La siguiente crónica fue finalista del concurso Basado en Hechos reales (#Bahr 2018), sobre historias inspiradas en la celebración del Día de los Muertos.
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Es una tarde de 1990. Argentina se adentra en lo que los libros llamarán menemismo, Soda Stereo graba Canción animal, Charly García presenta Cómo conseguir chicas en el Gran Rex y un fan, arma de juguete en mano, amenaza con asesinarlo. En la radio, Attaque 77 canta: “Yo no sé lo que sentí/ esa tarde que te vi”. En la tele, Italia 90 y su notti magiche, La banda del Golden Rocket, Videomatch. Las señoras esperan al lado del teléfono para decir: “¡Hola, Susana!”.
Maia Marolla tiene 14 años y viaja en colectivo por Monte Grande, en el sur del conurbano. Fue a visitar a su abuela, y ahora se dirige a su casa. Recorre calles arboladas y de casas bajas, veredas calmas a la hora de la siesta. Sus ojos azules se pasean entre la ventanilla y los pasajeros hasta que lo ve. El padre de su amiga, fallecido hace cinco meses, está parado en el pasillo.
Maia se asusta. Mira y vuelve a mirar. ¿Es una persona parecida? Mira otra vez. Lo conoció cuando era una niña, y por esos días acompaña a su amiga en el duelo. Vuelve a observar: con terror confirma que es él y que nadie lo ve, excepto ella.
Esta tarde, también en Monte Grande, Maia tiene 42 y recuerda así la primera vez que, dice, vio el espíritu de una persona muerta.
Maia tiene 42 años. Recuerda que a sus 14 vio por primera vez el espíritu de una persona muerta y, desde entonces, dice, no dejó de convivir con presencias.
Está sentada en el living de la casa que era de su abuelo, donde vive con su pareja, el hijo de él y tres gatos siameses que se inquietan ante la presencia de extraños. El living está separado del comedor por una pared de color anaranjado intenso con una ventanita en forma de semicírculo. En una de las esquinas hay una "torre de CD" que ya califica como vintage. En otra, una estufa en forma de hogar. Mucha madera, sillones cómodos de colores cálidos. Nada podría hacer sospechar que hace 15 días había un espíritu parado al lado de la mesada. O que algunas noches, alguien hace ruido con los platos.
Maia, en realidad, se llama María Fernanda, pero le dicen Maia desde el momento en que nació. Un poco nerviosa, se acomoda una chalina con la que intenta cubrirse los brazos. Le hace juego con sus ojos, igual que los aros y la pulsera, con piedras turquesas. El pelo rubio y ondeado tapa por momentos un dije con forma de hada que cuelga de su cuello. Es ama de casa y son las cinco de la tarde. Sin embargo, está maquillada y calza sandalias de taco. Podría adivinarse que se ha arreglado para la ocasión.
Maia ama a los gatos. A todos en general y a los suyos en particular, estos que ahora deambulan por el living con la cola parada y levemente ondulada, como midiendo algo en el aire. El más tremendo parece ser Mateo, que decidió hacerse la manicura en las patas de una mesita. Las rasguña sin parar. Maia lo reta. "Los gatos ven un montón", revela mientras cuenta que 28 años después de aquel episodio en el colectivo ya está "acostumbrada" a ver espíritus, porque las visiones no se han detenido desde entonces.
"No tengo la necesidad de trabajar en este momento, gracias a Dios", afirma, aunque tira las cartas de cuando en cuando "para no perder la conexión". Maia se interesó por el tarot desde muy chica, y se recibió de licenciada en Grafopsicología. Hasta hace unos años, tomaba tests laborales, de esos en los que hay que dibujar una casa y un árbol. Irónicamente, no ve bien. "Ver de ver", trata de explicar. Quiere decir que no ve de lejos, pero sí ve espíritus, por ejemplo, en las rutas. Bastantes. Por eso, no maneja. "Tengo miedo de que por esquivar a uno que no está, pise a uno que sí está", confiesa.
