Diplomacia, fútbol y redes. Mark Kent, embajador y trotamundo
Su papá era camionero y granjero. Su mamá, docente. Nació en una aldea, estudió en Oxford y habla siete idiomas. Descontracturado, el embajador del Reino Unido en el país habla de todo antes de finalizar, en agosto, su mandato
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Mark Kent nació en una aldea de poco más de cien habitantes, Tumby Woodside, en 1966, seis meses antes de que los ingleses ganaran por única vez un Mundial. La referencia temporal le pertenece: a este hincha de Arsenal (el de Holloway, no Arsenal de Sarandí; acá se manifiesta futbolísticamente “neutral” por razones diplomáticas) lo pinta de cuerpo entero. El fútbol le importa mucho.
Es campo-campo, dice sobre Tumby Woodside, Lincolnshire, menos de 200 kilómetros al norte de Londres, bajo coordenadas británicas una distancia respetable. Su padre era camionero, también granjero. La madre, docente (hoy con 81 años viene de superar con éxito en Inglaterra al Covid), le enseñó a leer temprano. Mark tenía tres años.
Salía del pueblo solo una vez al año, cuando la escuela lo llevaba en ómnibus a Londres para visitar museos. Eso sí, leía mucho, según cuenta este diplomático de 55 años, calvicie asistida y sonrisa fácil en perfecto castellano, uno de los siete idiomas que habla, incluidos neerlandés, vietnamita y tailandés. Después de haber estado destinado en Brasil y en México (y de ocupar un cargo en la Cancillería), Kent fue embajador del Reino Unido, sucesivamente, en Vietnam y en Tailandia, experiencias que evoca con frecuencia.
Con su esposa, Martine Delogne, belga, abogada, tienen un hijo de 28 años, Alec, y una hija de 25, Aurélie. Ambos viven en Londres. La pandemia multiplicó los tiempos sin verlos. Kent añora que su próximo trabajo sea en Europa. No sabe mucho de su futuro.
Tras dejar la embajada en Hanói, volvió una vez a Vietnam, pero cree que eso no es lo recomendable, que no hay que retornar a los países donde se estuvo acreditado (entre otras cosas para no incomodar al sucesor), un metamensaje para sus amigos y seguidores locales: en julio, después de cinco años (período más extenso de lo habitual), se va de la Argentina. Su sucesora, Kirsty Hayes, de 43 años, llega en septiembre.
Lo singular es que Kent dejará vacante el sitial imaginario de embajador extranjero más popular, casualmente edificado, en los hechos, por él mismo. Acá no concursa Spruille Braden, el norteamericano que en 1945 llegó a ser tan famoso como controvertido: no se trata de intromisiones ni de posicionamientos políticos. ¿Pero de qué se trata?
Quizás sea exagerado considerar a Kent precursor de la diplomacia desalmidonada del siglo XXI. ¿Twitter a full? Está visto que lo suyo no solo es ser activo (y divertido) en las redes sociales, sino también invitar a personas “comunes” a tomar el té en la embajada, bromear, disfrazarse, hacer fiestas con los seguidores de Harry Potter o dejar el auto oficial en el garaje e irse en colectivo y sacarse una selfie. Tal vez el embajador británico, que no es una persona extravagante, redobla su fulguración debido a los curiosos contrastes que encarna. Justo él, el gran descontracturado, representa a la quintaesencia del protocolo, la reina de Inglaterra, y al país con el que la Argentina tiene su mayor cuenta pendiente junto con el trauma de una guerra no tan lejana, lo que se supone que debería reservarle a las relaciones un inexorable camino agrio, pedregoso.
La entrevista que sigue fue realizada en la galería que da al jardín de la residencia del embajador, el maravilloso Palacio Madero-Unzué, monumento histórico nacional en el que alguna vez se alojaron el príncipe Felipe, el príncipe Carlos, Lady Di, los Rolling Stones, la princesa Ana.
Kent comenzó contando que no tenía pensado ir a la universidad, pero uno de sus profesores le sugirió postularse en Oxford.
¿Usted cuántos años tenía?
Diecisiete años. Mi padre había quebrado y se había separado de mi madre. Ir a la Universidad de Oxford fue una gran oportunidad.
Si no me equivoco, un año antes, cuando tenía dieciséis, fue la guerra de Malvinas. ¿Cómo la vivió?
