Llegó a pesar 140 kilos, el sueldo no le alcanzaba para pagar las deudas y mantener a su beba recién nacida.
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Mery Sánchez nació y creció en Ameghino, Provincia de Buenos Aires, como “la gordita del pueblo”. Ser señalada por la gente y convertirse en el punto de burlas fue el comienzo de una depresión de la que logró salir años después.
“Nadie me podía hacer upa desde que tenía cuatros años, siempre fui la gordita del colegio y del pueblo”, recuerda Mery, consciente de que el bullying que recibía era constante y tan agotador que pensó en cursar la secundaria libre en una época donde nadie lo hacía.
El comienzo de la depresión
Cuando terminó el colegio decidió estudiar Traductorado de Inglés y para eso viajó a Capital Federal aunque, luego, terminó estudiando Marketing. “Cuando sos del interior y te vas a estudiar a Buenos Aires, La Plata o Rosario, tus papás te pueden dar algo de plata pero vos te tenés que bancar todo. Así que alquilaba un departamento con dos chicas peruanas que conocí en la universidad. Estábamos a una cuadra de la estación de once pero eran otras épocas, en ese tiempo se podía caminar, volvía en el 132 de noche, me bajaba y volvía caminando”, dice Mery cuando cuenta que con ellas aprendió a disfrutar de la comida peruana que hoy le gusta tanto.
“Siempre fui la gordita, la rellenita, te catalogan de formas horribles. Hoy me doy cuenta de que el patrón de la obesidad y la ansiedad empezó a afectarme más”, piensa Mery. “Es que estaba siempre luchando atrás de la plata, tenía tres trabajos, vivía tomando colectivos de punta a punta”.
Además se puso en pareja con quien es el papá de su hija: “Una siempre piensa que va a ser feliz cuando tenga hijos, cuando tenga una casa, cuando tenga una pareja, cuando tenga tal trabajo, y cuando esos cuando se convierten en ahora seguimos sin ser felices porque tenemos un montón de cosas para trabajar desde adentro, tenemos muchas heridas de cosas que no fuimos resolviendo”, analiza desde la distancia.
Mery trabajaba en una empresa, tenía un alto puesto laboral, se casó, tuvo una hija y a los tres meses se separó de su marido. “La vida se me volvió a destartalar y sentí que me empecé a sabotear a mí misma, no servís para nada me decía. Estuve un montón de tiempo en modo supervivencia: trabajaba de lunes a viernes, criaba a la nena y estaba despierta solo porque ella lo estaba, vivía en un departamento que tuve que alquilar, el divorcio, estaba en una depresión terrible”, cuenta Mery.
“Empecé a proyectar las inseguridades anteriores. Todo lo que trabajaba lo hacía por lo mínimo, cobraba el sueldo y no lo cobraba porque tenía que pagar todas las deudas, era una bola de problemas, había engordado muchísimo, llegué a pesar 140kg. En el trabajo no tenía ganas de pelear ni siquiera las cosas obvias, por ejemplo presentaba un proyecto y se quedaban con el crédito, me robaron el ascenso y yo siempre era como la pobrecita”, admite Mery. Dice que el punto de inflexión fue cuando empezó a cambiar ese rol de la que la dejaron, la que no puede, la que no tuvo oportunidades porque era del interior, porque tenía limitaciones económicas. Todos los lunes iba a empezar con algún proyecto pero no concretaba, por ejemplo abrió su cuenta de Instagram @yosoymerysanchez y estuvo casi dos años sin hacer ni una publicación.
Cuenta que la energía para vivir la sacaba de la carencia, “vivía en esa constancia de carencia de no voy a poder pagar las cuentas, me voy a quedar en la calle, entonces decía tengo que salir a trabajar”.
“Tengo que vivir”
Mery recuerda que tenía unas cortinas violetas, que era un día de enero pero muy oscuro en su habitación, “cuando una persona está con depresión no se quiere levantar. Recuerdo que me fui a acostar en un estado de total dejadez. El único hilito de fuerza que me mantenía en pie era mi hija y muchas veces la dejaba con mi mamá y me acostaba a dormir. Esa noche me fui a acostar y dije yo mañana amanezco porque tengo que vivir, no sé que pasó pero me dije voy a arrancar, voy a hacerlo y empecé como muy de a poquito, fueron comienzos muy lentos”, cuenta de acuerdo a su experiencia.