Maia dice que es feliz, con la expresión de alguien que esperó mucho tiempo para serlo. Levanta las manos hasta tenerlas paralelas a la cara. Estira las palmas, abre los dedos, como si pudiera sostener la felicidad. Y si bien no reniega de su ¿don?, ¿superpoder?, ¿estigma?, lo único que quiere es mantener su vida "normal": ir al gimnasio, cuidar a su familia, viajar.
Ver, rezar, pedir
Año 2012. Algunos profetas anuncian el fin del mundo. En febrero, un tren choca en la estación de Once, mueren 51 personas. También se va el Flaco Spinetta, por algún puente amarillo.
Maia está en lo de su tía, con su madre y su abuelo. De repente tiene frío y le sube la fiebre. Ve a un niño, chiquito, que le "transmite" lo que le pasó. Maia se ahoga, se desespera. Sabe que el niño fue ahogado por su padre, se lo comunica telepáticamente. No soporta la situación, no puede solucionar el problema del niño y eso la angustia. Le pide a su madre que llame un remís. Cuando el auto llega a la puerta y Maia pronuncia "me voy", una voz grita dos veces que no. El grito es escuchado por todos y retumba en la casa. Cuando Maia cruza la puerta, la fiebre baja y puede respirar con normalidad otra vez.
–Yo no me quiero meter mucho a escuchar lo que tengan que decir. No puedo solucionar lo que les pasa. Y más que rezar y pedir... No sé hacer otra cosa. Tampoco quisiera que estuvieran apareciendo todo el tiempo.
No manejo en la ruta. Tengo miedo de que por esquivar a uno que no está, pise a uno que sí está.
Maia reza. Cree en los ángeles, dice que tenemos ángeles que nos guían. Que todos deberíamos aprender a hablar con ellos, que la vida sería más fácil. Aclara que son como "espíritus guía", que ella los llama ángeles por su formación católica. Hace dos años le rezó a la Virgen de Guadalupe para que le sacara las ganas de fumar. Fue santo remedio.
Al hablar de sus visiones se acuerda de la película Sexto sentido y señala que es verdad que se siente frío ante la presencia de personas que están, como se dice, bastante más cerca del arpa que de la guitarra. También brinda un poco de dudosa tranquilidad: detalla que no se ven ahorcados, con un hacha clavada en la cabeza, o con un disparo. Se los ve enteros, "como un holograma".Pero niega que se pueda entablar una conversación con ellos para poder solucionar sus asuntos pendientes. O al menos ella no puede. Y eso, se nota, la mortifica.
Cuando vivía con su madre, Maia convivió con un hombre del más allá que se cruzaba de una habitación a la otra y a veces buscaba algo detrás de la puerta de la cocina. Parecía haber sido un hombre joven, de unos 30 años. Estaba siempre vestido igual: camisa clarita, pantalones oscuros, pelo corto. "Nunca te daba ni cinco de pelota, él se movía en la casa como si estuviera viviendo ahí y no te viera. Al tiempo, por suerte, lo empezó a ver mi mamá, y después lo vio un vecino que vino a tomar mate".
Mientras sonríe, recuerda que, cuando el vecino lo vio, exclamó: "¡No les va a hacer nada!". Maia y su madre rieron, hacía años que lo veían.
–Creo que es por la sensación que transmiten, eso es lo más diferente y lo que más miedo te da. Cuando ves a alguien oscuro, como les digo yo, es lo que te hace sentir lo que te da más miedo, más que lo que ves. Sentís como que te falta el aire, que te ahogás.
Cuando Maia recibe un mensaje, su celular suena como un golpe en la puerta. El interlocutor desprevenido se sobresalta.