Me acuerdo que estaba en el tren yendo a Oxford para mi entrevista de ingreso y ahí me enteré. Debía ser 3 de abril de 1982. Yo no sabía nada de las islas. En realidad, no sabía nada del mundo exterior.
¿Nada?
No, nada, nada. La gente del campo vivía en un mundo bastante cerrado. Solo ir a Oxford en el tren para mí era una gran aventura. Y son tres horas de viaje.
¿Cuál es la primera sensación que recuerda de ese momento al enterarse de Malvinas?
De sorpresa.
Después de recibir tantas picaduras de mosquitos, he decidido ponerme un anestésico. ¡Que tengan todos un buen finde largo! pic.twitter.com/sIDYEj9AJw
— Mark Kent (@MarkAGKent) February 13, 2021
Claro, si nada sabía de la Argentina…
No solo de Argentina, no sabía nada de América latina. Como todos los chicos del campo. Para nosotros, extranjero era el del pueblito de al lado.
Hasta que entró a Oxford y su vida cambió.
Cambió totalmente. En aquellos días el gobierno financiaba a los estudiantes que no teníamos recursos. Mi abuelo me dijo: “Está muy bien que vayas a Oxford, estamos muy orgullosos de vos, pero tenés que recordar que todo el mundo es igual, nadie es mejor que vos. Y cuando regreses al pueblo, también. No serás mejor que cualquier otra persona. Somos todos iguales”. Esto me impactó para toda la vida. Hay que tratar a toda la gente igual.
Leí todas las entrevistas que le hicieron en estos años y noté que usted habla de su abuelo mucho más que de su padre y de su madre.
Sí, mi abuelo fue alguien que me dio estabilidad. Él fue veterano de guerra. Era camionero. No teníamos recursos. Después de jubilarse tuvo que seguir trabajando. Limpiaba autos. De vez en cuando encontraba soldaditos de plomo en los autos y me los regalaba.
Está bien claro que esa idea humanista de que todos somos iguales, algo que hoy marca de algún modo su estilo como diplomático, la tomó de él.
Lo que yo he aprendido en mi carrera es que puedo adaptarme a diversos niveles. Puedo estar unas veces con primeros ministros y otras veces con gente del campo. Hay que adaptarse a todos, reconocer las diferencias y tratar a todos igual. Cuando llegué a Oxford sentí un poco que no estaba a la altura de los chicos que venían de escuelas privadas, que estaban muy preparados, se les había dado mucha autoconfianza. Para un chico del campo eso era algo difícil.
Se sentiría inferior.
Mmmm…, no. Tuve mucha suerte, me tocaron profesores muy buenos. Recuerdo mi examen de ingreso –yo iba a estudiar leyes– y me pidieron que dijera por qué tenían que elegirme a mí en vez de a otro. Yo explicaba la discriminación positiva, que algunos chicos de escuelas privadas podían tener mejor preparación, pero yo tenía la determinación de estudiar. El profesor me dijo “está bien, vos venís de una escuela en el campo, pero ¿por qué yo tendría que preferirte en lugar de un chico que viene de la pobreza en un centro urbano?”. Él tenía razón. Y le dije que en ese caso había que escoger al otro. Fue muy difícil para mí decir “no hay que escogerme a mí, hay que escoger al otro”. Después supe que esa había sido la respuesta correcta.
Viniendo de usted, que realmente ha tratado presidentes, primeros ministros y reyes –estoy pensando en su propia reina y en el rey de Tailandia– la idea de que todos somos iguales se vuelve mucho más interesante. Me pregunto cómo la fue aplicando.
Toda la gente es diferente y toda la gente tiene algo parecido.
Deme un ejemplo.
Cuando fue el G-20 y acompañé a la primera ministra Therese May, fui testigo de cómo ella tomaba el celular para decirle a su marido lo que tenía que comprar en el supermercado (risas).
Ya que hablamos de primeras ministras, volvamos a su adolescencia. ¿Simpatizaba con Margaret Thatcher?
No especialmente. En ese momento había una transformación social en el país, había mucha división, era la época de la huelga de los mineros.
¿Cuánto le importaba al joven Mark la política doméstica?