Empezó terapia, no solo la tradicional sino también biodecodificación, constelaciones, y cualquier propuesta que la ayudara a sanar las heridas emocionales: “Puse en práctica todo lo que fui aprendiendo, no me quedaba con la frase motivacional y la guardaba porque sino sabía que no la iba a volver a ver, entonces lo aplicaba. Me lo exigía, no por autoexigente sino por determinación”, dice con firmeza.
Bajó de peso con la ayuda de una cirugía bariátrica, cambió sus hábitos alimenticios y hace mucho ejercicio. Hace tres años le dio una nueva oportunidad al amor al conocer a Patricio, un arquitecto emprendedor.
Mery está convencida de que cuando uno se acepta y se empieza a amigar con todo eso que tiene que sanar se empiezan a merecer las cosas, “y cuando las merecemos tomamos mejores decisiones. La gente que vos decís ¿cómo hizo? Es porque aceptó que eso era lo que quería. Soy speaker pero estoy en contra de la motivación porque no te sirve de nada, lo que sirve es la disciplina. Yo puedo tener un montón de cosas guardadas pero necesito la disciplina porque sino voy a ir a trabajar y hacer las cosas solo cuando estoy motivada. Y si hago las cosas solo cuando estoy motivada las voy a hacer de forma inconstante. Cuando yo decido es cuando le pongo disciplina”, analiza Mery desde su experiencia personal y su trabajo como mentora de emprendedores.
La red social que le dio un sentido a su vida
Entre la depresión Mery empezó a encontrar en las redes sociales algo que la atraía, era ese comunicar lo que le llamaba la atención, no el mirar la vida de los otros. “Veía que la gente estaba emprendiendo y una amiga me dijo vos sos para esto. En ese momento recién se estaba armando el término de Community Manager, yo no lo estudié y no sabía cómo encararlo. Empecé a crear contenido del tipo deberías hacer esto para vender, ¿viste cuando llegás a una fiesta y no conocés a nadie? Todos los que arrancamos con esto de Instagram no sabíamos mucho que hacer”, explica Mery.
El coraje emprendedor lo heredó de su madre, “miles de crisis en Argentina y Mamá siempre decía: vamos que podemos, dale para adelante, siempre emprendiendo”, recuerda con orgullo.
“Teníamos que juntar 10 personas y vinieron 20″
En enero del 2017 empezó con su cuenta de Instagram y para abril ya dictó su primer taller en una oficina en Palermo, “teníamos que juntar diez personas y vinieron veinte. Empecé a notar que había un cierto interés y que cada vez más gente quería emprender. Yo hacía talleres una vez por mes con toda la vergüenza que me daba, no mostraba mi cara en Instagram porque en esa época no hacía falta, yo pesaba más de cien kilos cuando empecé, me plantaba y decía voy igual, luché toda la vida con esto”, se sincera Mery y agrega: “tenemos miedo a lo que piensan los demás, estamos siempre a merced de cosas que no podemos controlar, y eso lo aprendí de haber sufrido bullying, porque yo a la mañana no podía controlar a la persona que se levantaba con ganas de bardear; entendí que no puedo estar a la merced de controlar lo que piensa el otro y es ahí cuando la cosa empieza a cambiar”.
En el 2018 armó la primera escuela de emprendedoras en Argentina registrada en el INPI, y desde ahí su equipó empezó a crecer y no para. “Pilar mi hermana estuvo siempre acompañando y apoyando. El día más importante de mi carrera fue cuando le pude decir a ella que trabajaba en una empresa que renunciara y viniera a trabajar conmigo porque yo le podía pagar, pasé de no tener nada a poder pagarle un sueldo”, cuenta con orgullo.
“Es innegociable no volver a la vida que tuve. Yo voy a ir a donde yo quiera porque sé de dónde salí, de donde vengo, y sé que es lo que no quiero y adonde no quiero volver ni loca”, dice una Mery tajante que logró bajar de peso, salir de la depresión y tener su propio negocio.
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