unos pocos días, tendrá una versión teatral. Publicista y jinglero en sus años juveniles; periodista y humorista; escritor de libros de gran calidad y originalidad y de notable venta como Crónicas del Angel Gris (que vendió ya 300.000 ejemplares) y conductor de La venganza será terrible, por Radio Continental, Dolina cultiva el perfil de un poeta bohemio y refinado que habla con la cuidada perfección del idioma escrito.
La nota se realiza en el teatro Margarita Xirgu, en un alto de los ensayos de la opereta que se estrenará el viernes en el Avenida y que, por razones de costos, no se representará más de media docena de veces en Buenos Aires.
-Lo veía arriba del escenario, ensayando, y me preguntaba si le gustaría ser actor, si cree en los códigos...
-Sí, me gusta mucho. No estudié teatro, debo ser uno de los pocos argentinos que no lo hizo.
-Una hipótesis, que no es propia: ¿no cree que tienen fronteras comunes el teatro y la radio?
-Sí, sí... Aun cuando uno acepta que los oyentes no lo ven, tiene mucho de teatro. Y aunque sean elementales, nos instalamos en unos personajes que mucho tienen de teatral.
-En numerosas ocasiones fue citado como el autor de la idea de que la mayor parte de los emprendimientos masculinos tiene como objetivo seducir mujeres... ¿Lo acepta como un rasgo de dolinización social?
-Se trata de frases menores, no centrales, respecto de aquello que pomposamente se podría llamar mi pensamiento. Existe, sí, lo advierto, la necesidad de arrinconarme en un estante, claro y acotado. Es preferible que yo permanezca siendo un sujeto que dice frases ingeniosas como ésa. Un chico de barrio que evite pensamientos complejos. Pero ya no soy un niño y, lamento decirlo, tampoco un muchacho de Caseros. En estos años he aprendido algunas cosas, no sé si muchas, pero algunas. Esta ubicación interesada que se hace de mi persona sirve para no registrar el grado de complejidad que -y lo digo, lo juro, sin ninguna petulancia- pueda aparecer en mi modestísimo pensamiento.
-¿Qué valora especialmente de su pensamiento?
-Lo que escribo, creo yo, con alguna decencia; tengo algunos conocimientos musicales, tengo una veta comunicacional y hasta actoral que resulta eficaz. El cruce posible de un corpus originado en la cultura universal con el surrealismo, la cultura clásica con la moderna, originan los ingredientes centrales de algo parecido a un pensamiento.
-Si alguien se volviera loco y decidiera organizar un seminario sobre el pensamiento de Alejandro Dolina, ¿a quiénes sugeriría como invitados para ese seminario?
(Se ríe.) -Si adivino lo que quiere preguntarme en realidad, o sea, aquellos pensadores que más admiro le diría que hay varios. Pero no podrían ser invitados, porque los que más admiro, se han muerto hace relativamente poco. Se ha muerto Octavio Paz, por ejemplo, pero quedan Carlos Fuentes el profesor Jorge Bosch, que es el rector de la Universidad Caece... Se trata de personas muy interesantes.
-Si alguien le encargara la famosa nota 24 horas en la vida de Alejandro Dolina, ¿qué no dejaría de incluir y qué omitiría, incluso por piedad?
-Yo mentiría, naturalmente. De las 24 horas del día, calculo que 23 son perfectamente inútiles, reservadas a comisiones de nula importancia: cerrar canillas, guardar cosas domésticas. La hora diferencial, la verdad, a veces tampoco resulta emblemática y ni siquiera funcional a los efectos del reportaje. Guardamos la superstición que un guitarrista, un filósofo o un matemático se la pasan pensando todo el tiempo o haciendo cosas geniales, o que un héroe ya lo era a los dos años de edad o un poeta ya rimaba desde la cuna. No es así, ni siquiera los criminales se la pasan cometiendo crímenes todo el tiempo. Nuestras vidas no sirven a los efectos de un reportaje que necesita ser simbólico. Pues ahí estoy yo haciendo una vida que bien podría corresponder a la de un conductor de radio, pero que también podría corresponder a la de un pelotari, un billarista de tres bandas o un fabricante de churros.