No mucho. Estaba más interesado en el fútbol. Quería ser piloto. Pero a los 14 años supe que era daltónico. Nosotros vivíamos cerca de una base de aviación militar, RAF Coningsby, y por eso yo tenía fascinación por los aviones.
Ese joven que no fue piloto sino diplomático se convirtió en representante de la reina. ¿Cuántas veces estuvo con la reina?
Tuve tres audiencias con la reina, cada vez que asumí una embajada. Yo no la conocía. Cuando uno piensa en su sentido del deber, en seguir trabajando con más de 90 años, resulta alguien impresionante.
¿Cómo son esas audiencias?
En el Palacio de Buckingham se aguarda en un salón hasta que entra la reina. Normalmente son tres embajadores a la vez. La charla dura más o menos una hora.
¿La reina puede vetar a un embajador? Me imagino que no a esa altura, claro.
No, a esa altura no, tenemos todo un proceso de nombramiento. Mi título es Embajador de Su Majestad, soy el representante de la reina. Es un protocolo bastante importante. Hay una postulación, un panel de selección y luego de esa entrevista la postulación va al canciller, luego al primer ministro y después a la aprobación de la reina. Cuando uno va a reunirse con ella es porque ya aprobó la candidatura.
¿Y la embajada en Buenos Aires es algo particular en Londres o se trata de una embajada más?
Todas las embajadas son particulares, pero diría que esta es una de las más importantes de Latinoamérica por razones de la historia, por supuesto, pero también por la importancia de la agenda en tecnología, ciencia, cambio climático, por la producción agropecuaria… Sí, Argentina es un país importante, segundo país de Sudamérica.
Usted estuvo ya tres veces con la reina, pero yo ninguna, aunque siento que la conozco bastante porque ví The Crown completa (risas). ¿Le parece que tengo una idea fiel sobre ella?
Yo vi solo la primera temporada. Tengo pendiente el resto. Por supuesto que es algo basado en hechos reales pero no es un documental. Diría que la serie muestra un tiempo muy largo en el que la reina ha desempeñado su responsabilidad. En una de las audiencias conmigo ella habló de su primer primer ministro, Churchill. Impresionante, ¿no? Ha sido un período largo, con muchos cambios.
Claro, fue entronizada en 1953, trece años antes de que usted naciera.
¡Trece años! Exacto.
Pero no me dijo si piensa que The Crown es fiel.
Bueno, es que solo tuve tres audiencias, no puedo decir que sepa mucho sobre ella. Solo que quedé muy impactado y estoy muy orgulloso de ser su embajador.
Y además de su reina, ¿qué persona que conoció lo impresionó más a lo largo de su carrera? ¿Fue un rey o alguien “común”?
Difícil decirlo, es un poco como cuando la gente te pregunta cuál es tu país favorito: siempre tenés que decir el país en el que estás (risas). Conocí mucha gente interesante en mi carrera. Por ejemplo, he tenido la oportunidad de conocer a Geoffrey Cardozo y Julio Aro y el trabajo que ellos han hecho para la identificación de los caídos [N. de la R.: coronel británico y veterano de guerra argentino, respectivamente, que trabajaron juntos en el Cementerio de Darwin en las Malvinas]. Cuando estuve en Vietnam y en Tailandia también conocí a gente que trabajaba por la libertad de prensa, por la democracia.
Antes de ser embajador en el Sudeste Asiático, su primer destino fue Brasil. Era todavía un veinteañero ingenuo. ¿Cómo fue?
Recibí una llamada, yo estudiaba con una beca en el Instituto de Estudios Europeos de Bruselas. Estaba de novio con quien hoy es mi mujer y ella quería que me tocara Bruselas, entonces le dije que efectivamente me mandaban a un lugar que empieza con B (risas). Estudié portugués seis meses y llegué a San Pablo en julio, mes cálido en Inglaterra. Caí con ropa de verano, pero había cinco grados. Enseguida dos señores se ofrecieron a ayudarme con mi maleta y se fueron con ella. Tuve que perseguirlos para recuperarla.
Vaya comienzo de carrera diplomática. ¿Y su novia se quedó en Bélgica?
Después viajó. Nos casamos en Brasilia.
Y un fin de semana cualquiera en 1989 vino por primera vez a la Argentina. ¿Qué recuerda de ese fin de semana? ¿Estuvo acá, en la residencia?
