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“El lugar es bastante aterrador, tiene un sótano inmenso que está en una oscuridad total, y más tétrico lo hace el hollín que quedó con los productos que utilizaban, para realizar pruebas de incendios, los bomberos. Pero hay más detalles que transforman este lugar en una escena de terror. Es loco e inexplicable, al menos para mí, los diferentes climas que se padecen entre una habitación y otra, por ahí te metes a una y tiene un clima cálido, luego vas a otra y cambia totalmente a frío”.
Se lo conoce como el centro para tuberculosas y las pocas personas que ingresan al Sanatorio Social Domingo F. Sarmiento, en la localidad de Merlo, Provincia de Buenos Aires, dicen que sienten algo especial en cada uno de los cuartos y ninguno de ellos tiene idea de los sucesos que allí pasaron desde que se inauguró en 1928, ni que fue abandonado en 1934.
Angustia, tristeza, soledad, desasosiego y sufrimiento son algunas de las palabras que describen aquellos exploradores que se animaron a adentrarse en este nosocomio que se dedicaba al tratamiento de la tuberculosis pulmonar y que, mayormente, atendía a mujeres docentes de todo el país que presentaban síntomas compatibles con esta enfermedad.
Los olores también forman parte del conjunto de sensaciones y sentimientos que se experimentan al ingresar al lugar. Y no hace falta estar horas (lo cual sería demasiado arriesgado por el aire tenebroso que se respira) sino que a los pocos minutos se perciben los aromas a lo que antaño fueron químicos, aceites, óxidos, elementos quemados y hasta animales muertos.
Reglas muy estrictas
Si bien no hay mucha información sobre el funcionamiento de este sanatorio, se sabe que una vez que llegaban las pacientes desde diferentes zonas de la Argentina, eran divididas en tres categorías: enfermas de reposo absoluto, casi curadas y las curadas clínicamente. Apenas traspasar las puertas las docentes eran recibidas con un baño tibio e higiénico. El cuidado personal era una de las pautas más importantes.
Tanto como la alimentación saludable, razón por la cual los médicos guardaban prolijamente las historias clínicas y unas planillas, a las que todos los días accedía el director, que conocía cada uno de los casos, y daban cuenta de la dieta que cada una de las mujeres internadas necesitaba para contribuir a la cura de la enfermedad.
Todo parecía muy bien organizado en el Sanatorio Sarmiento que tenía dos pilares principales: el control estricto y la disciplina que sí o sí debían respetar y cumplir las pacientes.
Por ejemplo, durante las noches y en los tiempos de descanso debían airearse por lo que estaban obligadas a dormir con las puertas y las ventanas abiertas, sin importar la estación del año ni el clima que oscilara en el lugar. Sin embargo, ésta no era la única regla que las pacientes debían cumplir a rajatabla.
“Por la mañana se quedaban dentro de las habitaciones quienes presentaban fiebre mayor a 37,5° y las pacientes que podían levantarse se tomaban la temperatura en el chaisse lounge, ya que la característica forma del sofá permitía el apoyo total del cuerpo. Las comidas eran servidas por las mucamas en el comedor y luego realizaban paseos en el parque, donde había huerta y gallinero. Además podían leer libros, escribir cartas y realizar juegos de mesa, debían permanecer muchas horas tomando baños de sol, en silencio, descansando las piernas para lograr un reposo físico y mental”, cita el portal La voz de Bragado.
Pero eso no es todo. Las docentes que aceptaban ingresar al sanatorio para recuperarse de la tuberculosis, con la intención de retornar a su lugar de origen para seguir dando clases, desde el minuto uno eran anoticiadas acerca de las cinco reglas que sí o sí debían cumplir. De modo contrario, las invitaban a abandonarlo.
Como la bacteria que ocasiona la tuberculosis se propaga cuando una persona infectada tose o estornuda, estaba prohibido escupir en el piso, para hacerlo tenían a su disposición varias saliveras en el pasillo y en cada habitación, acompañada por una jarra de agua y un vaso. Además, debían utilizar siempre un guardapolvo blanco y no podían deambular por los pasillos ni mucho menos ponerse a conversar con otras compañeras. La última regla era una obviedad: estaba prohibido dañar el lugar.
La fascinación por explorar lugares abandonados
Uno de los valientes que se animó a entrar a este sanatorio es Sebastián Núñez que, bajo el seudónimo Urbex Jahman, desde hace tres años se dedica a explorar diferentes sitios abandonados en el AMBA con el objetivo de descubrir y mostrar estos lugares que están perdidos, como él mismo cuenta.
Y parece que este lugar le llamó mucho la atención ya que, confiesa, lo visitó ocho o nueve veces. “En la puerta de entrada tenía unas rejas imponentes de hierro forjado, con detalles únicos que ya no estaban la segunda vez que fui porque se las habían robado. Siempre que fui encontré cosas personales como ropa de adulto y de niños, pañales, artículos de uso cotidiano. Algo que nunca falta en este lugar son las macumbas o magia negra, trabajos de maleficios como, por ejemplo, animales muertos en bandejas llenas de pochoclos y bebidas alcohólicas, velas de colores, típico de estos lugares”, describe Nuñez a LA NACIÓN
Por razones que se desconocen, en 1934 el sanatorio cerró sus puertas. Tampoco se sabe qué fue de la vida de cada una de las mujeres que permanecían internadas. Tras el cierre definitivo, el edificio fue utilizado como depósito de pilas. Sin embargo, desde hace muchos años el lugar está abandonado y como ocurre en la mayoría de estos casos la consecuencia principal son el vandalismo y los robos.
Nuñez cuenta que las pocas personas que se animaron a entrar, entre ellos él, inevitablemente en algún momento de la exploración sienten temor. A pesar de eso, él decidió visitar el lugar de noche. “Me encanta ver la otra cara de los lugares, la noche te muestra otras cosas, las sensaciones y el peligro se multiplican y la sugestión, a veces, te juega malas pasadas, te puede hacer sentir más de lo que ves. Esa vez que fui el sótano estaba todo inundado”.
Al parecer, el predio en donde se encuentra este sanatorio abandonado aun tendría dueño ya que cada tanto el lugar se deja ver con el césped cortado.
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