Amalia Mango (84) es la cara detrás de uno de los locales más emblemáticos de Recoleta que se convirtió en un clásico de nacimientos, bautismos y comuniones.
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“Nací acá, antiguamente teníamos el local con vivienda”, afirma Amalia Mango, de 84 años, mientras dobla, suavemente, un alargado mantel blanco bordado con flores de color rosado. A su lado, tiene un coqueto juego de individuales y servilletas con variedad de frutas: cerezas, peras, uvas, frutillas, duraznos, entre otras. Fue su madre quien fundó, en 1937, la clásica casa “Amalia”, especializada en blanquería (manteles, sábanas y toallas) y ropa de bebés.
“Aquí arranqué a trabajar a los 12 años, pero ya de chiquitita daba vueltas por los talleres y escuchaba atentamente los pedidos de las clientas. Aprendí el oficio mirando y de oído. La verdad que me encanta”, asegura, entre risas, detrás del mostrador. Con más de ocho décadas de trayectoria tiene clientes que la eligen desde hace cuatro generaciones. Se han acercado en busca de sus exclusivos diseños desde Delia Garcés, Niní Marshal hasta Tita Merello.
“Amalia”, blanco, bordados
En letra cursiva, se lee en la fachada del histórico local en el barrio de Recoleta el nombre y rubro de este clásico negocio ubicado sobre la calle Arenales 1247. Los cálidos rayos del sol de la tarde caen sobre la vidriera e iluminan a la mesa con mantel floreado con servilletas; un vestido de comunión y más de 50 baberos con nombres de bebés (personalizados). Al ingresar, llama la atención la prolijidad y la estética del negocio familiar: impecables pisos con margaritas y muebles de diseño redondo de color verde inglés (de la década del 70).
En los estantes y mostradores exhibidores, lucen elegantemente todos sus artículos: sábanas, toallas, manteles, servilletas, apoya vasos, mantas, almohadones y ropa de bebés y niños (de distintas edades). Teresa, una de las empleadas históricas, con más de 30 años en la blanquería, se encuentra en el sector de planchado: con delicadeza le da forma a un almohadón, conocido como “caramelo”, de color celeste. Detrás suyo, hay almohadoncitos cuadrados con nombres bordados: Benjamín, Lucas, Josefina, María, Clara, entre muchas opciones más. Una habitué, se acercó a consultar por el diseño de un mantel rectangular para la mesa del comedor, al rato una señora se llevó un vestido con punto smock (hecho a mano) para su nieta de 3 años.
Casa Amalia surgió a principios de 1937
Se llama así por el nombre de su creadora. El local primitivo se encontraba en la calle Santa Fe y Suipacha y durante sus primeros años confeccionaban ropa femenina: desde vestidos bordados con piedra hasta trajes de lentejuelas. “Cuando mamá quedó embarazada decidió buscar una nueva locación con vivienda. En esa época la calle Arenales estaba repleta de modistas de alta costura y le pareció que era el sitio perfecto para la tienda. El sector de despacho era pequeño, detrás estaba nuestra casa y arriba el taller”, rememora Amalita, como le dicen las clientas que la conocen desde que era una niña y apenas llegaba al mostrador. “Mamá era Doña Amalia y yo Amalita”, resume, quien fue desde pequeña curiosa y aprendió los secretos del bordado.
“Mi madre tenía una mano impresionante. Hacía unos diseños y dibujos muy lindos. Todo era creación propia, no copiaba nada. Lo increíble era que lo tenía innato. En esa época era todo muy fino, vi las cosas más divinas que había en Buenos Aires. Al día de hoy, continuamos utilizando sus creaciones, pero actualizadas”, dice sobre su gran maestra y abre una gigantesca carpeta repleta de ilustraciones hechos a mano. “Me sentaba a su lado y miraba cómo hacía cada dibujo. También me enseñó a moverme en el taller y dar las indicaciones pertinentes sobre telas, hilos, colores, etc”, asegura.
A los doce años, comenzó a ayudarla con la atención de las clientas. Al tiempo, también con los proveedores.