Fuimos a la Casa Rosada, Plaza de Mayo, la Boca. A la residencia no vine, pero sí tomé el té en la embajada.
Ni se le pasaba por la cabeza la idea de que 30 años después sería el embajador, más aún, que se convertiría en el embajador extranjero más famoso de la Argentina.
No, para nada, yo lo pasé muy difícil al principio. Cada año uno tiene una evaluación, en la que se lo califica de uno a cinco, donde uno es lo mejor y cinco lo peor. En mis primeras evaluaciones yo sacaba cinco. Los informes decían: “no es del todo imposible que el señor Kent llegue algún día a embajador”. En lenguaje diplomático eso significaba que era muy improbable. Pero en Brasil habrán dicho “este chico es muy simpático, vamos a darle una segunda oportunidad”.
¿Usted siempre fue muy simpático, entonces? Diríamos que es natural y no una estrategia diplomática para aplicar en la Argentina.
Creo que eso hay que preguntárselo a los demás, pero con el tiempo uno tiene más empatía porque ha vivido más experiencias. Siempre tuve mucha curiosidad, que es importante para la carrera, pero también para las relaciones humanas.
¿Con los vietnamitas era igual?
Sí, por supuesto, me encantaba Vietnam. Los vietnamitas son personas muy especiales.
¿Y en Tailandia fue un embajador popular?
Era un poco… outspoken [que expresa sus opiniones sin reservas] después del golpe militar, sobre la libertad de expresión, la libertad de los medios, este tipo de cosas. Empezaba a utilizar las redes sociales.
Redes en las que usted suele exponerse más que cualquier diplomático.
Yo no sabía qué esperar cuando vine a la Argentina. Y la gente ha sido fenomenal conmigo. Siendo embajador británico uno puede tener prejuicios después de todo lo que ha pasado.
Usted hizo amistad con gente que le escribió por las redes. ¿No se topó con gente hostil? Hay quienes se enardecen solo con el gentilicio británico.
Muy pocos. Alguno en las redes, pero cara a cara nunca pasé una mala experiencia en la Argentina. Al contrario, aprendí que no debo aceptar invitaciones para comer asado tres días seguidos porque después no puedo comer más nada durante el resto de la semana.
Con tanto entrenamiento ya debe hasta poder explicar qué es el peronismo, algo que a muchos argentinos, peronistas y no peronistas, nos cuesta.
Es una pregunta que me hacen mucho.
¿Cuándo va a Inglaterra?
No, acá. Cada país tiene su propio sistema político y los sistemas políticos evolucionan.
Pero en los informes que usted hace rutinariamente para el Foreign Office, ¿consigue descifrar la política argentina? ¿Le resulta fácil o difícil?
Hay puntos en común entre el sistema de mi país y acá y también puntos diferentes. Hay que tratar de explicar a Londres igual que lo hacía cuando era embajador en Vietnam y en Tailandia. El trabajo de un embajador es ser intérprete.
Recién usted hablaba de prejuicios. También pueden tenerlos sus pares y sus superiores más solemnes y preguntarse qué está haciendo nuestro embajador en Buenos Aires bromeando por Twitter o invitando desconocidos a comer. ¿No se lo dicen?
Vino una delegación de la Comisión de Relaciones Exteriores. Yo no sabía qué iban a opinar. Por suerte en el informe de su visita dijeron que estaban muy impresionados con el manejo de la embajada y la manera en la que estábamos desarrollando las relaciones con la Argentina en cuanto al proyecto humanitario y la utilización de la empatía para estrechar vínculos entre los dos países. Pero es verdad lo que usted dice, acá estamos a 13 horas de Londres, donde en los últimos años tuvieron el foco sobre el Brexit y después sobre la pandemia, lo que da un margen no diría de libertad, pero sí de independencia.
En otras palabras, en Londres, con los problemas que tienen, no están muy preocupados por lo que ocurre en Buenos Aires.
Cuando pasan tantas cosas y con el Brexit en el medio, su prioridad es tener buenas relaciones con la Argentina y hace falta un poco de confianza en el embajador para conocer su entorno y manejar la situación como sea más apropiado. Eso no quiere decir que no haya interés. Siempre estamos hablando con el ministro sobre cómo están nuestras relaciones.
¿Para Londres lo importante es que el tema Malvinas permanezca sin agitarse, en un statu quo?
