Diego Boneta: "Siento que pasé 16 años preparándome para este papel"
Alcanza con escuchar esa voz por teléfono para imaginarse a un Luis Miguel en sus veintipico, con chaqueta de aviador a lo Top Gun, como en el video de "La incondicional", luciendo sus famosos dientes espaciados de conejo, siempre blancos como helado de limón. Es verlo correteando chicas en la playa, en el clip de "Cuando calienta el sol", con ese tic de manotearse el pelo hasta darle forma de cono espacial. Pero el que está al otro lado de la línea, en algún lugar de Madrid, no es el verdadero Luis Miguel (aunque suene igual), sino Diego Boneta, el actor que es prácticamente su duplicado en la serie de Netflix sobre la vida del cantante. Muchos vivieron la subida del capítulo final a la plataforma de streaming como si fuera la final del Mundial (fue el mismo domingo), y ni Boneta ni los productores logran dimensionar aún el éxito que tuvo el envío en estas tierras. Si hasta se hicieron fiestas temáticas y se cerraron bares en Palermo para proyectar en pantalla gigante el desenlace de la primera temporada; como en los cines de antes, todos pudieron abuchear al malvado Luisito Rey –interpretado por Oscar Jaenada–, fallecido padre de la estrella. Pero lo más curioso del asunto quizá sea que la ficción relanzó la carrera del ídolo en la vida real, multiplicando por 200 las escuchas de sus canciones en Spotify. Sí, señores: Luismi está de nuevo en las pistas.
Cada domingo a la noche, desde su estreno el 22 de abril pasado, Luis Miguel, la serie acumuló haters de Luisito y adoradores del astro. Se hicieron remeras con los bigotes del villano, una especie de Cruella de Vil machote, y se subieron cientos de memes y posts en las redes, en una suerte de viralización un poquito burlona, pero muy efectiva, que engrandeció aún más el fanatismo. En menos de tres meses, el programa se convirtió en un hit multigeneracional, capaz de captar la atención volátil de millennials, treintañeros y cuarentones que alguna vez vieron al baladista en su mejor momento.
Los lunes a la mañana, alguien tenía algo que decir sobre lo difícil que había sido la vida del Sol de México –también sobre sus abdominales raviol y su pelo pinchudo–, amén de su estado de juerga permanente, pese a que, para el atribulado cantante, la fama siempre fue "un lugar solitario" (lo dice en el tráiler). Habrá que creerle, pero no del todo.
El argumento, autorizado por el propio Luis Miguel, narra la niñez y adolescencia del Rey Sol y cómo el padre fue lucrando con él desde chiquito, estafándolo a mansalva y dándose la gran vida a sus expensas. Lo interesante es que la línea de tiempo atraviesa los ochenta y los noventa, con flashes de un Acapulco todavía libre del narcotráfico y el crimen ultraorganizado. Los únicos realmente odiosos en ese momento eran los llamados mirreyes, hijos de expresidentes y multimillonarios, también amigotes de Micky, que se paseaban con sus Ferrari de dos millones de dólares por la autopista México-Acapulco, en tiempos de hegemonía plenipotenciaria del PRI.
Por eso resulta casi naíf la imagen del joven Luismi, en la cima de su carrera, caminando por la playa con camisa y pantalones blancos, un yemanyá melancólico de mechas espumosas, capaz de enamorar a varias generaciones al hilo con solo un quiebre de cadera. Hasta Elvis o Sinatra mirarían la escena con un poquito de envidia.
En medio del melodrama, hay más drama: la relación del cantor con su madre, Marcela Basteri (la actriz Anna Favella), desaparecida misteriosamente en 1986. Cuenta la historia real que Luis Miguel y su hermano Alex la buscaron por todo el planeta; hasta intervino el Mossad (policía secreta israelí), pero nada se supo de Marcela. Tanto removió la serie que, en los últimos meses, aparecieron testimonios de "supuestos conocidos de Basteri", con sus propias versiones: que "Luisito le dio pastillas para dormir y se ahogó en una pileta, durante una fiesta"; que ella "vive en Ibiza y estuvo viendo la serie todos los domingos" o que está internada en un asilo de dementes, en un suburbio de Kuala Lumpur. A río revuelto, ganancia de fanáticos: en Buenos Aires le vieron la veta de negocio e hicieron imprimir remeras con la leyenda ¿Dónde está Marcela? y el siniestro bigote icónico de Luisito.