En la década del 40 y 50 incorporaron más blanquería con diferentes bordados, logos y temáticas (lisos, motas, flores, animales, frutas, arabescos, entre otros). Poco a poco, comenzó a transformarse en el fuerte de la casa. “Salían muchísimo las sábanas. Importantes cadenas de hoteles, hospitales y empresas nos hacían los encargos personalizados”, dice. También solicitaban variedad de mantelería. Años más tarde, sumaron a la línea de productos más opciones de ropa de bebés y niños.
“Antes teníamos hasta los dos años, ahora de todas las edades”, afirma. A su lado, están los body tejidos a mano (blanco, rosa y celeste), los ajuares para recién nacidos, escarpines, abrigos, gorritos, mantitas, escarpines y diferentes modelos de vestidos. “Nos transformamos en un clásico de los nacimientos, bautismos y comuniones (de tela de Organza). Hay muchas clientas que recibieron alguna prenda de Amalia para su bebé recién nacido y aún la conservan. Es lindo ese recuerdo”, dice Mango. Las prendas son artesanales: varias se tejen y cosen a mano. En el proceso de producción trabajan modistas lenceras con más de 40 años en el oficio. En el depósito hay variedad de telas nacionales e importadas. “Invierto en telas e hilos. Así me quedo tranquila con el stock. Las crisis en Argentina son repetidas, el negocio ha tenido que superar varias”, agrega.
Una mirada meticulosa y un apodo: “El local del perrito”
Cada diseño pasa por la meticulosa mirada y manos de Amalia. “Una vez que la prenda está terminada siempre miro la calidad. Soy muy detallista”, asegura. Celia, empleada de toda la vida, está detrás del mostrador. “Empecé a trabajar acá con 17 años y hace poquito volví”, cuenta mientras le da las últimas puntadas a la etiqueta de un vestidito con puntillas francesas para una niña de 6 años: “Es un detalle, pero acá se cosen todas las etiquetas a mano”, expresa. Los manteles (hechos a medida), las toallitas para el baño y los delantales bordados, son algunos de los artículos que más salida tienen actualmente. “Son variados los pedidos, no es algo estable como hace 30 años. De la ropa de bebé los baberos con los nombres les encantan a los clientes”, asegura.
En una de las columnas hay colgada una fotografía de “Top”, un caniche de color negro, que fue la mascota de la familia y gran protagonista de la historia del local. Fabio, el marido de Amalia, cuenta que siempre estaba sentadito en la puerta y que reconocía a los clientes. “Era súper inteligente. Si no le caías bien se escondía”, rememora. Top se transformó en un personaje del barrio, es por ello, que los vecinos bautizaron al negocio como “el local del perrito” y le llevaban galletitas.
“Desde entonces, siempre tuvimos perros. Es una tradición. Luego, llegó Laica (de color blanca) y años más tarde Shakira, de la misma raza. Eran unas señoritas y nos acompañaban en el día a día”, resume Amalia. Un caniche con una tarjeta en su boca se transformó en el logo de la marca. Presente en la puerta y las tradicionales bolsas. Hace poco llegó un nuevo integrante a la casa: Cocot, de siete meses. “Es súper juguetona, le estamos enseñando”, dice, entre risas. En la vereda, tienen un enorme oso de peluche (que va cambiando su look): ahora luce un traje de marinero y barbijo. “A los niños les encanta abrazarlo y sacarse fotos. Es otra de las mascotas preferidas”, agrega.
Por la tradicional tienda han pasado más de cuatro generaciones. Para Amalia es un orgullo. “Hace poco vino la abuela, la madre, la hija y la nieta en el cochecito”, dice. Otros llegan por recomendación. “El otro día un joven me comentó que entró porque recordó que su mamá hace 50 años había encargado acá su regalo de bodas. Muchos me cuentan que los traían de chiquitos”, relata. Por allí han pasado desde Delia Garcés, Tita Merello, Nini Marshall, Lidia Elsa Satragno “Pinky”, Evangelina Salazar, Sergio Denis hasta Adolfo Rodriguez Saá.
En una pequeña cajita de metal tiene atesorada una foto de su madre y algunos dibujos de su autoría. “¿Era bonita, no?”, consulta. Cerca tiene su herramienta más significativa: un imán para los alfileres. “Me gusta todo de este negocio, siempre pienso qué sumar y cómo mejorar. Es mi casa”, concluye, mientras dobla con forma de “abanico” una servilleta bordada con motas de color natural.
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