Disney sin sonrisas y con juegos silenciosos y semivacíos
Paradojas del coronavirus: el lugar más feliz sobre la tierra ya no muestra sonrisas. Apenas algunas estampadas en barbijos de visitantes, con la nariz y boca de Mickey, o la de Stitch con cuatro dientes a la vista. También hay de Pooh, o de Starwars. El merchandising de tapabocas es el nuevo invitado.
Disney World puso en marcha protocolos desde que cerró en marzo y reabrió en julio. Lo primero es limitar la capacidad de los parques. Al comprar el ticket en la web, debo reservar los días específicos en cada tierra. El calendario se muestra antes de comprar los pases, para asegurarme disponibilidad antes de abrir la billetera. Los días que busco están en verde, al igual que el resto del calendario. Compro y reservo, junto con el hotel.
Más que nunca, la aplicación My Disney Experience es imprescindible. No hay forma de abordar a ciertos juegos, o siquiera almorzar, si no es con celular en mano. Apenas compro mis tickets en la web, sobresalta un popup en mi teléfono. La aplicación me da las gracias por reservar (sincronización Disney). Me dice que están muy entusiasmados con mi visita.
La mayoría de los hoteles están abiertos. Dos días antes de mi llegada, la app me avisa que puedo hacer el check in. Me pregunta mi hora de arribo (pongo las 9:00, a ver si me dan la habitación temprano) y me ofrece evitar pasar por el mostrador ni tener contacto con nadie. El día de mi llegada, a las 8:30 recibo en el celular la buena nueva: "Su habitación Nº 5205 en el Disney’s Caribbean Beach Resort está lista". También me notifica por email y me deja latente un botón que dice "abrir puerta". Al llegar voy directo a mi cuarto. Un poco incrédula, con el bluetooth activado, coloco el celular cerca de la cerradura, y ¡voilà! la lucecita verde se enciende, la puerta se desbloquea. Ya empezó la magia.
Es jueves. Se ve poca gente. Tanto en el hotel, como en la cola donde aguardo junto con cinco personas la llegada del micro que nos lleve al parque. Todo humano caminante usa barbijo. "¿Cuántos son?" me pregunta el chofer desde arriba y me indica dónde sentarme, como si ya estuviera dentro de una atracción. El bus tiene algunos asientos anulados, y otros están separados por acrílico para dividir los grupos. El chofer nos ubica bien distanciados. Nos conduce a Animal Kingdom.
Under the Sea, de La Sirenita, suena de fondo y en estéreo. Todo parece normal salvo que somos pocos (¿cómo era cuando me trajeron mis padres en los años 80?), y hay una carpa blanca montada en la entrada. Me toman la temperatura en medio segundo. Luego paso por el detector de metales, y abrimos bolsos para control. Atrás dejamos el virus y el terrorismo. Ahora sí, bienvenida a Disney.
Los empleados muestran la simpatía de siempre con fuertes "welcome". Les leo la sonrisa en los ojos. Todos usan tapaboca, y la mayoría otra mascarilla de plexiglass encima. La tarjeta (o pulsera MagicBand) se apoya en el lector para ingresar, pero la huella digital quedó en desuso.
La primera postal es el árbol. Salvo que ingresara primera y corriera a velocidad de lince, hasta marzo, tener una postal sin una ciudad de gente caminando en este ícono era complicado. Como querer sacarle una foto al obelisco sin autos.
La distancia social se respeta en todo momento. Las colas tienen sus espacios marcados en el piso, y aunque no lo tuvieran, la gente deja lugar. Más que una, dos distancias sociales. Cuando nos acercamos a los carritos del juego estrella de la tierra de Avatar, Flight of Passage, y se juntan varias filas, hay separadores acrílicos. Finalmente me siento en una especie de moto, que sería un pájaro llamado banshee, que me eleva entre montañas flotantes, cascadas, cañones y selvas. Somos solo tres pequeños grupos, separados por dos asientos vacíos. Despegamos y el vuelo me atrapa. Hay aroma a lluvia en el rainforest, nos envuelve el polvo entre la manada de rinocerontes. Pero susurro los "uuhhhhh", "ahhhh". Somos pocos y reina el silencio. Salgo, y vuelvo a entrar. No hay cola. El mayor tiempo de espera en todo el parque es en Na’vi River Journey: 25 minutos para un paseo con botes en un rainforest luminoso.
El Everest también me resulta tentador sin espera, aunque un poco insípido. Los empleados sientan por familia a los visitantes, y dejan una hilera libre, para volver a sentar a otro grupo detrás. El carrito empieza a subir por la montaña más alta del mundo. Pero para alguien que le gusta gritar desenfrenadamente como a mí desde el momento en que el tren sube y pienso por qué estoy acá, las atracciones semi vacías son un poco intimidantes. Limar las cuerdas vocales cuando nuestro carrito va de golpe hacia atrás y pega una vuelta en la oscuridad no se vive con la misma euforia en soledad. Empiezo a padecer el barbijo: hace 33 grados, y estoy caminando bajo el sol. Hay zonas de relajación. Son espacios con mesitas para sentarse donde está permitido sacarse por un rato el tapaboca.
A la hora del almuerzo estoy en la tierra de los Dinosaurios. La mayoría de los restaurantes están abiertos. Estoy por ingresar a uno cuando me intercepta con amabilidad una señora mayor, con barbijo y máscara plástica, y me indica que no puedo pasar a pedir la comida. Debo apuntar con el celular al código QR que está en el cartel.
Llevo tres horas de parque y mientras le doy el último bocado a la hamburguesa, caigo en la cuenta que ya casi visité todos los juegos. Los shows en vivo, como los musicales del Rey León y Nemo, están cerrados hasta tiempos mejores. Otras funciones que suceden en teatros pero sin artistas, como el cine en 3D de los Muppets o Mickey’s Phillarmagic, funcionan dejando una hilera libre de por medio, y cuatro asientos entre grupo y grupo.
En el parque hay estaciones móviles para lavarse las manos. He visto más alcohol en gel dentro y fuera de atracciones que helados bañados en chocolate con la forma de Mickey. Los carritos se desinfectan cada dos horas, y se ve muchísimo personal repasando pasamanos, barandas, y mesas. "Me sentí más segura en Disney que adentro de un supermercado", me dijo una amiga que había estado días atrás en los parques. Casualmente desde que abrió Disney a mediados de julio, los casos de Covid-19 en Florida vienen en baja.
Las clásicas parades o desfiles con muchos personajes también han desaparecido, aunque queda un premio consuelo. Para evitar aglomeraciones, los personajes salen en momentos sorpresa a lo largo del día. En Magic Kingdom pueden aparecer princesas desde balcones, o un breve desfile con autos o caballos previo paso de uniformados que despejan la calle. Son fugaces, cuatro o cinco personajes. Y siempre guardan distancia con el público.
Aprovecho que hay una empleada de Disney a mi lado y le pregunto en qué horario se dan estas parades. "En cualquier momento", contesta y su frase sigue pero se pierde entre su barbijo, su máscara plástica, nuestra distancia social y la melodía de You have a friend in me.
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