–Pero ¿dónde está Marcela, Diego?
–[Silencio en la línea. Voz muy seria] Hay muchas claves en la serie. Si los fans la vuelven a ver, estoy seguro de que van a encontrar nuevas pistas; se dijo lo suficiente sin decir de más.
Así de misteriosa es la respuesta de Boneta, en diálogo con la nacion revista. Casi tanto como las evasivas de Luisito cuando su hijo le implora, capítulo tras capítulo, por el paradero de la mamá. En el resto de la entrevista telefónica, uno se siente hablando con el verdadero Luis Miguel, como si el personaje realmente se hubiera devorado a este actor mexicano de 27 años. Es extraño pensar que ahora esté en Madrid filmando la nueva entrega de Terminator 6, con Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton, o que haya tenido un pasado antes de ser el Sol de México. Pero todos tenemos un pasado y en su caso, a otra escala, también fue un niño prodigio a lo Luis Miguel.
En 2002, con solo 12 años, Boneta cantó La chica del bikini azul en el reality Código F.A.M.A., seleccionado entre 38.000 niños de su país, y el cielo se le abrió de par en par. A los 15 ya tenía un papel importante en la tira adolescente Rebelde (adaptación azteca de Rebelde Way, de Cris Morena), que lo hizo popular en todo México. A esa edad también grabó su primer disco homónimo, con el productor argentino Cachorro López, y a los 17 se mudó a Los Ángeles con su familia para hacer la gran Hollywood. Allí comenzó la verdadera carrera actoral: consiguió un protagónico en la película Mean Girls 2, participó en las series 90210 y Pretty Little Liars y a los 22 pegó el salto en Rock of Ages, la comedia musical con Tom Cruise.
Para calzarse el traje de Luis Miguel (de quien era fanático desde la cuna) estuvo un año ensayando su voz, porque tuvo que cantar más de una docena de temas en sus tonos originales. También bajó 12 kilos, se dejó crecer el cabello, le limaron los dientes para que quedara ese espacio existencial en el medio de sus paletas, y repasó una y mil veces la sonrisa y los tics, para confirmar aquella frase del Indio Solari de que "las minitas aman los payasos y la pasta del campeón".
–Desde el punto de vista actoral, ¿cuál fue el Luis Miguel que más te costó interpretar: el atormentado, el exitoso, el de los excesos…?
–Lo más difícil fue humanizar y encontrar el personaje humano de todo eso. Siento que pasé 16 años preparándome para este papel. Siempre tuve claro que esto no era una imitación y sabía que iba a funcionar solo si yo realmente me convertía en él.
–¿Y la escena más compleja?
–Para mí, la escena final, porque sintetiza muchas cosas: hay una bronca enorme con su papá, muchísimo conflicto, amor y odio. Me inspiré en la película Magnolia y la escena que Tom Cruise tiene con su padre cuando se está muriendo. No es nada más llorar: es ese conflicto interior tan profundo, con todas esas emociones y esas sutilezas.
–¿No te da miedo quedar metido para siempre en la piel del personaje? ¿Cómo pasás de Luis Miguel a Terminator 6?
–Es el riesgo que corrés cuando hacés algo tan exitoso. La clave es no quedarme en esa zona de confort. Con Luis Miguel pasó lo mismo: fue buscar un nuevo límite. Y eso es lo que tengo que hacer ahora: empujar mis límites creativos y artísticos. ¡Y además solo tengo 27 años!
–¿Hay segunda temporada?
–Todavía no tenemos nada confirmado. Estuvimos tan metidos en esta primera temporada, fue un trabajo tan intenso, que nos merecemos unas vacaciones. Además, después de todo lo que pasó, hay una enorme responsabilidad de hacer una segunda temporada que sea todavía mejor que la primera.
El origen del mal
Si algo organiza la serie de principio a fin es la maldad de Luisito, que rankea entre los mejores villanos de Netflix de los últimos tiempos. La genial actuación de Oscar Jaenada realmente hace quedar como bebes de pecho a Pablito Escobar (Narcos) o al monstruo patudo de Stranger Things, otros íconos ochentosos de cosecha siniestra.
