Qué gran prueba de resistencia viene siendo la cuarentena! Las relaciones humanas –y la capacidad de los humanos de relacionarse– entraron en una etapa para la que no estamos preparados. Quiero decir: ningún vínculo, ni el más estrecho, funciona las 24 horas. Ni los novios adolescentes –simétricos, simbióticos, adheridos unos a los otros por la fuerza magnética de las hormonas en ebullición– registran ciento por ciento de permanencia. Por lo tanto, estamos reescribiendo, entre otros, el contrato matrimonial y el familiar. Cuando nos casamos –hablo en general– y cuando tuvimos hijos, lo pensamos como una actividad part-time. Habría además amigos, bares, trabajo, el mundo. Pero no, de pronto, un virus nos recluye y nos obliga a vivir la vida con otra perspectiva. Porque además de privarnos del exterior, de la sociedad, agita la amenaza de la enfermedad y la muerte.
La cuestión da para reflexiones sesudas. Ya las harán en su momento las personas indicadas. Me limitaré, que para eso gano un sueldo, a narrar mi caso personal. Y, en ese sentido, debo decir que, a diferencia de la mayoría de la gente que conozco, mis rutinas no se alteraron sustancialmente. Vera, mi esposa, trasladó su ingente actividad en el despacho de la petrolera al escritorio que tenemos en la planta alta. Y, atareada como sigue a pesar del freno a la economía, allí se queda buena parte del día y de la noche. Participa de reuniones virtuales con colegas de todo el mundo, redacta informes y planifica a toda velocidad alternativas viables para un negocio que, quién lo diría, no está precisamente en la cresta de la ola. Vera tiene, en suma, tanto o más trabajo que antes. Y su presencia en la casa es más bien sugerida, fantasmal. Sobre todo acústica: la escucho allá a lo lejos, en su reducto, hablar por teléfono o revolver el té de menta que le preparo y que tanto le gusta.
El pequeño Severino interrumpió su actividad escolar. Apenas estaba conociendo a su maestra de jardín. De modo que volvimos a ser inseparables. Las tres horas de tregua que me daba la escuela quedaron sin efecto. Como un espejismo. El agravante en la nueva situación es que no dispongo de la plaza para jugar. Todo es indoor. Lo cual requiere el doble de compromiso e imaginación de ambas partes. Seve tiene una vaga conciencia de lo que sucede. No me figuro qué elabora su cabecita cuando se le dice que nos acecha un organismo de tamaño insignificante al que se lo combate encerrándose en casa. Aun así, su conducta es ejemplar. Cero añoranzas. Supongo que los niños son domésticos por definición. El nido es su hábitat feliz. Si fuera por él, podríamos permanecer en cuarentena un par de años.
El problema partió del sentimiento de culpabilidad de los colegios. Como cobran lo mismo porque "el servicio continúa" aunque los chicos y las chicas no asistan, se ven obligados a cubrirse con una surtida actividad virtual. Si Mahoma no va al aula, el aula va a Mahoma. Por lo tanto, tuve que mediar entre Severino y una pantalla que lo saturaba de juegos, canciones y consignas estimulantes. Reemplacé por un rato el cuerpo de la seño María Paz y lo hice, va de suyo, de manera defectuosa. La docencia es presencia, sobre todo a esta edad. Pero ninguno de esos contenidos era urgente y los abandonamos. La vanguardia pedagógica que el jardín de infantes Pochoclitos dice encarnar no parecía verificarse en estas clases de emergencia.
¿Qué hacer entonces? Todo el mundo recomienda series, canales de YouTube, películas, partidos de fútbol viejos, cursos vía Zoom, videollamadas íntimas. Los remedios contra el tedio y la impaciencia solo profundizan el carácter distante, indirecto, de todas nuestras experiencias. Nos están diciendo que hagamos lo que hacemos siempre, pero más tiempo. Pues mucho antes de declararse la pandemia, dejamos de ponerle el cuerpo a la interacción con el prójimo.
Así las cosas, decidí que este período de pausa e indefiniciones fuera para mi hijo una introducción a la materialidad del mundo. Un curso sencillo de texturas, sabores y otros aprendizajes que dependen de los sentidos. Por ejemplo, de las manos. Con las manos se han construido los fundamentos de nuestra cultura. Hasta que termine la cuarentena, nos abocaremos al arte de amasar y de cultivar algunas plantas. Actividades que me resultan totalmente ajenas, por lo cual también será una rara aventura para mí.
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