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Sadako Sasaki tenía solo dos años cuando, el 6 de agosto de 1945, la bomba atómica cayó sobre Hiroshima. El estallido la expulsó por la ventana de la casa, a un kilómetro y medio del epicentro. Atravesó los vidrios con su cuerpo y, sin embargo, su madre Fujiko la encontró estaba totalmente ilesa. Realmente no la sorprendió: Sadako era chica fuerte, “que había nacido en medio de la guerra cuando no había suficiente comida, con un peso de apenas 2 kilos y 250 gramos, pero que estaba bien”, detalló la señora Sasaki años después en una carta abierta.
La “lluvia negra” lo cubrió todo, pero Sadako, su hermano mayor, Masahiro, y su madre, Fujiko, corrieron hasta un río cercano y, sumergidos hasta el cuello, lograron sobrevivir a los incendios causados por “Little Boy”, la bomba atómica que causó la muerte de 140 mil personas. El padre de los chicos, Shigeo Sasaki, estaba afuera de la ciudad ese día. A quien no volvieron a ver a la abuela paterna, quien quedó sepultada bajo los escombros de su casa.
El símbolo de la esperanza
Pasó el tiempo y la familia Sasaki pudo reconstruir su hogar. Sadako creció y se hizo conocida como una niña sana y muy alegre. A los 10 años se despertó en ella una verdadera vocación de deportista: con 1,30 metro de altura y 27 kilos, solía correr en las competencias escolares. Fue por eso que todos sus conocidos se sorprendieron cuando se enteraron de que las secuelas de la “lluvia negra” -efectos de la radiación- la habían alcanzado.
A los once años, casi una década después de la explosión de la bomba, Sasaki comenzó a mostrar síntomas. Con hinchazón en su cuello, enrojecimiento detrás de sus orejas y sus piernas de color púrpura, el 20 de febrero de 1955 fue ingresada en el hospital de la Cruz Roja en Hiroshima. Acababa de cumplir doce cuando le diagnosticaron leucemia aguda de las glándulas linfáticas, “la enfermedad de la bomba atómica” como le decía su madre.
Pero, a pesar que le pronosticaron un año de vida, Sadako se las arregló para mantener su optimismo. Dicen que contagiaba su alegría a sus compañeros de habitación -mayormente niños en su misma situación-, amigos y familiares cada vez que podían visitarla mientras intentaban luchar contra la enfermedad con transfusiones de sangre.
Cuentan que Chizuko Hamamoto, una amiga que hizo en el hospital, la distrajo un día contándole la leyenda de las grullas de papel que sostenía que, a quien llegara a plegar grullas de origami, le sería concedido un deseo. “¡Curarse! (y quizá, también que se terminaran las guerras)”, pensó Sadako. Acá vale aclarar, además, que la grulla es un símbolo ancestral japonés de buen augurio.
Mil grullas de origami, un deseo
Sasaki escuchó atentamente la historia de las mil grullas de origami, llamada “Senbazuru”. Sonrió esperanzada cuando le explicaron que las grullas eran una manera de desear salud y prosperidad ya que eran las aves más longevas y vivían 40 años, aunque un mito japonés afirmaba que llegaban a los mil años. Plegaría una grulla de origami por cada año de vida y ellas harían su deseo realidad.
Chizuko le enseñó cómo hacer origami -papiroflexia, sin tijeras ni pegamento- y Sadako comenzó a plegar. Motivada y deseando curarse, se obsesionó y empezó a buscar papel: anotadores, recetarios médicos, papel higiénico, recolectó todo material potencial. Plegó y plegó, creando una grulla de origami (“orizuru”, en japonés) tras otra.
Sus ganas de vivir y su historia se hicieron conocidas y las personas se acercaron a ofrecerle trozos de papel. Sadako había empeorado, pero usaba todo su tiempo en lo único que le daba esperanzas hacer. El origami llenaba su habitación -a esa instancia, individual- de hospital. Jamás se quejaba por sus dolores, solo se lamentaba por la tristeza que su enfermedad ocasionaba a sus padres. “Ella sabía que éramos pobres, aunque no dijo nada. Solía decir: ‘Mamá, no soy una buena hija porque tienes que gastar mucho dinero en mi enfermedad’”, detalló Fujiko tiempo más tarde en la carta Come back tome again, Sadako en The Global Human.
La niña también pensó que era muy egoísta pensar solamente en ella, así que plegó sus grullas de origami deseando que trajeran paz y alivio para las víctimas de guerras en todo el mundo. En especial para los “habakusha” (así fue comenzó a llamar a las personas afectadas por la bomba atómica) como ella.
Senbozuru por la paz mundial
Según la leyenda, la grulla protege a los débiles con sus alas y, cuando alguien fallece, transporta su alma hacia el paraíso. Sadako Sasaki estuvo ocho meses enferma, pero siguió tenazmente plegando sus grullas de origami hasta el último día.
“Ella plegó sus grullas con cuidado, una por una, usando trozos de papel publicitario, de medicamentos o envoltorios. Sus ojos brillaban mientras doblaba las grullas, mostrando que quería sobrevivir por todos los medios. Cuando mi marido y yo fuimos a verla, dijo: ‘Papá, solo he doblado cuatrocientas grullas de papel’. Él fue considerado con ella, conteniendo las lágrimas”, escribió su madre. Y siguió: “‘¡Qué duro es su destino, aunque tiene tantas ganas de vivir!’, pensé, pero no había nada que pudiera hacer. Mirando las grullas dobladas que Sadako hizo inocentemente en su cama, casi lloro con el corazón. Me pregunté por qué había nacido”.
Sadako Sasaki falleció el 25 de octubre de 1955. Dicen que llegó a plegar “solo” 644 grullas y que jamás se desanimó. Que, en su honor, sus amigos tomaron la posta y continuaron con la misión plegando prolijamente las figuras en origami por la paz que fueron enterradas con ella.
En un documental, así como en el libro Sadako y las mil grullas de papel, su padre Shigeo primero y su hermano Masahiro Sasaki después derribaron parte del mito: contaron que, para agosto y antes de morir, la niña sí había llegado a plegar sus 1.000 grullas. Dijeron que, incluso, hizo más: “Unas 1400″, precisaron. La enfermedad no se detuvo, pero que aun así Sadako no se desanimó: quería vivir y lograr la paz. Se convirtió en leyenda y, a su manera, las grullas de papel cumplieron su cometido.
La historia de la valiente Sadako y las mil grullas de origami se hizo tan conocida que, tres años más tarde de su muerte, niños japoneses -amigos, compañeros de colegio y perfectos desconocidos- recaudaron dinero y le dedicaron una estatua con una grulla de origami en la mano. Hoy el homenaje está ubicado en el Parque de la Paz en su ciudad natal y lleva la inscripción: “Este es nuestro grito, esta es nuestra plegaria, paz en el mundo”. La japonesa Sadako se convirtió en todo un símbolo mundial al que llegaron a comparar con Anna Frank.
La llaman “la hija de Hiroshima” pero su historia trascendió las fronteras convirtiéndose en libros, anime, obras de teatro e inspirando numerosos documentales. Cada año, en el aniversario de la bomba atómica, llegan hasta su monumento miles de grullas de origami de todas partes del mundo. Un recordatorio para que nada de esto vuelva a pasar. Gracias a Sadako, el senbazuru -las mil grullas de origami- se transformó en símbolo de paz, longevidad y esperanza mundial.
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