Nosotros queremos una relación fructífera, como le decía antes, sobre la colaboración científica, el comercio, las posibilidades de un tratado de libre comercio entre el Reino Unido y el Mercosur. Pero también defendemos posiciones diferentes sobre las islas y lo importante es que no tengamos conflictividad y reconozcamos donde podemos trabajar. Por ejemplo, en el proyecto humanitario. Buscamos áreas de beneficio común, como la pesca, para preservar la riqueza ictícola.
El problema es que también con la pesca la disputa territorial emerge.
Tenemos que ser pragmáticos en términos de cómo manejamos los asuntos del día a día.
A usted le tocó ser embajador con dos gobiernos distintos en la Casa Rosada. ¿Cómo le fue con cada uno?
Bien con ambos. Actualmente es un poco más difícil por la pandemia. No solo para mí, para todos los embajadores.
Muchos tienen la percepción de que más que la pandemia hay un enfoque diferente y que el peronismo, que tiene una visión crítica de lo actuado por el gobierno anterior, es mucho más confrontativo con el Reino Unido, cuanto menos en las formas.
Cada gobierno maneja sus políticas, pero las proyecciones de fondo no han cambiado ni van a cambiar. Lo que tenemos que hacer es continuar haciendo los contactos para el manejo fluido de las relaciones.
¿Diría que al Reino Unido le da lo mismo cualquier gobierno que haya en Buenos Aires?
Siempre buscamos puntos donde podamos colaborar. Cada gobierno en cada país tiene sus prioridades. Por eso tenemos que buscar una nueva agenda con cada gobierno. Igual que en Estados Unidos, el presidente Biden diferenció sus prioridades de las de su predecesor. Es normal.
Hablemos de los argentinos según su óptica. Le recuerdo que tuvimos visitantes británicos que llegaron a conclusiones más o menos contundentes sobre la idiosincrasia argentina. Por ejemplo, Charles Darwin, quien dijo: “Los habitantes respetables del país ayudan invariablemente al delincuente a escapar; parecería que piensan que el hombre ha pecado contra el gobierno y no contra el pueblo”. ¿Usted comparte la opinión de Darwin?
Pienso que Darwin hizo una contribución muy importante a la ciencia, pero no creo que haya hecho un gran aporte a la diplomacia (risas).
Imaginé que no comentaría a Darwin. Ahora, en serio, ¿qué opina sobre los argentinos?
Me es muy importante como diplomático entender las culturas. Acá vivo sin problemas, pero no se puede vivir con estereotipos. Es un poco lo que estábamos hablando, todo el mundo tiene sus propias características, su propia identidad. A mí me ayuda entender el entorno. Mediante la diplomacia, con el tiempo tenemos acercamientos entre los países.
¿Qué es lo que más le gusta de los argentinos?
El sentido del humor, sin lugar a dudas. Es muy importante en la vida personal y en la vida profesional también. Los argentinos, sobre todo los porteños, tienen un sentido del humor muy parecido al de los británicos.
Si pienso en el humor de Churchill y en el de Perón me cuesta hallar el parecido.
Eran políticos, pero cuando yo estoy hablando en las redes con argentinos compartimos mucho el humor.
El humor british, que es irónico, sarcástico y se basa en la humildad, ¿no le parece antagónico con el ego y la reputación de fanfarrones que tenemos los argentinos?
Yo también tengo amigos británicos que no tienen sentido del humor, pero para mí la relación con el sentido del humor argentino se percibe fácil.
Otra pregunta poco apropiada para un diplomático: ¿qué es lo que menos le gusta de los argentinos?
La respuesta diplomática es que me gusta todo. Podría hablarle de la impuntualidad, pero yo tampoco soy muy puntual. Es interesante, yo sé que hay un poco de flexibilidad en los horarios y eso me conviene porque nunca llego en horario. El problema es que uno nunca sabe si el otro, pensando que vos sos el embajador británico, no va a esmerarse por llegar a tiempo. En verdad no creo que sea tan así, que los argentinos sean impuntuales.
Tal vez una forma elegante sería decir que somos algo informales. Pero a usted la informalidad le gusta, ¿no?
Sí, claro, porque muchas veces la formalidad es una barrera. Si se es muy formal se lo puede leer como falta de confianza. Uno tiene que ser natural.
