Llevaba tan solo un año como supervisora de una cadena de locales ubicados en estratégicas zonas comerciales en la provincia de Corrientes. De lunes a sábados y hasta el mediodía Clarivel (25) debía controlar que todo marchara sobre ruedas en aquel negocio de la avenida que por esos meses se había convertido en su oficina.
"Nunca lo había visto, pero ese mediodía sin dudas llamó mi atención. Era limpio, esbelto, con unos hermosos ojos verdes y una sonrisa que hasta hoy recuerdo con todos los sentidos. Llevaba una camisa blanca, unos jeans oscuros y náuticos azules. Su perfume era increíble. Lo miré de tal forma que se dio cuenta, honestamente me había impresionado su porte. Lo atendí cordialmente, como a todo cliente, había venido a comprar una cerveza para su almuerzo. Pagó y se retiró. Pero la curiosidad me ganó y decidí seguirlo con la mirada. Entonces pude ver que entraba en una casa de dos pisos que estaba exactamente frente al local".
Al día siguiente Clarivel se arregló más de lo habitual. Si aquel hombre vivía frente a su trabajo y volvía a verlo, quería sorprenderlo. Y ese mediodía, como atraído por un imán, él se presentó en el local. "Nos quedamos hablando un buen tiempo, era un día tranquilo de trabajo y podía tomarme ese rato para distenderme. Al despedirse me pidió mi número de teléfono. Algo dentro de mí se negaba a hacerlo. Había tenido malas experiencias en el pasado y no quería arriesgarme. Le pregunté si era casado. Me dijo que estaba separado hacía nueve años y que tenía una hija".
Clarivel permaneció unos segundos en silencio, pensativa, y finalmente accedió a compartir su número. Él se marchó y a los pocos minutos le escribió, empezaron a intercambiar mensajes por WhatsApp. Se llamaba Héctor y tenía 47 años. "Las palabras que usaba al escribirme denotaban que era un hombre totalmente maduro y eso me encantaba. Me preguntó a qué hora salía, le dije que a las 15. Evidentemente tuvo muy en cuenta ese dato. Cuando salí del negocio y me dirigía a la parada esperando el colectivo, de pronto apareció una camioneta blanca recién sacada de la concesionaria y se paró delante mío. Para mi sorpresa al bajar el vidrio era él...me invitó a llevarme y accedí. No lo niego, era mágico verlo. Mientras me llevaba a mi casa le pregunté a qué se dedicaba. Me dijo que estaba en el negocio de compra venta de todo tipo de autos y camiones".
Los días pasaron. Héctor cruzaba religiosamente todos los mediodías al local para saludar a Clarivel. Hasta que finalmente acordaron una cita. "Ese día se veía más guapo de lo habitual". Pasearon por la ciudad en la camioneta, cenaron pizza y cerveza en un bar. La charla fluía, era la primera vez que ella lo veía sin apuro y ambos se sentían a gusto.
-¿Te molesta mi edad?, preguntó él
-Si me importara, no hubiera accedido a salir esta noche, aseguró ella con una sonrisa.
Caminaron para comprar un helado y se sentaron a disfrutar de la vista de la costanera mientras reían y hacían bromas. La salida siguió hasta la casa de Héctor. "Al entrar había que subir una escalera que terminaba en el living. Me tomó de la cintura con tal fuerza que me besó. Yo no podía parar, quería más. Pero frené el beso. Me conocía. No quería terminar en una situación para la que todavía no estaba preparada. Fuimos al living y empezó a besarme nuevamente. Le dije que parara pero él quería besarme más y más. Hasta que me enojé, tomé mis cosas y salí de ahí, furiosa. Me tomó del brazo y me metió a la camioneta. Yo te traje, yo te llevo, me dijo sin titubear".
Viajaron en silencio hasta la casa de Clarivel. Ella bajó de la camioneta con un portazo y entró en su casa sin mirar atrás."No podía creerlo: esa imagen de caballero, de hombre recto, se había esfumado. Su actitud me dolió de tal forma que terminé llorando en mi cama. Lo que no sabía en ese momento era que ya estaba perdidamente enamorada de él....".
Silencios que hablan
Pasaron dos semanas después que aquella salida. Héctor no apareció por el local ni dio señales por celular.
-¿Debo considerar tu silencio como que no me vas a hablar nunca más?, preguntó ella en un mensaje temeroso.
-Vos fuiste la que se enojó y me ignoró por completo, respondió él al instante.
Héctor se disculpó y pidió una nueva oportunidad. Iban a verse de nuevo. Así pasaron varias citas que marchaban sin problema, aunque todavía sin intimidad. Un fin de semana decidieron que la noche estaba ideal para ir a bailar y así lo hicieron. Tomaron champagne, se besaron, bailaron y disfrutaron sin restricciones. Terminaron en la casa de Héctor. "Nos consumimos por el deseo y la pasión, me hizo el amor de tal forma que me volvió loca. Sus besos y caricias fueron todo lo que había esperado y más". Así continuó la relación entre ellos. Hasta que los malos momentos pronto comenzaron a nublar el vínculo.
-¿Hacia dónde va nuestra relación?, dijo un día Clarivel
-Yo no busco una nada serio, estoy acostumbrado a estar solo, afirmó él.
"No lo entendía. Hacíamos todo como una pareja. Me presentaba a sus amigos, salíamos a cenar con ellos, me llevaba y me buscaba al trabajo. Pero jamás hablaba de conocer a su familia y mucho menos a su hija. Fue ahí que me planteé si seguir o no. Sabía que cualquiera de las decisiones no iba a terminar bien y así fue. Estábamos juntos pero después se distanciaba con la excusa de que quería estar solo. Al tiempo volvía arrepentido con regalos, flores y disculpas. Y yo aceptaba la situación porque lo quería".
Así pasó un año y medio. Idas y vueltas. Fiestas, celebraciones e incluso el cumpleaños de él. Pero Héctor se negaba a incluirla en sus planes a incluir a Clarivel en sus planes familiares. ¿Que secreto guardaba? ¿Por qué se alejaba sistemáticamente pero se dejaba ver por ella cotidianamente cada vez que salía o entraba a su casa? Clarivel nunca lo supo y decidió, con mucho dolor, poner fin a la relación. "No pienso hacerme más daño pensando en lo que pudo haber sido y las razones por las que él prefiere ser un alma solitaria. Sí, su amor todavía me duele pero estoy segura que el tiempo curará mis heridas".
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