No eran las cartas que el destino había elegido para la vida de José. Con apenas 17 años tenía toda la vida por delante, pero no perdía las esperanzas de encontrar en Estados Unidos -donde se había instalado para estudiar- una chica argentina con quien compartir sus días. Su inglés por ese entonces no era el mejor y los intercambios con las jóvenes locales tampoco habían resultado lo que imaginaba.
Pasaron algunos años hasta que en 2012 José regresó de visita a Buenos Aires. Entusiasmado por la diversión porteña, esa noche decidió con sus hermanos que irían a un Pub Crawl, un recorrido a pie de bares y boliches para degustar tragos y cervezas en cada una de las locaciones que participan del evento. "Ahí fue donde la vi. Una chica americana que estaba de intercambio y bailaba reggaeton. No recuerdo cómo comencé a hablarle pero sí que le dije que tenía una hermosa sonrisa. Charlamos de nuestras vidas, bailamos y hubo algunos besos".
José había quedado realmente cautivado por esa rubia de sonrisa amigable. Le pidió su número de teléfono y le prometió un paseo por la Casa Rosada para el día siguiente. Cumplió con su propuesta y, además, la llevó a comer pizza en El Cuartito, en Talcahuano al 900. Aunque no hubo mucho tiempo para charlar a solas, ya que los acompañaban otros americanos, fue bueno volver a verla.
Redes sociales y fotos de la Patagonia
"Quedamos en contacto en Facebook y tengo que confesar que yo quedé flechado. Hoy releo la conversación que tuvimos por esa red social y donde días después de volverme a Estados Unidos le decía cuán simpática me había parecido y que me iba a casar con ella y me río de mi mismo. ¡Fue una locura sin sentido pero con mucha emoción!".
Pasaron ocho años. Si bien mantuvieron alguna que otra conversación cada por asuntos de amigos viajando a la ciudad donde vivía el otro, la relación no avanzó más allá de esa instancia. "De todos modos, en cada oportunidad aprovechábamos y nos hacíamos una actualización de lo que estaba haciendo el otro. Siempre me llamó la atención sus respuestas pensadas y simpatía con la que contestaba cada uno de mis mensajes".
A fines de 2019, cuando todavía nadie pensaba en la pandemia que traería el año siguiente y mientras José hacía el duelo de una relación dolorosa, recibió un sorpresivo mensaje en Instagram.
-¿Estás en París? Yo también, decía la americana de sonrisa dulce.
José estaba de vacaciones con su familia y Caitlin de visita. Pero partía de regreso a su ciudad esa misma madrugada. "Nos quedamos con las ganas de un reencuentro que no pudo concretarse".
Pasó un mes hasta que intercambiaron mensajes nuevamente. Fue en marzo de este año. Caitlin comentó una foto que José había subido y charlaron todo ese día. Además, en un gesto de cariño, él le envió unas fotos de la Patagonia y un texto prometedor: "si pensás dejar tu trabajo, ya sabés que en la Argentina te esperamos".
Casualidad -o no- quince días después ella preguntó cómo estaba atravesando el país los inicios de la pandemia por el Covid. "Sentí una suerte de guiño, me gustó su iniciativa y conversamos todo ese día. Recuerdo que al día siguiente pensé: esta chica me responde bien y es demasiado linda para no remarla... desde entonces le escribí casi a diario y nos fuimos conociendo más... Sin saber muy bien para qué, desde marzo comenzamos a hablar a diario".
Cinco meses después, cuarentena mediante y con conversaciones a diario, José tuvo la oportunidad de volar a Estados Unidos con la posibilidad de encontrarse con Caitlin en Boston por un fin de semana. "Era medio loco reunirse con alguien por cuatro días luego de 8 años sin vernos, pero fuimos para adelante. Lo pensamos bastante pero como nos llevábamos tan bien, sentimos que nada podía salir mal".
La incertidumbre y los nervios del momento de reencuentro aumentaron a medida que se acercaba la fecha del viaje. "Volé con barbijo y máscara de plástico. El viaje en avión fue eterno. La ansiedad y los nervios me estaban matando. Ni había películas para distraerme". Pero valió la pena. José y Caitlin recorrieron Boston durante cuatro días. Anduvieron en bicicleta, en kayak, salieron a cenar y caminaron por algunos de los parques de la ciudad. La conexión entre ellos fue mágica.
"Después de Boston quedamos muy enganchados pero había un problema. Ella se estaba por mudar a Irlanda para hacer un posgrado y no podíamos poner en riesgo su viaje con otro encuentro". Hubo despedida en el aeropuerto con besos, abrazos y lágrimas. "Ahora ella está en Irlanda, por un año al menos, y yo en Buenos Aires. Nos escribimos a diario y queremos que siga la historia aunque no sabemos bien cómo. Le dejamos al futuro que haga lo suyo al igual que lo hizo luego de 8 años en el medio de una pandemia".
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