Creo que le estoy reclamando que sea crítico, algo bastante improbable, así que le cambio la pregunta. Digame, por favor, cuál fue su mejor día en la Argentina y cuál fue el peor.
Mi mejor día fue el 26 de marzo de 2018. Yo estaba en mi oficina y llegaron mis tres colegas y me dijeron que todo había salido muy bien, me refiero al viaje de los familiares a las islas. Me trajeron de regalo un pingüino… No un pingüino de verdad, un peluche. Fue una gran acción que llevó adelante mucha gente con mucho riesgo, temíamos que no fuera posible. Pero todo salió bien.
¿Por qué temía que no fuera posible?
Por muchos motivos. Por supuesto, era algo políticamente sensible, había que construir confianza entre las partes. Por suerte todo el mundo colaboró. Y también logísticamente fue complejo llevar dos aviones con mucha gente mayor de edad y un clima impredecible. Un viento fuerte nos podría haber hecho cancelar todo.
Así que usted estaba en su oficina, ansioso, esperando los resultados. ¿Por qué no viajó?
Porque el enfoque debía ser humanitario. Y si yo iba el enfoque habría sido distinto.
¿Cuántas veces estuvo en las Malvinas?
Dos veces.
¿Y cómo le impresionaron?
La vida allá es muy difícil, la gente es muy resiliente. El clima, el entorno, me hicieron pensar un poco en mi pueblo. Pero en mi pueblo había otro pueblo cercano, allá no. La gente que vive allá es muy determinada.
¿Le hicieron reclamos, pedidos?
No, mis visitas fueron bastantes breves. Los británicos y los isleños no somos lo mismo. A veces acá en la Argentina se lo ve así, pero ellos tienen su propio gobierno. Por supuesto que tienen muchos vínculos con el Reino Unido, tienen sus propios contactos con el gobierno británico.
Me quedó debiendo el peor día suyo en la Argentina.
Fueron dos. Uno, durante la cumbre del G-20. Me levanto una mañana para ir al aeropuerto y me dicen: “embajador, hay un problema, no tenemos más el auto asignado para la primera ministra”. El auto que estaba reservado se lo habían dado a otra delegación, no sé, había mucha demanda. Recién conseguimos un Range Rover veinte minutos antes de ir al aeropuerto.
Claro, necesitaban un auto presidencial, blindado y todo eso, ¿no? Pero seguramente Therese May no supo del apuro. Se estará enterando ahora si le traducen esta entrevista.
(Risas) Vamos a ver la reacción, también la de mis colegas, que muchas veces me dicen que yo no les cuento mis cosas y ahora se enteran por LA NACION. Espero que mi mujer no me diga lo mismo.
¿Y el segundo día difícil?
La repatriación de los turistas británicos varados. Todas las embajadas pasamos momentos difíciles. En nuestro caso no diría por la cantidad de turistas, sino por el hecho de que la Argentina es un país tan grande y con muchas atracciones turísticas muy repartidas.
¿Cuántos turistas británicos vienen por año?
Antes de la pandemia venían unos 120 mil viajeros por año, no solo turistas. Los varados fueron más de mil, aunque algunos llegaron a irse en vuelos regulares. Otros no pudieron llegar a Buenos Aires. En mayo tuvimos que organizar ocho ómnibus para llevarlos hasta Ezeiza y despachar dos vuelos. Fue una operación logística compleja.
Me gustaría que cerremos, si le parece, hablando del futuro. ¿En qué medida cree que este nuevo Reino Unido post Brexit impactará en la situación del conflicto de Malvinas?
Nosotros estamos buscando más vínculos. Vamos a tener un lugar afuera de la Unión Europea, pero con muchos vínculos con ellos. El mundo va cambiando con o sin Brexit, también la Unión Europea va evolucionando y lo mismo ocurre con nuestras relaciones con los demás países. Pero no creo que esto vaya a impactar mucho en el tema de las islas. Hay quienes han hablado de esta teoría, yo no lo veo, creo que la autodeterminación es muy importante. Creo que no va a cambiar nada en cuanto al apoyo para la autodeterminación de los isleños, un punto clave de la política en el Atlántico Sur.
¿Cómo se imagina a las islas Malvinas en el año 2050?
En estos días ni puedo imaginar la próxima semana.
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