Año 2004. Maia está en la casa que comparte con su primer marido en Luis Guillón. Ambos escuchan un llanto, como de una niña. Viene de una de las habitaciones, pero allí no hay nadie. Con el correr de los días, las velas se prenden solas, se consumen y quedan con formas de partes humanas, como una oreja. También ve a un hombre, se enferma y sufre constantes hemorragias. Le dicen que está anémica y no tiene fuerzas. Encuentra objetos ajenos en la casa: una Biblia, un juego de llaves. Caras diabólicas aparecen grabadas en un placard. Una mañana, Maia es empujada por las escaleras, sin agresor a la vista. Se rompe las rótulas de las rodillas, se disloca un dedo y decide mudarse.
Antes de que brinde por Año Nuevo, en una noche con aroma a tilos, 194 pibes morirán asfixiados y calcinados en un boliche de Once. Los esfuerzos por abrir la salida de emergencia serán en vano.
Cuando ves a alguien oscuro, como les digo yo, es lo que te hace sentir lo que te da más miedo, más que lo que ves. Sentís como que te falta el aire, que te ahogás.
2013. Habemus papam y es argentino. Maia le tira las cartas a un cliente. Ha llegado hasta ahí con su novia porque aparecen entes en su casa y los alumnos de la mujer, maestra particular, se asustan. Detrás de él, Maia ve un "bicho enorme" que le lleva tres o cuatro cabezas. Es una "masa oscura con algo raro en la cabeza, como cuernos". El ente le dice que se pegó al hombre en un hecho de mucha sangre. El cliente recuerda que casi se muere desangrado en los brazos de su madre cuando era chico. El ente le dice a Maia que lo que le interesa de esta persona es que practica "vale todo", un tipo de combate descrito a la perfección por su nombre. Lo quiere usar como un arma. Está buscando meterse dentro de él. Maia manda al hombre a la iglesia.
Mediumnidad, alucinaciones, infrasonidos
Allan Kardec, padre de la doctrina llamada espiritismo, empleó el término "mediumnidad" para referirse a la capacidad que tiene "toda persona que siente en un grado cualquiera la influencia de los espíritus". Explicaba que todos los seres tenemos cierto grado de sensibilidad psíquica de carácter mediúmnico, que se puede transformar en una mediumnidad. Los médiums propiamente dichos son canales transmisores de otros espíritus, y se diferencian de los llamados "sensitivos" porque estos últimos son capaces de percibir la presencia de espíritus, pero no canalizan.
En 2013, un estudio publicado en el International Journal of Pharmaceutical & Biological Archives afirmó que las visiones que algunas personas tienen están relacionadas con enfermedades que entre sus síntomas incluyen la aparición de alucinaciones visuales, como la esquizofrenia, el mal de Parkinson, el alzheimer, la enfermedad de Creutzfeldt Jakob y la demencia por cuerpos de Lewy. Según los autores del trabajo, la presencia de este tipo de fenómenos tendría una base neurológica, relacionada con la atrofia de zonas cerebrales que se dedican a la percepción visual, como las áreas parietales.
En 1998, el ingeniero Vic Tandy y otros científicos veían fantasmas en su laboratorio, sentían frío y angustia. Tandy detectó la existencia de infrasonidos, ondas sonoras de baja frecuencia, menor a la perceptible por el oído humano. Provenían de un ventilador. Los infrasonidos pueden provocar estados de ansiedad, tristeza y temblores. Además, Tandy demostró que provocan percepción de movimientos a los costados del campo visual. Arregló el ventilador, y los fantasmas desaparecieron.
Efecto Maia
Maia ha visitado psiquiatras y psicólogos. Ninguno de los especialistas tomó sus visiones como un problema. Niega sufrir esquizofrenia u otra enfermedad. Su pareja piensa que Maia tiene "una sensibilidad especial", aunque admite que él mismo ha tenido "experiencias sobrenaturales". Maia tiene una explicación para esto: las personas que conviven con ella, al cabo de un tiempo, comienzan a ver más allá. Le sucedió a su madre, a su exmarido y ahora le pasa a su pareja.
Entre sus amigos, lo que Maia ve es vox populi. Y, entre los amigos de sus amigos, casi como una leyenda suburbana. Monte Grande es un lugar chico.
