Difunta correa
Esta es la historia de una mujer sanjuanina, María Antonia Deolinda Correa, que un día de 1840, con su bebe a cuestas, inició la marcha hacia La Rioja para reencontrarse con su esposo. El paso del tiempo la convirtió en un mítico culto popular
“No hay corazón en San Juan / que, por curtido que sea,/ no haya sentido la muerte/ de la difunta Correa.” (León Benarós, primera estrofa de La Difunta Correa)
San Juan, madrugada de un impreciso día de verano de 1840.
Vestida de rojo y con su hijo de meses a cuestas, María Antonia Deolinda Correa, Donosita, como se cuenta que la llamaban, inició su marcha hacia la provincia de La Rioja con la secreta esperanza de reencontrarse allí con su esposo, Baudilio Bustos, que había sido reclutado por la fuerza para luchar bajo las órdenes de Facundo Quiroga. Eran tiempos de Unitarios y Federales, de una sangrienta guerra civil de años en donde un bando, representante de la aristocracia, intentaba imponer un solo gobierno en toda la nación, mientras que el otro, integrado en su mayoría por campesinos, buscaba la creación de un sistema pluralista en donde cada provincia o estado tuviera un gobierno autónomo que respondiera a otro, centralizado en una única capital federal.
Tras caminar unos sesenta kilómetros por el desierto, la sed, el calor y el cansancio hicieron que la joven y hermosa Deolinda, hija de un hacendado de la zona de La Majadita, hoy departamento 9 de Julio de la provincia de San Juan, cayera rendida (“de cara al cielo infinito”, escribió Benarós) en la cima de un pequeño cerro. Unos arrieros que andaban por la zona vieron unos caranchos sobre la cumbre, y encontraron al niño amamantándose aún de su madre muerta. La recogieron y le dieron sepultura en la cuesta de la sierra Pie de Palo, Vallecito. La gente del lugar, asombrada por lo que les fue contado, comenzó a visitar su tumba y a llevarle flores y agua.
Su dura existencia y su muerte heroica –rápidamente considerada como el signo de una disposición divina– dieron paso a la devoción popular.
Más de un siglo y medio después de las luchas que marcaron a fuego la vida de la nación entre 1820 y 1860, aquel episodio ocurrido en ese contexto histórico, lejos de esfumarse en el polvo del olvido aumenta la convicción de hecho real y concreto.
“No interesa que los sucesos sean imaginarios o verídicos, ya que más que narrar hechos, el mito comunica significados. Lo fundamental es el sentido y para acceder a él es necesario considerar las relaciones de transformación”, dice la antropóloga sanjuanina María Cristina Krause.
La historia de la Difunta Correa, verdadera o falsa, no sólo mereció las veintinueve estrofas que Benarós, al recrear su vida y su calvario, plasmó como una secuencia fotográfica en su Romancero criollo, sino, y más aún, hizo que se convirtiera en uno de los símbolos populares más importantes de la Argentina.
De Deolinda Correa se sabe todo y aunque jamás pudo comprobarse nada de lo que se dice que se sabe, su imagen tiene, como no podía ser de otra forma, la fuerza del viento y el misterio insondable de las noches. No es un mito, tampoco una leyenda.
Hay coincidencia casi absoluta entre los historiadores en que no hay suficientes elementos de prueba para demostrar la existencia de Deolinda Correa. Ni acta de nacimiento, ni partida de defunción, ni datos sobre su hijo. Pero tampoco la niegan. Y no la niegan porque todo lo que la rodea es real: la guerra civil, el desierto, la ruta hacia los llanos riojanos y la calle Dos Alamos, en donde se cree que Deolinda tenía su casa.
“No es que crea o no que haya existido Deolinda Correa –agrega Krause–, sino que acepto que es real porque para la gente lo es, y no puedo poner en duda lo que la gente manifiesta como una realidad.”
En ocasión de la Cabalgata de la Fe a la Difunta Correa, realizada en San Juan entre el 31 de marzo y 2 de abril de 2006, la Cámara de Diputados de la Nación aprobó un proyecto de resolución de adhesión a esa marcha. La resolución, entre otras cosas, dice: “No se trata de una fábula o leyenda, pues reconoce rastro cierto aunque no constituya historia por incompleta información. Dos hermanas Correa, casadas con dos hermanos Bustos, sobrinos del gobernador Bustos, caudillo de Córdoba, experimentaron crueles padecimientos al hacerse presente el general Lamadrid al frente de una columna del ejército unitario y ocupar en dos oportunidades la provincia de San Juan. Una de ellas, esposa del joven doctor Francisco Ignacio Bustos, ministro del gobernador federal don José María Echegaray; la otra, Deolinda Correa”.
Para Rubén Dri, ex sacerdote católico, filósofo, teólogo y profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), los mitos son creaciones colectivas destinadas a dar sentido a la vida y sus grandes problemas. “Para comprender el sentido de las narraciones mediante las cuales los mitos se expresan –dice–, es necesario tener las claves de los diversos géneros literarios que emplean. Los géneros literarios son maneras de expresar y transmitir mensajes. Por eso, para comprender los relatos mitológicos de los sectores populares habría que destacar los más pertinentes. En principio, la leyenda. A la leyenda se la suele confundir con el mito, y ése es un error porque la leyenda es una narración sin fundamentos históricos, es creada totalmente por la fantasía popular, como Anahí, la princesa guaraní que resiste la invasión y termina quemada convirtiéndose en la flor del ceibo. Emparentada con la leyenda está la saga. Parecen ser un mismo género literario, una narración sin fundamento histórico. Pero aquí está la diferencia. La saga tiene un fundamento histórico, aunque muy lejano. En general, las narraciones sobre el pasado histórico de acontecimientos sobre los cuales no se tienen documentos son sagas. Por eso, la de la Difunta Correa es una saga muy importante porque si bien no poseemos documentación que nos permita reconstruir su historia, no podemos dudar de un fundamento histórico. Como ella, hubo muchas difuntas Correa, es decir, muchas mujeres que acompañaron a sus esposos en las luchas civiles. Varias de ellas hicieron actos heroicos. La saga de la Difunta Correa tipifica en esa mujer el comportamiento heroico de las demás.”
Leyenda, mito, creencia, culto, devoción son manifestaciones de religiosidad popular que el tiempo teje.
El profesor Dri, autor, entre otros libros, de La utopía de Jesús y coordinador de un grupo de investigadores de la UBA que concluyó con la edición de Símbolos y fetiches religiosos en la construcción de la identidad popular, dice que lo importante, en definitiva, es lo que interpreta la gente; la relación entre el sujeto y los símbolos. “El devoto, sea de la Difunta Correa, del Gauchito Gil o de la Virgen de Itatí, hace una interpretación espontánea, perteneciente a su sentido común. Es decir, ellos tienen una interpretación del significado de esos símbolos para sus vidas. Este significado puede o no coincidir con el que se les otorga desde la institución religiosa que ejerce sobre ellos su control.”
Alrededor de un millón de personas visitan cada año el santuario de la Difunta Correa, en el cementerio de Vallecitos. Se trata, como dice Dri, “de la fe como constructora de un espacio de esperanza y curación”.
Informe: Agustina White