Donada al lindero museo de Ordrupgaard, la casa que el arquitecto Finn Juhl construyó para sí en 1941 –y para la que diseñó desde los muebles hasta la vajilla– sigue admirando por su concepto vanguardista que armoniza funcionalidad, arte y entorno.
"Si antes de dejar este mundo consigo equipar mi casa con muebles, iluminación, alfombras, cortinas, vajilla, etc. enteramente diseñados por mí, habré alcanzado una gran meta. Como arquitecto, uno se esfuerza en lograr la unidad de las cosas, que no es uniformidad, sino la evidencia del proceso de pensamiento detrás de todo lo que uno hace", esto decía Finn Juhl (1912-1989) en un artículo de 1951, cuando todavía trabajaba afanosamente en lograr ese propósito. Hoy, su figura es nuevamente –y altamente– valorada: su silla ‘Chieftain’, que se ve en la apertura, y de espaldas en la página opuesta, alcanzó en una subasta de 2013 el récord jamás obtenido por un mueble modernista escandinavo (perdón por el reduccionismo económico, pero vale como ejemplo).
Si bien Juhl se dedicó casi por completo, además del diseño de muebles, a obras empresariales e institucionales (una de las salas de consejo de las Naciones Unidas, por caso), la clave de su universo está, precisamente en su casa. Desde 2008 se anexó al museo de Ordrupgaard (sede de una importante colección de pintura impresionista francesa y danesa del siglo XVIII) del que, fortuitamente, siempre fue vecina, cerco verde mediante. Una afortunada ubicación y un muy justo destino actual, porque el objetivo de Finn Juhl fue crear una "obra de arte total" que el hombre pudiera habitar sin limitaciones cada día de su vida.
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