Manipulador, adicto a casi todo y explotador de talentos ajenos, Luis Rey es ruin desde el primer capítulo. Es él quien lleva a su niño –interpretado primero por Izan Llunas– a debutar en un bar de matones y a un canal de Ciudad Juárez, para luego hacerlo firmar con una marca de papas fritas. Ni hablar de sus influencias nefastas, como el apoyo que recibió –se sugiere– del antiguo jefe de la Policía de México, Arturo "el Negro" Durazo, para lanzar la carrera del chico.
Todo lo bueno que le pasa a Luismi –ya de adolescente en la piel del actor Luis de la Rosa–, como ganar un Grammy (en 1985), brillar en Viña del Mar y convertirse en el ícono definitivo de la canción romántica latina durante la década intermedia (85-95), tiene como correlato a su padre llenándose los bolsillos, jalando coca en Madrid con el tío Tito y moviendo hilos desde las sombras cual Darth Vader bigotudo.
Vaya uno a saber qué será cierto o no de la serie, que huele a venganza post mortem de Luis Miguel contra su papá, pero lo cierto es que cada semana siguen apareciendo testimonios de lo mal tipo que era don Luisito. Hace unos días salió a hablar Lucía López, viuda de Hugo López, el manager que le cambió la carrera al cantante al impulsarlo a grabar boleros de Armando Manzanero (el exitoso disco Romance, de 1990, con el que vendió más de siete millones de copias en el mundo). "Era mala persona, un déspota, es todo lo que se vio en la tele", afirmó la viuda del representante, encarnado por el argentino César Bordón.
Todo ese veneno guardado contra Luisito Rey y también contra Luis Miguel –novias despechadas, mozos que decían que no dejaba propina, una hija no reconocida durante diez años, etcétera–, que se viralizó en redes, sitios de chimentos y programas de tevé, fogoneó a tal punto la biopic que el desafío de los domingos era googlear qué era verdad y qué no. Por ejemplo, al día siguiente del capítulo 11, en el que el personaje de Luis Miguel canta con su madre en el Luna Park, en 1985 (la última vez que se vio a Basteri en público antes de su desaparición definitiva), millones de personas buscaron ese video en YouTube. Y sí, era verdad. Son ellos en el Luna. Y el parecido es impactante.
Un plato que se sirve frío
Muchos detractores de la serie afirman que esta ficción fue planeada por el cantante para salvar una carrera que venía en picada durante bastante más de una década. Antes del estreno de Netflix, el ídolo solo aparecía en los medios porque le debía plata a alguien o porque lo estaban por mandar preso. Cancelaba conciertos porque se quedaba tomando champagne en el camarín, le embargaban su Rolls Royce y terminaba arrestado en Los Ángeles por una demanda millonaria de su exrepresentante. Además, se lo criticaba con crueldad: por mofletudo importante, por depresivo crónico, por abusador de camas solares, por ser apenas una caricatura de aquel Sol. ¿Dónde había quedado esa sonrisa intercalada? ¿Esa mirada Magnum de conquistador de América? ¿Ese que en noviembre de 1999 reventó tres veces el Estadio de Vélez y lo hubiera llenado diez noches más si se lo proponía?
Todo cambió aquel 22 de abril, cuando se estrenó la serie. De repente, Luismi volvió a estar de moda y sus escuchas en Spotify crecieron casi un 200% en sintonía con el arranque de la primera temporada, según informó oficialmente la plataforma de streaming. Su canción "Culpable o no" registró un aumento del 4000% en la cantidad de reproducciones solo en México. Así, el hombre de la piel tostada desplazó a paracaidistas de la fama como Ozuna, Maluma y otros reggaetoneros de estación. Por si fuera poco, volvió renovado a los escenarios: después de girar por España durante julio, el próximo 30 de agosto arranca un tour por los Estados Unidos y México, hasta fines de noviembre, con localidades agotadas.
Cual Luisito Rey orquestando una estrategia de marketing viral, maligna y fabulosa, el nuevo Luis Miguel está otra vez en carrera. Su venganza autorizada no habrá sido en vano.
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