Lo cierto es que más allá de creencias o comprobaciones, una misma inquietud atravesó y atraviesa al género humano: saber qué hay después. Las historias de fantasmas han colmado la literatura a lo largo de la historia, las leyendas han pasado de boca en boca y aún hoy los relatos sobrenaturales causan furor en la televisión, la radio y las redes sociales.
Entre sus amigos, lo que Maia ve es vox populi. Y, entre los amigos de sus amigos, casi como una leyenda suburbana. Monte Grande es un lugar chico.
Fines de 2016. La gata de Maia fallece. Al tiempo, la empieza a ver en la casa. Abre las puertas, se sube a la mecedora, la mecedora se mueve. Los otros gatos también la ven, dice. Una noche, llega a despertarla. Durante meses, la gata fallecida ronda la casa con una actitud desesperada.
A Maia se le quiebra la voz cuando habla de su gata muerta y aparecida: "Me angustió mucho porque yo sentía que no le podía dar cariño. Me angustiaba lo que sentía, pobre gata. Una persona me dijo que ella iba a estar el tiempo necesario hasta que viera que no tenía que protegerme más". Uno de los gatos camina por el respaldo del sillón, vigilante. Al cabo de unos minutos, se apodera de la mitad del asiento.
Algo más
–Creo en la reencarnación, que venimos una y otra vez a aprender, a cumplir nuestro karma y a tratar de mejorar todo el tiempo, hasta que no tengamos que venir más. Yo creo que a mí me deben faltar algunas (risas). Pero no sé qué es lo que pasa entremedio.
De lo que está segura es de que "hay algo más". Y su argumento guarda cierta lógica propia: "Si no, todos los que yo veo, ¿de dónde salen?". No le teme a la muerte, pero la perturba la posibilidad de quedar para siempre como los seres que ella ve. Como su gata. O el chico del departamento.
–Me da miedo quedarme estancada, viendo a los seres queridos que yo tenía… O ver cómo pasa el tiempo y no poder comunicarme… Creo que intentaría comunicarme, que se agarre el del otro lado como me tuve que agarrar yo (risas).
A pesar de sus experiencias, Maia dice que siente lo mismo que todos ante la muerte de un ser querido. Hay dos días en los que Maia no tira las cartas: Halloween y Día de los Muertos. Dice que en esos días "se abre un portal y los espíritus empiezan a cruzar a este terreno".
Halloween tiene su origen en un festival celta llamado Samhain, que significa "fin del verano". Se creía que durante esa noche, la puerta entre los espíritus y los vivos se abría. Se acostumbraba usar nabos rellenos con carbón para guiar a los familiares fallecidos, y ahuyentar a los espíritus malignos. Con la invasión del Imperio Romano, desaparecieron estas costumbres paganas de las tribus celtas. El papa Gregorio IV tomó características del Samhain y lo convirtió en el Día de Todos los Santos, "All Hallows’ Eve" en inglés. Con la llegada de los europeos cristianos a Latinoamérica, nació el Día de los Muertos, que mezcla rasgos del Samhain con costumbres mayas.
"Festejan que sus antepasados vuelven a la tierra, ven la muerte como una oportunidad de estar más cerca otra vez", recalca Maia y añade: "Nosotros le ponemos todo el dramatismo. No estamos acostumbrados a manejar la pérdida, entonces lo llenamos de dolor. Todo eso crea oscuridad".
Maia le advierte al hijo de su pareja que tenga cuidado al abrir la puerta porque Mateo, el gato, se quiere escapar.
–¿Cómo hago para vivir con seres de otros planos? Capaz que suena feo, pero yo digo que es como las cucarachas. Yo les tengo mucha “cosa” a las cucarachas, me da no sé qué matarlas, entonces es como que me hago la boluda, las dejo pasar y ya está. Y en este sentido también. Te das vuelta, lo ves, decís “bueno”… Y ya está”.
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