"Lo vimos. Ahí estaba". Con el silencio táctico de aquel que sabe mantener el suspenso, el cómico hace una pausa dramática. Se queda callado unos segundos y goza de la atención de sus oyentes (entre ellos, yo), que ya escuchamos aquello de la gira artística del año 68 por Bariloche, de la comida en un hotel de la avenida Bustillo, de la invitación a participar de un banquete privado en la casa del dueño, del paredón de piedras y la puerta de madera, de los 12 perros Doberman que custodiaban la entrada, de la mesa larga con 300 comensales y del hombre en la cabecera que miró con ojos de hielo al cómico y de la mujer que lo acompañaba. Y, aunque conocemos de memoria el remate, queremos escucharlo de su boca: "Lo vimos. Ahí estaba. Era Adolf Hitler". Y la mujer era Eva Braun: "¡Que por ella me di cuenta!", dice el cómico.
Cada vez que el aficionado a las conspiranoias viaja a Bariloche fantasea con ser parte de un episodio de esos programas que dan en cable a la madrugada, Cazadores de nazis o Las fugas del Tercer Reich. Un investigador local lleva cantidad de libros escritos con las teorías más impresionantes: que en la isla Victoria funcionó un laboratorio ultrasecreto para testear experimentos con humanos o que Hitler se afeitó íntegro al llegar a la Argentina, pero guardaba un bigote postizo en el bolsillo para arengar a sus seguidores con la fisonomía capilar completa. En Bariloche, como en cualquier otro lugar donde haga mucho frío, no se piensa en el verano cuando cae la nieve: el invierno del descontento se eterniza en la búsqueda del tesoro para los que persiguen misterios, una heráldica grabada en la piedra de una casa o el diseño de unos azulejos que remedan una cruz gamada. Y aunque la industria del turismo histórico le haga competencia en Córdoba, donde está el hotel Edén que servía vino del Rin y había instalado una antena de onda corta en el techo para transmitir los discursos nazis por altoparlante a las habitaciones, ninguna ciudad como Bariloche mantiene vivo el mito: acaso en un aquelarre geográfico, el paisaje de montañas altas, lagos helados y casitas con techos a dos aguas confunde las latitudes como una película de Hollywood que muestra Villa Gesell con cumbres nevadas.
Hay un epílogo para la historia del cómico que dice haber visto a Hitler a los ojos. Cuenta que muchos años después se hospedó en otro hotel de la zona y que ahí conoció a un alemán anciano. Al tanto del cuento, el viejo le dijo: "Todos los alemanes que vivimos en Bariloche sabemos que el Führer vivía seis meses en la Argentina y seis meses en Chile". Silencio. El cómico dosifica el efecto y, a pesar de su carácter histriónico que lo anima a seguir con otra cosa más graciosa, los demás nos quedamos helados.
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