La pandemia los había distanciado pero él se las ingenió para visitarla, pero algo salió mal
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Ninguno de los dos supo cómo ni cuando empezaron a hablar. Pero lo cierto es que una publicación que él hizo en Facebook fue el puntapié para que ella se animara a hacer un comentario. Ese primer paso abrió el camino para una serie de mensajes privados que los encontró a ambos sonriendo como hacía tiempo no lo hacían del otro lado de la pantalla. La conversación pronto se trasladó a WhatsApp y, de allí, a las charlas telefónicas. Todo fluía entre ellos y cada uno por su lado tenía la sensación de que conocía al otro de toda la vida.
“Todo comenzó con una publicación que hizo en Facebook. Yo le contesté, solo por seguir el juego y sin esperar que él me respondiera. Pero lo hizo. A partir de allí comenzamos a escribir nuestra historia. Nos mandábamos fotos, audios, hacíamos llamadas que duraban horas y sentíamos que nos conocíamos desde siempre”.
Separados por la distancia
Ella anhelaba poder conocerlo personalmente. Habían pasado siete meses desde aquel primer intercambio de mensajes. “Me enamoré profundamente y el me confesó que sentía lo mismo por mí”. Pero había un “problema” que les impedía concretar ese encuentro tan deseado. Él vivía en la provincia de Santa Fe y ella en Salta. Más de 1.600 kilómetros los separaban y había un obstáculo más: su vínculo había comenzado en forma paralela a los primeros meses de confinamiento más estricto que se decretó en el país por la pandemia de Covid.
Pasaron un puñado de meses, más de los que en realidad pudieron contar. La intensidad y el cariño en las conversaciones se mantenía intacto al igual que las ganas de verse y tenerse cerca. Hasta que una tarde, mientras ella estaba por finalizar su jornada laboral en el café de especialidad donde trabajaba, un tema musical curiosamente familiar comenzó a sonar en el local al tiempo que un hombre con gorra se acercaba al mostrador para pedir una bebida caliente.
“No lo reconocí hasta que se corrió el barbijo”
“Esa tarde, cuando me encontraba trabajando, me dio la sorpresa. Y la imagen quedó guardada para siempre en nuestros corazones. Estaba por cerrar la caja cuando escuché que se abría la puerta y empezaba a sonar un tema de Chayanne que nos gustaba a los dos. Levanté la vista y vi a un hombre con un pequeño parlante en la mano y una gorra que le cubría la frente. Se la sacó y me miró fijo. Claro, en esos primeros momentos no lo reconocí, pero, cuando se corrió el barbijo, me sorprendió, realmente en ese instante me sentí la mujer más feliz del planeta”.
La emoción la dejó en shock por algunos segundos. Hasta que pudo reaccionar y corrió a abrazarlo. Sus cuerpos se fundieron en un calor eterno que les hizo saber que eran el uno para el otro. Los días siguientes los vivieron como una luna de miel: pasearon, cenaron a la luz de las velas, hicieron el amor, conversaron sobre sus proyectos y se prometieron amor fiel e incondicional.
Pero llegó el momento de la despedida. Él tenía que regresar a Santa Fe para retomar su trabajo. Lloraron tomados de las manos, se miraron fijo a los ojos todavía nublados por las lágrimas y se juraron que volverían a encontrarse. Pero el tiempo pasó, las dificultades económicas complicaron el vínculo y, aunque siguieron comunicados, el amor y la confianza no fueron suficientes para sortear aquellos obstáculos. El cariño se diluyó, como agua entre las manos y ya nada volvió a ser igual. “Sé que lo que tuvimos fue real. Pero por el momento estar juntos no es posible. Confío en que el tiempo podrá reunirnos nuevamente y darnos una segunda oportunidad. En realidad, confío en ese encuentro que tuvimos, en lo que nos unió y nos hizo tambalear. Confío en lo que sentí, bue, en lo que sigo sintiendo”.
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