-Hablando del conductor de radio: cuando le toca salir del país, ¿qué pone en el rubro actividad?
-Es una cosa verdaderamente difícil: suelo poner empleado, con objeto de sorprender a los que me acompañan con un gesto de supuesta humildad. (Se ríe mucho.)
-Más allá de la humildad, ¿le gustaría ser propietario de una radio, con lo que dejaría de ser empleado?
-No, no, soy muy malo poseyendo.
-¿Le interesa la política?
-Claro que me interesa, pero no soy un hombre de vocación política. La política no me obsesiona.
-Leí que una de sus obsesiones era la literatura policial. ¿Sigue así?
-No tanto ya, se trata de un antiguo mal hábito.
-¿Por qué mal hábito?
-Porque siendo que uno no va a ser lector de toda la literatura del mundo, haber hecho el inútil esfuerzo de leerse 500 novelas policiales es demasiado.
-¿No le sirvió?
-Sí, me sirvió como puerta de entrada a la otra literatura. Porque después de haber leído a Ellery Queen, a Dickson Carr, a Agatha Christie, a Patrick Quentin, un día apareció Chesterton y empiezo a notar una diferencia. Chesterton me contagió la literatura inglesa y seguí con Oscar Wilde, y después ya no leí más novelas policiales, aunque ya, con 14 o 15 años, había leído demasiadas.
-En la radio se dio grandes gustos, como divulgar los mitos griegos, los romanos...
-Al inicio del programa no lo hacía. Empecé a hacerlo, muy con cuentagotas, de un modo muy efímero, en relación con comentarios casuales. Con la especial resistencia de los que me acompañaban en el programa, ya que pensaban que eso más bien ahuyentaba a la audiencia. Pero lo que se produjo fue el siguiente fenómeno: el público lo fue autorizando paulatinamente. Encontré una buena devolución, repercusión, interés, cierto éxito. Una vez me ocurrió algo al hablar del libro Vida y opiniones de Tristan Shamdy, un texto rarísimo, de Lawrence Stern. Es un texto vecino al humor surrealista, pero lo que más me asombró fue otro dato: que en su época, San Martín leyó este libro. Al poco tiempo, la gente de la librería Gandhi me informó que, para su sorpresa, habían vendido unos cuantos libros de Shamdy.
-¿Cuál es su mito griego preferido?
-Había uno... pero, claro, no es tan vigente. Es el mito de Anteo, que vivía en Flegras. Hércules lucha contra un gigante llamado Anteo, poderoso, pero que más fuerte era cuando caía a tierra porque hacía contacto con el lugar al que pertenecía y se llenaba de energía. Cuanto más era revolcado por el piso por Hércules más vigor juntaba. En medio de una pelea, Hércules se da cuenta y se lo lleva en andas a un lugar distante del de su nacimiento y sólo allí puede vencerlo. Es un mito muy interesante para hacer notar la importancia de la tierra en donde uno ha nacido y la fuerza que nos proporciona.
-Su opereta Lo que me costó el amor de Laura tiene que ver con el amor no correspondido...
-Sí...
-¿Cuáles serían las ventajas de esa clase de amor?
-Unicamente tiene ventajas poéticas. En la medida en que toda poesía proviene o se origina de una carencia, de una ausencia. En la opereta se cuenta la historia de un amor no correspondido. O correspondido de un modo tan misterioso que es como si no fuera correspondido. Pero hay también una serie de rimas entre el amor, la muerte, la hechicería, como emblemas femeninos que tiran del hombre y que los lleva a realizar actos heroicos, inexplicables, llevados por esa fuerza. En fin, que si usted quiere decirlo de otra manera: que los tipos hacen todo lo que hacen para levantarse minas.
-Que es lo que queríamos demostrar desde el principio. Alguna vez declaró que no era que el amor le aseguraba la inmediata creación. No es que me enamoro y enseguida me sale una chacarera, dijo. ¿Qué es lo primero que le sale si no es una chacarera?
