¿Cómo convencer a sus nietos, cuando ella misma había sido inmigrante? En su odisea para que regresen, Dorita apeló al único recurso que mueve montañas y que hoy se ve reflejado en un espacio que transporta a la infancia
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“Nos vamos del país”, anunciaron sus nietos, y así, en apenas un segundo, el mundo de Dorita se vino abajo. Un sinfín de imágenes atravesaron sus pensamientos, décadas en las que había amado, luchado, dado vida, reído y llorado en una Argentina sin dudas colmada de claroscuros, pero que la había abrazado con fuerza, sin soltarla jamás cuando ella y su sangre más lo necesitaban.
La mujer sabía de la importancia de las alas de la libertad, del derecho de cada ser humano de hallar prosperidad y calidad de vida en su paso por este mundo. No podía poner un freno, pero tampoco podía callar. Para Dorita, a pesar de todo, Argentina siempre había sido una fuente de amor. Irse se sentía como darle la espalda a quien había sido artífice de mucha riqueza para el alma, así como de los más adorados recuerdos.
Pero, ¿cómo convencer a sus nietos de no emigrar, cuando ella misma había sido inmigrante?
El barrio, las burlas en la escuela y la unión vecinal: “Eran todos buenísimos”
Dorita divisó la Argentina por primera vez en 1929. Era demasiado pequeña para dimensionar que su destino había cambiado por completo. Polonia podría haber sido su nación de crianza, pero sus padres y sus tíos, anhelantes de un futuro próspero, rezaban por hallar en el nuevo continente a una tierra prometida.
La calle Lavalle construyó sus primeros recuerdos, donde había una fábrica de muebles y una habitación muy larga separada por cortinas - o tal vez fueran colchas- que creaban cuartos donde dormían sus tíos y primos, su padre, ella y sus hermanas, junto a su madre.
Tenía 4 años cuando se mudaron a La Paternal, donde Dorita asistió a una escuela hermosa, pero cargada de memorias un tanto dolorosas: “No fui muy bien tratada”, dice, mientras repasa aquellos días. “Mis compañeras tenían problemas con mis rulos y la maestra de primero inferior se burlaba de mi judaísmo y me llamaba `Jacoibos´”.
Pero a pesar del acoso escolar, Dorita no se dejaba doblegar, el amor de sus padres calentaba su corazón, pero sobre todo el de sus hermanas y sus vecinos: “Nos sosteníamos la una a la otra”, asegura hoy la mujer de 94 años. “Y en el barrio, donde éramos los únicos judíos, eran todos buenísimos. Los Román, los de la farmacia, que tenían una hija que nos ayudaba a hacer los deberes. Enfrente había un mecánico que sabía que las cuatro hijas nos quedábamos mucho solas y nos golpeaba la puerta para ver que estuviera todo bien. A su vez, nos cuidaba el vigilante, que incluso nos despertaba porque mi mamá salía a trabajar en un mercado muy temprano”.
Fusión de tradiciones, la comida de los pobres, y un creciente amor incondicional por el país: “Argentina amparó a mucha gente”
A pesar de la lejanía, desde siempre Dorita sintió sus raíces con fuerza. Junto a sus hermanas, ella se encargó de enseñarle a su madre el castellano que ella misma iba aprendiendo. Su mamá, mientras tanto, procuraba que el idish jamás se perdiera, así como ninguna tradición judía. Y desde muy pequeña, la niña descubrió los secretos para conquistar los mejores sabores en los platos que se servían en la mesa.
Con la llegada de diciembre, sin embargo, Dorita respiraba con gusto las costumbres cristianas que la rodeaban: “Mamá hacía el pan dulce para todo el barrio”, cuenta con orgullo. “A su vez, a la cultura judía -en especial a través de la comida-, la conservamos toda. Me encanta la comida judaica bien hecha, que no es más que la comida de los pobres: cebolla, carne, pollo, papa, zanahoria, batata, sal, pimienta y mucho amor”, continúa Dorita, quien a sus nietos les habla con algunas palabras en idish.
Aún así, para Dorita, Argentina había sido su hogar desde el comienzo, una tierra que sentía que le obsequiaba amor en abundancia. El suelo austral era su suelo, y fue en su adolescencia que creció en ella la necesidad de demostrar su propio amor incondicional. Apenas tenía 16, cuando decidió nacionalizarse argentina: “El país nos dio tanto a mis padres, mis hermanos, tíos, primos y a tantas personas. Argentina amparó a mucha gente…”
“Yo abracé todas las costumbres locales. Muchas, como Navidad, no las organizo por iniciativa propia, pero siempre estoy invitada. Año Nuevo festejo siempre. ¡Es una fiesta de todos! Yo llevo mis dos nacionalidades en el corazón”, manifiesta.
Una abuela que hizo lo imposible para que sus nietos regresen: “Argentina es el lugar más lindo del mundo”
Con los años, y su amor por la Argentina intacto, Dorita formó su propia familia, atravesó desafíos y con su espíritu pujante característico superó los claroscuros de una tierra salpicada por grietas y contradicciones. En aquella odisea de esfuerzo y amor, ella se transformó en la piedra angular, el núcleo que mantuvo siempre unida a la familia.
