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“Ha de crecer en preludios, regada por el cariño, será guitarra tan dulce como sonrisa de niño”, dice una de las estrofas de un poema colgado en una de las paredes de un taller con mucha mística e historia. A su lado, una alta vitrina de madera exhibe un par de guitarras, un violín (de principios del siglo XX) y una vihuela. Fernando Yacopi, tercera generación de luthiers, toma una de sus obras maestras y la acomoda sobre un paño en la mesada de trabajo.
Con sumo cuidado y precisión le pasa un trapo. Luego, la abraza. “Amo las guitarras. Esta me ha llevado más de 300 horas de trabajo. Me la encargaron para Nueva York”, afirma. Su mirada refleja un cariño incondicional por el oficio que aprendió de su padre, el maestro Don José Yacopi. Sus instrumentos musicales a cuerda han sido elegidos por artistas de todo el mundo: desde Atahualpa Yupanqui, Pedro Aznar, Luis Miguel, Sergio Denis hasta Eric Clapton.
El antiguo taller de luthería
Los rayos del sol ingresan por la ventana de una casona, ubicada en una zona residencial en la calle San Ginés 759, en el municipio de San Fernando. Tras recorrer un amplio y luminoso patio, con pisos de antaño y tupidos árboles, se llega al lugar donde sucede la magia: un antiguo taller de luthería. Al instante, se percibe el aroma a madera: nogal, caoba, algarrobo, jacarandá, ciprés, ébano, entre otros. Sobre los soportes, prolijamente acomodados, se encuentran algunos modelos clásicos: de estudio y medio concierto; de medio concierto destacadas y de concierto firmadas. “Mi padre me enseñó a elegir las maderas, este material es fundamental para la elaboración de una guitarra de calidad. Hace que el instrumento sea único” revela el artesano Yacopi de 57 años, mientras abre la puerta de una pequeña cámara deshumectadora (con temperatura controlada) repleta de materiales. “Cuando los clientes ven esto les parece increíble. Muchas maderas están aquí estacionadas durante cinco años. Esta por ejemplo, la utilizamos para el costado de la guitarra, se tornea con calor y un molde”, cuenta. Sobre otro de los estantes hay un material que se transformará en la boca del instrumento.
“Llevar el apellido Yacopi me enorgullece”, reconoce Fernando y señala una foto en blanco y negro del taller de su nonno, Gamaliel, en Génova, Italia. Él fue quien comenzó con la tradición y el oficio: elaboraba artesanalmente contrabajos, violas y violines. Luego, como consecuencia de las Guerras tuvo que trasladar su taller a Vitoria, en el País Vasco y luego a París. José, el hijo de Gamaliel, desde muy pequeño heredó la pasión por los instrumentos a cuerda. De jovencito se ganaba la vida como profesor de guitarra. A sus 22 años incursionó como artesano y diseñó su primera vihuela. “Es de 1936 y le costó mucho tiempo a mi padre, exactamente cuatro años en terminarla. Por eso, siempre digo que es su obra maestra. La conservo como un tesoro, para mi es muy valiosa afectivamente”, reconoce. En sus manos, sostiene la pieza con un minucioso trabajo artesanal: tapa de cedro con nacar encastrado a mano. Por sus detalles y perfección, hace unos años se la han querido comprar en la casa de remates inglesa Sotheby´s.