-No, claro... quiero decir que no hay un determinismo entre amor y creación. La inspiración llega cuando hay dificultades. El amor suspende, aunque sea por un rato, la creación. Macedonio (Fernández) decía que lo había cautivado el ejercicio de la filosofía, pero siempre lo interrumpía la felicidad. Es como si la plenitud amorosa viniera a interrumpir la tarea del pensador.
-¿En qué época de la Argentina, que no fuera ésta, le hubiera gustado vivir?
-No sólo en la Argentina, sino en el mundo, en la primera parte del siglo XX, porque desde el punto de vista artístico fue una fiesta. Esta licuadora que es el posmodernismo se ha ocupado de abatir a todas las escuelas, y tuvo su antípoda en aquel vergel de nuevas ideas, teorías, artes.
-Y en la radio,¿ en qué época le hubiera gustado trabajar?
-En ésta, porque mi versación, mi tono, mi energía, sólo pueden darse en esta época.
-Otra de las actividades que desarrolló, y mucho, fue la redacción de publicidad y, dentro de ésta, la composición de jingles. En esta materia, ¿recuerda cuál fue el primero?
-Fue uno que decía, y a lo mejor alguno se acordará de él: Si me mandan al banco voy contento, porque dan el 24 por ciento, perteneciente al Banco Popular Argentino... El personaje era un cadete, cuyo nombre también quedó, el Che Pibe.
-Qué curioso que la memoria musical le sobrevivió al producto, porque ese banco no existe más. Otra cosa: según leí hay una persona que en una reunión le escuchó decir cosas ingeniosas y le dio la primera oportunidad de trabajar en una agencia de publicidad. ¿Quién era esa persona? ¿Quiere decirlo?
-Yo tenía 20 años, acababa de abandonar la carrera de Derecho, pero también había abandonado toda pretensión. Era lo que se dice un vago. Un día me invitaron a una fiesta y al parecer dije una serie de cosas ingeniosas, seguramente ajenas. Entonces, un muchacho que estaba allí, algo más grande que yo, que por entonces salía con una amiga mía, me preguntó de qué trabajaba. Le respondí que no trabajaba de nada; entonces, me preguntó cuáles eran mis sueños y le dije que ninguno. Igualmente me pidió que lo fuese a ver a una agencia de publicidad y me ofreció trabajo. Y no sólo eso, también me aconsejó y me fue presentando a jóvenes como Carlos Trillo, Caloi, Marcos Mundstock. Se llamaba Manuel Evequoz y murió asesinado durante el Proceso militar. Y no es otro que Manuel Mandeb, el personaje de mis libros. La de él fue una figura de importancia capital en mi vida.
-Si es cierto lo que dicen algunos archivos acerca de que en 1971 estaba en París, ¿qué hacía allí?
-Paseaba. Me habían echado de un trabajo, tenía un dinero, unas amigas me acicateaban por carta diciéndome que aquello había sido hecho para mí y fui. Llegué, comprobé que no había sido hecho para mí, pero igual reconocí que estaba muy bien hecho. Disfruté, recorrí Europa por casi un año y allí empecé a escribir unas historias que años después escribí para la revista Humor, como el personaje del Angel Gris. Que al principio lo dejé porque me parecía que no me había salido bien.
-¿Qué habría ocurrido si aquel joven no hubiera regresado a vivir aquí?
-Hubiera sido una desgracia. ¿Se acuerda lo que le conté de Anteo? Pues, Hércules me hubiera derrotado mucho más fácilmente.
-¿Pensó alguna vez si le hubiera podido ocurrir lo mismo que a su amigo Manuel?
-Sí, me pasaron cerca algunas situaciones difíciles. No porque hubiera tenido alguna actuación relevante, simplemente por cercanía, o porque era como el biotipo rechazado por el proceso.
-¿Sigue sufriendo de insomnio?
-No tanto ahora, pero porque resolví ciertas cosas prácticas de mi vida: trabajo de noche, me acuesto a las seis de la mañana. Si me acostara a las doce seguiría sufriendo de insomnio.
-¿Y se le ocurrían cosas durante el insomnio? ¿Dormía con un anotador en la mesita de luz?