Pero entonces llegó aquel día, en el 2000, en que sus nietos -Juan Pablo y Carla- le anunciaron que se iban a España tras un futuro mejor. Fue así que Dorita, bobe para su círculo íntimo, los vio partir con un nudo en la garganta y los ojos inundados.
¿Había motivos lo suficientemente graves para emigrar, tal como lo habían hecho sus padres y sus tíos? No, para Dorita no, y así, con aquella certeza, la abuela voló durante más de una década a España. En cada visita, bobe llegaba con una única intención: convencerlos para volver.
“Hice lo imposible para que regresen”, confiesa. “Lo hice porque pienso que la Argentina es el lugar más lindo del mundo. Ha hecho tanto por la gente que necesitó estar bien. Abrió sus puertas, sus brazos, les dio trabajo, les dio todo, así que tenemos que devolverle también a la Argentina muchas de las cosas que se fueron perdiendo”, continúa Dorita, que comprendió que para convencerlos tenía que recurrir a lo único que mueve montañas.
“Mi recurso fue el amor”, cuenta. “No hay nada más fuerte que la familia y no hay nada que supere al amor a la familia. Uno puede tener dinero, exquisiteces, pero la familia primero. Hay que saber compartir. Y el judío tiene eso, sabe compartir, y sabe dar amor y sabe como hacerse querer. ¡Algo que no siempre fue fácil! Pero hoy somos todos iguales, con una Argentina hermosa. ¡Y cada día me siento más Argentina!”.
Las recetas de la abuela para sentirse en casa
Cierto día, las palabras de bobe cobraron sentido y, tras once años, los nietos regresaron a su tierra. Inspirado por el profundo amor de su querida abuela, a su regreso, Juan Pablo decidió que era tiempo de cumplir el sueño de su abuela y devolverle a la Argentina todo lo que les había brindado. Pero hizo más que eso, decidió que para lograrlo también cumpliría un sueño propio: cocinar, algo que le fascinaba ya desde pequeño, mientras miraba a Dorita preparar las deliciosas recetas de tradición judía.
Y así, Juan Pablo tomó todas las recetas de su abuela, y con ella como guía y ángel de la guarda, inauguró Chiri, un lugar de comida tradicional judía “con toques mágicos”. Hoy su bobe lo acompaña con orgullo y, mientras sonríe, describe el espacio con pasión: “El alma del Chiri es entrar a un hogar, sentirse en tu casa; es ver la sonrisa de toda la gente que acá trabaja, que no es un trabajo, porque cada uno te recibe como si vos fueras una visita, que atendés con todo el amor que podés”.
“Las personas prueban esos sabores de la infancia y los veo sonriendo y me siento feliz. Veo cómo miran alrededor, los detalles, lo limpito que está y todo se basa en el amor”, continúa Dorita. “Yo soy parte del Chiri, yo entro y es como si entrara a mi casa. Mientras yo viva voy a venir… ¡Y toda la carta es deliciosa! Aunque yo me juego por el Gefilte Fish y el pastrón. ¡El pastrón le sale a mi nieto mil veces más rico que a mí. Le pone el amor que yo le ponía de joven, ahora estoy más grande, no soy vieja, eh, pero soy grande y me doy cuenta de que mi nieto me sobrepasó”, sonríe.
“Argentina me enseñó de amor y compartir”
Mientras cuenta su historia, para Dorita existe solo una palabra que lo resume todo: amor. Un amor profundo, movilizador, transformador. Allá a lo lejos quedaron sus días en Paternal y más aún sus sinsabores en aquella escuela donde no era tan bien tratada. Para bobe, ninguna piedra en su camino argentino ha sido lo suficientemente dura como para dejar de amar a su país, el hogar que primero la adoptó y ella luego eligió abrazar con el alma.
No hay motivo para dejar el país más lindo del mundo, según Dorita. No hay motivo para abandonar una tierra que le ha dado tanto y que, más allá de su realidad fragmentada y sus luchas, supo ser hogar desde el comienzo, cuando su familia y su sangre decidió dejar atrás las penurias que atravesaba Europa en las primeras décadas del siglo XX
Y hoy, más que nunca, Dorita acompaña a su nieto, con Chiri, en su apuesta por fusionar su origen con el país dueño de su corazón. Para bobe, no hay dicha más grande que darle a la Argentina todo lo que ella le ha obsequiado.
“La vida me enseñó de amor y compartir. Desde chica en mi familia se reunían, no había lugar en la mesa, se ponía banquito, no había más banquito y nos parábamos alrededor cantando y comiendo parados, pero siempre hubo lugar para cada uno de los que venían”, asegura. “Las puertas estuvieron y siempre tienen que estar abiertas para toda la gente. Así es Argentina, así es el Chiri. Y estoy orgullosa de mi nieto, ¡Y estoy gorda ahora! ¡De alegría!”, se emociona Dorita.
“Una de las grandes enseñanzas que deja la bobe, aparte de su sabiduría en la cocina, es que supo hacer un pase de posta”, interviene Juan Pablo. “Ella siempre fue la piedra angular para que se sigan haciendo las reuniones familiares, estas costumbres, los pekeles, y que todo siga de alguna forma como ella nos lo enseñó y nos sigue enseñando, por suerte, y por muchos años más”, concluye.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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