De París a Buenos Aires en los ‘50
En la década del 50 los Yacopi se embarcaron rumbo a Argentina en busca de nuevos horizontes y oportunidades. “En sus maletas trajeron un par de pilchas y varias maderas y herramientas para construir los instrumentos. También una guitarra y dos violines (que aún conservo)”, cuenta. Al llegar se instalaron en General Villegas. Al tiempo, José comenzó a construir artesanalmente su instrumento favorito. “Papá me contaba que se iba a Microcentro y a Caballito con dos de sus guitarras al hombro. Recorría casas de música y conservatorios. Y hasta que no las vendía no regresaba. Había noches que se quedaba en pensiones”, relata. Sus primeras creaciones llevaban como sello una “G”, en homenaje a su padre Gamaliel. Poco a poco, su oficio comenzó a ser reconocido entre los concertistas del país. En 1952 junto a su esposa María del Pilar, se instalaron en una casona con patio en el barrio de San Fernando. En el fondo, montaron un gigantesco taller. “Acá llegaban los camiones cargados con los troncos en bruto: cedro, nogal, entre otros, y se cortaban con la medida justa para cada instrumento. Luego se dejaban estacionar”, recuerda, quien desde pequeñito armaba las pistas de los autitos con los recortes de la madera. “Me crie en el taller, me sentaba en este rincón a jugar mientras que los artesanos tomaban medidas y les daban las últimas terminaciones a las guitarras“, agrega, emocionado.
Con 15 años empezó a dar una mano con las restauraciones. “Este oficio se aprende con la práctica. Tuve la escuela estricta de mi padre: por 20 años me encargué de reparar las roturas de las guitarras. Empecé bien de abajo”, cuenta Fernando. En su mano tiene un icónico medidor de madera. “Con esto miro la altura de la cuerda. Pero ya son tantos años que prácticamente lo hago a ojo, me doy cuenta enseguida”, afirma, quien en el 2001 arrancó a hacer sus propias creaciones. Cinco años más tarde, Don José falleció y él continuó sus pasos. “Modernice algunas cosas, por ejemplo, prestarle más atención a las terminaciones, pero respeto la tradición, las medidas y el armado de las guitarras clásicas de mi padre. Yo no tengo nada que inventar”, reconoce.
El modelo llamado “109″ de la línea de concierto es uno de los modelos más buscados. “Suena increíble”, considera el experto. Para los asados y guitarreadas muchos le encargan la número 100. Para la producción de los instrumentos Yacopi cuenta que infiere el clima. “Con días húmedos no puedo armar, encolar ni lustrar. Todo lleva su tiempo, se necesita paciencia ya que es hecho a mano, como antes”, cuenta.
Los músicos y las guitarras Yacopi
Con los años las guitarras alcanzaron fama en todo el mundo y el apellido Yacopi se transformó en sinónimo de calidad y prestigio en el mundo de la música. Fue en la década del 80 y 90 donde hubo un gran auge. Durante más de 30 años se exportaron a Japón. “Hubo una época en la que por año nos encargaban 40 unidades”, rememora. También viajaron a Estados Unidos, España y el Reino Unido, entre muchos países más. Asimismo, ha lucido alguno de sus modelos en shows y conciertos centenares de artistas. Desde Eric Clapton, Atahualpa Yupanqui, Pedro Aznar, Luis Miguel, Sergio Denis, Nelly Omar, “Los hermanos Escudero”, Carlos “El Negro” Álvarez, Manolo Iglesias, Patricio Giménez pasando por el Payo Silva y Magdalena Cullen, por tan solo nombrar algunos. También se acercan al local muchos turistas. “Quieren llevarse de recuerdo una guitarra artesanal y original”, admite, Fernando, mientras se acerca al escritorio que supo ser de su padre. Todas las paredes están repletas de recuerdos con fotografías y recortes de artículos periodísticos de diarios y revistas. Una titulada “La dinastía guitarrera”, otra “Homenaje a una pasión que se tradujo en cuerdas y diapasones”.
Garantía ilimitada
“Todas nuestras guitarras vienen con un certificado de garantía ilimitada. Trabajamos con honestidad y mucha tradición. Me encanta este oficio, es lo que sé hacer y lo amo”, concluye el artesano. En un rinconcito, cerca de la ventana están colgadas todas las herramientas de su padre: pinzas, tijeras, destornilladores, limas, reglas, pinceles, martillos y medidores. Yacopi, orgulloso, mira el instrumento que acaba de terminar con más de 300 horas de trabajo.
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