Detrás de la moda: los debates que el Met Gala nos dejó
NUEVA YORK.– El Met Gala 2018 ya es parte de la historia, pero los debates que activó todavía resuenan y siguen dando vuelta porque son un reflejo fuerte de los negocios, las pasiones y las guerras culturales que hay detrás de la moda.
El primero es el que ya fue bautizado Amalgedón. Como célebre abogada especialista en derecho penal internacional, Amal Clooney está acostumbrada a hacer enojar a la gente –pero en general se trata de déspotas y abusadores de los derechos humanos, no diseñadores de moda–. Sin embargo, Clooney ahora se encuentra en la lista negra de la gente fashion tras haber cometido una doble traición contra Tom Ford que, aseguran, parece –manteniendo la imaginería católica que era el tema de la fiesta y de la exposición que inauguró– digna de un papa Borgia.
Sucede que para el gran banquete (aunque respecto de la cantidad, si no calidad de comida este fue otro de los escándalos que describiremos en párrafos posteriores) de Heavenly Bodies, Clothes and the Catholic Imagination, Ford y su equipo estuvieron meses trabajando con Clooney en un vestido con extraordinario juego de espejos de colores que recreaba los vitraux de una catedral.
Sin embargo, a último momento, Clooney, quien era una de las anfitrionas de la fiesta, decidió ponerse su atuendo "de repuesto" que había sido creado por Richard Quinn, un diseñador británico joven en ascenso. Fue el look de pantalones y gran capa –tan grande que, de hecho, su marido, George, consultado por la prensa sobre dónde habían dejado a sus hijos mellizos, bromeó que Amal los llevaba escondidos dentro de la prenda– con el que fue fotografiada por todas partes. Ford entonces le pidió a Amal que no usara del todo el vestido de vitraux esa noche para que, después de tanto costo y esfuerzo, al menos otra celebridad pudiera estrenarlo en una alfombra roja futura. Pero, según confesó Anna Wintour en la radio, y a pesar de que ella intentó disuadirla, en la mitad de la noche Clooney se metió en la tienda de regalos del museo y se cambió al vestido de Ford.
De esta manera ya ningún famoso iba a querer usarlo al haber perdido la exclusividad. La importancia de esto dentro de la industria es enorme. Nunca queda claro si las celebridades pagan por los vestidos que llevan (salvo raras excepciones, no, e incluso les pagan por hacerlo), y la propaganda que generan puede crear o destruir una marca.
El caso más citado sigue siendo el del diseñador libanés Elie Saab, quien vistió a Halle Berry para los Oscar de 2002 en un vestido borravino con transparencias y hojas bordadas en lugares estratégicos. Desconocido para el gran público hasta entonces, el vestido causó tal sensación que Saab entró inmediatamente en el panteón de la alta costura. Se estima que el valor de Berry llevando su creación fue de unos 25 millones de dólares para la marca. Si será algo similar para Quinn esta por verse, pero ya tuvo, este año, a la celebrity más difícil que lo apoyó: como Quinn ganó un nuevo premio al talento en Inglaterra, la reina Isabel estuvo en su desfile y en primera fila. Si eso ocurría con un poco más de tiempo, hay apuestas de que quizás hasta le encargaban el vestido de novia a Meghan Markle, y la implicancia de que Clooney hubiera abandonado a Ford por él ya pasaba a ser un tema casi menor.
El otro gran debate de esta semana fue respecto de la decisión de Scarlett Johansson de llevar un vestido que no tenía nada que ver con el tema de la fiesta (irrelevante), pero que había sido diseñado por Marchesa, la marca de Georgina Chapman, la mujer de Harvey Weinstein.
Chapman ya le pidió el divorcio, y en un largo perfil publicado este mes por Vogue declaró que no sabía nada respecto de las actitudes de depredador sexual de Weinstein. Muchos aplaudieron la decisión de Johansson –con explícito consentimiento de Anna Wintour y Vogue– de apoyar la rehabilitación de la marca, diciendo que es injusto castigar a las mujeres por los pecados de sus maridos. Otros, como el matutino británico The Guardian fueron más duros. Recordaron que, según testimonios que salieron a la luz, Weinstein ponía presión indebida sobre las actrices cuyos films él producía para que llevaran la ropa de su mujer en la alfombra roja.
"Marchesa era una extensión de la cultura que Weinstein creó y explotó –escribió la columnista Hadley Freeman–. Chapman sin duda está sufriendo ahora, pero ella no debería ser la historia. La historia deberían ser las mujeres cuyas carreras, cuerpos y autoestima Weinstein demolió, no la mujer cuya carrera él creó y quien está recibiendo unos 20 millones de dólares en el divorcio".
Finalmente está el gran tema sobre si la ropa de las invitadas fue una falta de respeto hacia la Iglesia. Al respecto, el cardenal Dolan, arzobispo de Nueva York e invitado especial a la fiesta, fue claro. Dijo en una entrevista radial que no estaba ofendido por la couture contemporánea que vio, que incluía una máscara de cuero estilo sadomasoquista con un rosario que le colgaba y varios vestidos con escotes más que pecaminosos.
"No vi nada que fuera un sacrilegio. Vi algunas cosas de gusto dudoso, pero no me pareció que nadie tuviera la intención de ofender a la Iglesia", dijo en la entrevista, que fue levantada por el New York Post causando que nadie en la Gran Manzana hablara de otra cosa.
Ni siquiera Rihanna lo alteró. Creado por Maison Margiela, su look era una minifalda con capa voluminosa y hasta su propia versión de la mitra, todo en un color blanco y repleto de piedras y bordados de reminiscencia papal.
Dolan, que como es frecuente hizo alarde del humor y la ironía neoyorquina, bromeó con que era él quien le había prestado el sombrero. "Me lo devolvió esta mañana –señaló el prelado–. Mis auxiliares me estaban cargando al respecto, entonces les dije: ‘Muchachos, no deberían quejarse porque ella se ha propuesto de voluntaria para oficiar varias confirmaciones’".
También dijo que él era el único de los invitados que no tuvo que salir a comprar ropa especial para la ocasión, aunque los organizadores "estaban un poco decepcionados de que solo hubiera usado la sotana con botones y faja colorada, querían que me pusiera la capa al tono también".
Para lo único que tuvo objeciones fue para la comida. Respecto del plato principal que le sirvieron dijo que "fue de esos que necesitás una lupa y pinzas de cejas para poder comerlos".
"Traté de usar mis cubiertos, pero las porciones enteras se caían entre los dientes del tenedor", ejemplificó. "Tuve que darle una propinita al mozo para que vaya afuera y me traiga un par de panchos de los puestos que hay atrás del museo, y al regresar a casa me comí tres sándwiches de manteca de maní con jalea", reconoció Dolan.
Pero aclaró que, a pesar de todas las pasiones y los conflictos que despertó, fue una noche no solo "poderosa", sino "maravillosa", donde mucha celebrity inesperada se acercó a contarle buenos recuerdos en relación con la Iglesia.ß