La cultura celta se trasluce en todos los rincones de la ciudad: desde la gastronomía hasta la educación. Sin embargo, esta localidad también fue clave para la consolidación del Estado nacional en el sur argentino.
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La vista del valle predispone al viajero con una fuerte dosis de optimismo: los verdes de diferentes tonos que se superponen, los espacios infinitos para que pasten animales, los fondos con picos nevados que le agregan al cuadro una fuerte impronta paisajista y, por si eso fuera poco, un eventual arco iris de un ancho desmesurado que parece haber sido pintado en pleno cielo por un niño.
Probablemente esta haya sido la primera impresión que obtuvieron Los Rifleros del Chubut, el grupo de galeses radicados en la costa de esa provincia que en 1885 convencieron al entonces gobernador Luis Jorge Fontana de hacer una expedición en dirección a la cordillera para buscar nuevos territorios para colonizar. El lugar tiene un nombre en español, 16 de Octubre, para homenajear el día en que la caravana se había puesto en marcha. Pero también tiene su denominación galesa, la aparentemente impronunciable Gwn Hyfryd (que significa valle hermoso). ¿La ubicación? Apenas a unos pocos kilómetros de donde se produjo finalmente el asentamiento: Trevelin.
En 1998, un grupo de descendientes de aquellos pioneros formaron una compañía homónima en homenaje y, en 2005, al cumplirse los 120 años de la gesta, reeditaron el trayecto entre Rawson y Trevelin. “Anduvimos a caballo durante 24 días, durmiendo en el exterior: la primera noche que volví a estar en un cama sentía que el techo y las paredes me iban a asfixiar”, cuenta Jorge Wilson Thomas, bisnieto de John Murray Thomas, uno de los líderes del grupo original, hoy dueño del complejo de cabañas El Tropezón, ubicado a unos cinco kilómetros del centro de la ciudad. “El nombre es homenaje a un boliche de campo que puso mi abuela en este mismo terreno en 1910″, aclara.
La epopeya de los Rifleros está viva en diferentes puntos de la ciudad: desde el cartel que reza “Gwn Hyfryd” en el medio de la ruta hasta la emotiva tumba del Malacara, el caballo de John Evans, baqueano al frente de la expedición, abierta al público. Incluso los nombres de las calles conmemoran a muchos de estos héroes urbanos. “Tuve que ir personalmente al Consejo Deliberante para que le cambiaran el nombre a Laprida y le pusieran el de mi bisabuelo”, relata Thomas.
Hacia una Nueva Gales
Esa primera inmigración galesa, que llegó al país en 1853 a bordo del velero Mimosa, había decidido explorar nuevas tierras para perpetuar su cultura, su idioma y sus costumbres, que estaban en riesgo debido a la presión británica por igualar a todos sus habitantes.
Los resultados son inapelables: prácticamente no hay un espacio en la región que no esté teñido de la cultura galesa.
Basta visitar el Museo Molino Andes, donde además de aprender sobre el Mimosa, la vida cotidiana de la ciudad en años pasados, la biografía de los personajes clave de la historia local o el funcionamiento del propio molino harinero (estuvo activo entre 1918 y 1953), el visitante se topa con una señalización trilingüe: español, inglés y galés.
Además, la provincia alberga cuatro ediciones del Eisteddfod (que, en traducción literal, significa “quedarse sentado”), un festival de arte y cultura cuyos orígenes se remontan a 1117. Y si la idea es parar la marcha por la tarde para tomar algo caliente, lo más probable es que uno se tope con un té galés: mesas abarrotadas de pan con manteca, scones y diferentes tipos de tortas.
“La costumbre nace de servir para otras personas algo que ya compartíamos al interior de nuestras familias: el té siempre fue el momento de reunión, en especial los fines de semana”, cuenta Susana, hoy propietaria de Naim Maggie, una de las casas más tradicionales en este rubro en la ciudad (funciona desde 1975, gracias a la iniciativa de Lucía Underwook, mamá de Susana, aunque ya la familia había hecho intentos previos en 1962). La Maggie a la que hace referencia a Margarita, abuela de Susana, afincada en la región desde 1891. “Por parte de mi mamá, descendemos de unas de las primeras familias que nacieron en el valle”, dice orgullosa la dueña del local. De la misma rama se puede visitar otra casa de té, La Mutisia, ubicada en la calle principal.
Del pasado al futuro
Por supuesto, en Trevelin existe una Asociación Galesa “16 de Octubre”, que preside Randal Rowlands. Lo encuentro en el interior de la Capilla Bethel: una construcción de 1910 que, curiosamente para una comunidad tan interesada en su pasado, nadie sabe quién construyó. El interior es cálido, con muebles de madera y un escenario con órgano y atril.
Luego de una breve charla, Rowlands extrajo una armónica de su mochila: la música es muy importante para la cultura galesa y su preservación, casi una obligación moral. Sin dudarlo y con una pasión que lo desbordaba -aunque asumo que habrá interpretado esta misma pieza miles de veces- entonó un himno de su patria y una canción infantil. Logró su objetivo: las melodías detuvieron el tiempo. La armónica fue también varita mágica. “En los buenos tiempos, este lugar se llenaba, no había lugar para nada”, relata Rowlands.
Nos trasladamos en el tiempo y en el espacio hacia la Escuela 18, alejada unos kilómetros del centro. Si bien esta construcción es de 1922, el emplazamiento original, víctima de una inundación, se encuentra a no más de 1000 metros de distancia. En este lugar, el 24 de abril de 1902, se decidió que este territorio formase parte de la Argentina. “La historia creó un engaño al describir el hecho como un plebiscito: en realidad, fue una visita de una Comisión de Límites compuesta por representantes chilenos y argentinos, así como un árbitro, que tomó la decisión debido a que los pobladores ya estaban convencidos de lo que realmente querían”, resume Randal.
La comunidad galesa de Trevelin se esfuerza por poner en valor todo lo que se hizo a lo largo de este siglo y medio. Pero, en simultáneo, piensa de manera sustentable hacia adelante. La escuela bilingüe español-galés recibe 140 alumnos y está abierta a toda la comunidad. “Los docentes enseñan el idioma tal como se habla allá, porque el nuestro quedó avejentado, no experimentó la evolución propia de los lenguajes que sí se dio en Gales”, cuenta Susana, cuyos nietos asisten al colegio. Margarita Jones de Green, secretaria de la institución, traza un puente entre pasado y futuro: se muestra orgullosa del crecimiento del colegio y elogia, al mismo tiempo, la hermosa vista de la capilla Bethel que se observa desde los ventanales.
La ironía es que los inmigrantes galeses llegaron para proteger su cultura y crear una Nueva Gales en estas latitudes, pero la gesta de los Rifleros primero y el mal llamado plebiscito de 1902 después resultaron en dos acciones fundamentales para la consolidación de la nación argentina en territorio chubutense.
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