Desde el aire
Durante muchos años de residencia en el exterior, cada regreso a Buenos Aires era una experiencia emocionante. Casi se puede decir que era un placer irse para sentir la conmoción de alegría que producía el volver. Cada visita tenía un comienzo especial en la aproximación y el panorama desde el aire. El telón de arribo se levantaba con la vista aérea de la ciudad, que a su vez disparaba un concurso familiar de identificación de los lugares que creíamos reconocer en tierra. En los vuelos nocturnos se ve una inmensa alfombra de luces, manchada a veces por grandes agujeros de oscuridad que esconde lugares imposibles de nombrar. En la noche, la ciudad se extiende hasta un imaginario fin de la red urbana donde se inicia una mítica pampa que en la oscuridad, es de suponer, llega hasta los Andes.
La ciudad es una gran trama de pequeños cuadriculados iluminados, recortados y atravesados por avenidas y diagonales, que son recorridas por las luces de vehículos que hacen que todo parezca un inmenso tablero eléctrico o un interminable parque de diversiones.
La llegada de día ofrece la vista de la línea costera, que a su vez es causante de fantasías del inicio de otros viajes en barcos, cuando zarpaban de Puerto Nuevo o Dársena Sur para atravesar el ancho río y desde ahí salir a recorrer los mares. Las fabulosas naves de pasajeros quedaron ancladas allá por la década del setenta y de ahí en más se convirtieron en chatarra, pero la vista del río y del puerto aún nutre la imaginación con el recuerdo de la ceremonia de embarque y las sentidas despedidas que eran parte de iniciar un viaje en barco. Desde el aire, Buenos Aires parece vivir sobre el agua, mentira piadosa en verdad, dado que vivimos de espaldas al río.
La línea de altos edificios marca claramente los sectores de la ciudad y cada barrio es así reconocible al sobrevolar la costa del Plata y al entrar en la Capital. Durante algunos minutos el trayecto por encima de la ciudad parece interminable. Las manzanas chatas con casas pegadas al asfalto parecen encadenarse sin fin hasta alcanzar la llanura y justo cuando el avión da la impresión de continuar viaje a Chile da la vuelta y toma posición hacia el aeropuerto de Ezeiza.
En verdad, estos recuerdos de Buenos Aires desde el aire fueron provocados por La Nacion del 18 de enero, que reproducía en primera página una fotografía aérea del extremo sur de Puerto Madero donde se veía un asentamiento informal entre la vegetación lindera con la Reserva Ecológica. Esa villa precaria hace tiempo que está allí, y poco o nada han hecho las autoridades para erradicarla.
Al margen de la necesidad de vivienda de esos pobladores, cuyo derecho a tener techo en algún lugar no está en disputa, la fotografía dio pie a una reflexión: ese terreno es un parque para todos y es imprescindible cuidar el entorno ciudadano en todas sus versiones, humanas y edilicias, cosa que no hacemos en forma suficiente o eficiente. Lástima no dedicar más atención a conservar y mejorar tan bella ciudad.
El autor es periodista y escritor