-Se me ocurrieron las mejores cosas. Y sí, las anotaba en unos cuadernos. Casi todo lo que escribí lo hice en esas horas, haciendo ruido, molestando a los demás integrantes de la casa.
-¿Qué es lo que más lo inquieta y lo que menos entiende del paso del tiempo?
-Desde luego lo que le inquieta a todo el mundo: la muerte se aproxima, sobreviene la decadencia no advertida de las facultades mentales. Pero últimamente he descubierto una cierta decadencia, que se instala en algunos de nosotros de un modo precoz. No a los 80 años ni a los 70, sino a los 40 o 50: el hábito de no pensar, la cómoda ubicación en un rol que otros le han asignado a uno, el cultivo de una huerta de lugares comunes. Eso tiende a convertir a muchos muchachos interesantes que conocí en verdaderos papanatas. Y ni siquiera estoy seguro de no ser yo uno de ellos.
-¿Cómo se combate esa tendencia?
-La forma no debe ser otra que una enorme actividad, aprendiendo, golpeando puertas nuevas. Siempre les pido a mis amigos que me adviertan de mi decadencia...
-¿Y ellos lo hacen?
-No, porque tienen una proverbial falsedad, y continuamente me dicen: Bien, Alejandro, sigues tan inteligente y agudo como siempre. El chiste que acabas de contar sobre el paisano que fue a comprar supositorios a la farmacia ya lo escuché 44 veces, pero me ha hecho reír como si lo escuchara por primera vez.
Filiación del Ángel Negro
Alejandro Ricardo El Negro Dolina nació el 20 de mayo de 1945 en Morse, provincia de Buenos Aires, aunque sus padres querían que naciera en el vecino, querido pueblo de Baigorrita, fundado por su bisabuelo. Allí vio la luz, pero el sitio de crianza que reivindica es Caseros, el terruño chico que comparte con Sabato. Ferviente lector, culto y autodidacto por antonomasia, sumó y salpicó estudios por aquí y por allá: desde bandoneón, piano y guitarra hasta algunos años de Derecho, cantó en coros y compuso jingles y armó sólidas campañas publicitarias. La tarea en la que más persistió fue la creación y conducción de programas de radio, en los que dejó una marca como brillante observador de su tiempo, un espontáneo pero fundamentado improvisador y dueño de un refinado sentido del humor. En radio se inició en 1972 -el mismo año en que con Carlos Trillo inauguró un dueto de fierro en la revista Satiricón- en el ciclo Mañanitas nocturnas, donde hacía el inolvidable personaje Gómez, un periodista pícaro. Luego trabajó en la revista Mengano y en el lanzamiento televisivo del personaje Clemente, de Caloi. Desde 1986 viene imponiendo su estilo en la madrugada radial, primero con Demasiado tarde para lágrimas y desde 1993 con su actual título y formato La venganza será terrible, acompañado por Gabriel Rolón, Guillermo Stronatti y, entre otros, Jorge Dorio y Elizabeth Vernaci. Transmitido en vivo, de lunes a jueves, reúne a 300 jóvenes en el café Tortoni y los viernes llena el teatro Margarita Xirgu. Es autor de los libros Crónicas del Angel Gris, El libro del fantasma y Lo que me costó el amor de Laura, acompañado por dos compact disc. En cine trabajó en los films Las puertitas del señor López y El día que Maradona conoció a Gardel, y en televisión participó de los ciclos La barra de Dolina y Fuga de cerebros, con Lalo Mir. En estos días estrena en el Avenida la opereta Lo que le costó el amor de Laura y concluye la grabación de un disco de 14 tangos criollos y románticos, que vendrá acompañado por un libro con 14 relatos de su autoría, cuyos títulos serán los de los tangos. El libro que más admira es Del sentimiento trágico de la vida, de Miguel de Unamuno. Dolina es soltero, tiene dos hijos, Martín, de 15, y Alejandro, de 20. es hincha de Boca (“pero no del fútbol como espectador. Al fútbol prefiero practicarlo que verlo”, aclara) y actualmente vive en el barrio de Núñez.