Desde Corrientes
Postal de Corrientes. No la avenida, sino la esquina de Batalla de Salta y San Martín, en Mercedes, provincia de Corrientes. Del caserón en esa intersección surgió una biografía, modestamente magnífica, que debería ser el libro del año. Es la historia de un hacendado correntino, José Antonio Ansola, pronto a cumplir 91 años. Nieto de vascos, sus recuerdos de vida y familiares se extienden desde la guerra contra el Paraguay (1865-1870) hasta nuestros días. Poco tiempo atrás, Ansola aún picaba la leña para el fuego en el que asaba su carne y calentaba el agua para sus mates cada madrugada; luego salía a cabalgar por el campo.
Che patrón, el título de la crónica de este "hacendado de Corrientes, la provincia guaraní", es producto de muchas horas de grabaciones y cientos de epístolas a Magdalena Capurro, una uruguaya instalada en Mercedes, interesada en el patrimonio intangible y directora de la biblioteca popular. Doña Magdalena, profesora de literatura y escritora, ha ordenado y escrito esta vida de Ansola (editada por Literature of Latin America, LOLA, un sello angloargentino de Buenos Aires, especializado en historia y botánica locales), que es una delicia, un canto a una época y a una cultura profundamente argentinas, que reúne lo rural heroico, lo noble en la política (Ansola es apasionado por el Partido Liberal y entusiasta de la Sociedad Rural) y lo europeo, la buena lectura y las cabalgatas interminables en Corrientes y Chaco. Los comentarios de Ansola son nostálgicos y divertidos. Muy joven, aburrido en Buenos Aires, donde había estudiado en el Colegio La Salle, un general amigo de su padre le mandó con Peroncito, su ayudante, un "zaino negro, puro, de carrera, que le había regalado el dueño de Chapadmalal, Martínez de Hoz". Juan Domingo Perón "era muy miedoso de los caballos" y siempre "me preguntaba cosas como qué comían los peones." Esta nota urbana está perdida en la riqueza de sus recuerdos del campo: "Cuando cuento, me gusta decir los nombres de cada uno, porque así les rindo un homenaje a los amigos y las familias de esos gauchos hidalgos que conocí". Relata sus andanzas con gracia y con amor, aun en la contrariedad: "Del otro lado salió un hombre y entró al agua. Yo he usado revólver toda la vida, bien cerquita de mi mano. Al encontrarnos me dice: «¿Me da fuego?» Saqué mi .44 Smith&Wesson y puse el cigarro en el caño del revólver, encendido, y se lo pasé al hombre, poniéndole el arma cerca de la cara".
La tentación de risa y de celebración se mezcla en la lectura. Al final de su libro hace una confesión: "Conté cosas lindas. Y cosas feas, que tal vez me desmerecieron. Pero yo no sé mentir. Vivimos de la mentira, en la simulación. Los ejemplos más acabados son los gobernantes, todos".
Su trayectoria tiene una gran tristeza, que consigna en el libro. "Perdí mis campos, los que fueron de mis abuelos. Me derrotó la naturaleza, inundando, y los hombres, cobrando impuestos a las tierras bajo el agua." Pese a esto, qué hombre, qué historia, qué hermosa tierra.
El autor es periodista y escritor