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Cada vez que Federico Otero iba de visita a la casa de sus abuelos, junto a su pareja Florencia Estrella, pasaban por la esquina del bar “La Sarita”, ubicado en España y Agustín Álvarez, en Florida, Vicente López. Había algo de aquella imponente fachada, de estilo art decó de los años 30, que les llamaba poderosamente la atención. Casi como una especie de ritual, se quedaban varios minutos contemplándola. Los tenía atrapados, enamorados.
Un día, tomaron coraje y se animaron a ingresar. Se sentaron en una de las mesas y bebieron un café. “Me acuerdo que la primera vez que entramos (siempre lo veíamos cerrado porque pasábamos de noche y sólo abría de día) yo me quedé fascinada. Estaba caminando por el salón y me emocionó encontrar un lugar tan anclado en el tiempo. Fede estaba sentado en una mesa, yo vuelvo medio lloriqueando y le digo “este lugar es tan hermoso que me hace llorar”. Él enseguida me dijo “Yo también me emocioné”, cuenta Florencia a LA NACIÓN. Durante un mes visitaron aquel reducto todos los días. Hasta que una mañana le escribieron una carta (de puño y letra) a Claudio, el dueño anterior pidiéndole que los deje trabajar allí. “Él dijo que muchas veces le habían ofrecido comprarle el local, pero que nunca había sentido la confianza como para hacerlo y que con nosotros sí. Pedimos el dinero prestado y acá estamos. Somos la quinta generación de dueños (y ojalá no la última)”, suma Federico, quien desde el 2022 tomó las riendas de este ícono de Zona Norte.
Un amor gastronómico que nació en el Café San Juan
Fede y Flor se conocieron hace seis años en Café San Juan en San Telmo. Ella trabajaba solo los fines de semana y él esperaba ansioso el día para volver a verla. “Desde un principio nuestra relación de alguna manera estuvo marcada por la gastronomía, es nuestro lenguaje y nuestra manera de vincularnos. Nos llevamos muy bien y nos complementamos”, dice Fede.
Con “La Sarita” se embarcaron en su primer proyecto gastronómico juntos. Enseguida se convirtió en su nuevo amor. La historia de este clásico se remonta al año 1934. Cuentan que quien construyó la propiedad fue un arquitecto de origen francés muy alineado a las tendencias art decó de la época. El nombre es en honor a la hija del primer dueño, Sara (quien hoy tendría unos 90 años) y desde entonces se mantiene la tradición. “Supo ser un almacén de Ramos Generales en la parte de la esquina y en el medio un despacho de bebidas, donde asistían los trabajadores de Phil que funcionaba a un par de cuadras. Dónde está el salón trasero se encontraba la primera habitación de una casa chorizo que se estiraba para el fondo de la propiedad”, relata Fede, quien se fascinó cada vez más con las anécdotas que recompiló de los habitués.
2022: las reformas de una nueva etapa
En otoño del 2022 arrancó la reforma de la antigua casona. Fueron seis largos meses en los que la pareja acondicionó el local. “Después de romantizar toda la cuestión nos rompimos los cuernos contra la realidad, te imaginarás, un local de casi cien años tiene sus caprichos”, dicen. El gas, luz, agua y cocina se hicieron todo a nuevo, pero se mantuvo la esencia de cada rincón como el piso de calcáreos original ocre y negro.
“Es hermoso porque en la parte delantera de la barra está tan gastado que está hundido. Uno puede imaginarse los años y años de recibir parroquianos que han sostenido esas baldosas, las cosas que habrán tenido que escuchar. Las aberturas de cedro y pinotea son las originales, tenían seis manos de pintura de colores encima. Estuvimos un mes lijándolas para devolverlas a su estado natural. La idea desde el primer momento fue volver a darle vida, pero manteniendo su historia, impronta y sin expulsar a nadie. Como si fuera ayer, pero hoy”, asegura la emprendedora entusiasmada. La decoración del salón tiene una inspiración de la cultura popular y nacional. En las paredes cuelgan afiches publicitarios originales de la década del 50 y 60. También cuadros de figuras femeninas populares desde Tita Merello, Coca Sarli, Libertad Lamarque, Nelly Omar, Lolita Torres, Niní Marshall, entre otras.
Finalmente el 26 de noviembre de 2022 el bodegón reabrió sus puertas. La esquina volvió a brillar. “Tuvimos mucho dilema sobre qué hacer con la decoración, cómo hacer para conservar su esencia pero sin que parezca un espacio en decadencia que no para todos es atractivo, tampoco queríamos emular una pieza de museo tipo café notable. Esto creo fue lo más difícil. Esta esquina como la encontramos tenía la belleza de lo que está desapareciendo, eso atrapa a los nostálgicos como nosotros. Quisimos conservar su historia pero devolverle la vitalidad”, confiesa Flor. Enseguida, los vecinos del barrio y alrededores de acercaron a conocer la propuesta.
“Viví toda la vida a dos cuadras y nunca había entrado”
El boca a boca hizo de las suyas y también llegaron muchos clientes desde lejos. “Desde que abrimos el local siempre estuvo lleno. Ha sido y es inmensamente mayor el amor y la gratitud que recibimos todos los días de un montón de vecinos contentos porque le devolvimos al barrio una esquina que es del barrio. Nos sorprende gratamente la cantidad de gente que viene y dice “viví toda la vida a dos cuadras y nunca había entrado” o “nunca lo había visto”, enhorabuena”, confiesa. Hay noches en los que se suele formar una extensa fila en la puerta. “Estamos sorprendidos y agradecidos. Nos gustaría tener más mesas, más comodidades, poder sentar a todos y que todos disfruten cuando lleguen”, suma Flor.
Según los emprendedores ellos quisieron armar un restaurante en el que a ellos les hubiera gustado ir a comer “cualquier día”. “¿Viste cuando te cocina tu vieja? Camina con el mandato de Lita de Lazzari: busca el mejor producto al mejor precio. Con cocina fresco del día, cariño, rico, abundante y con la menor cantidad posible de máquinas. Nosotros queríamos tener un proyecto que sea así, honesto, casero y cuidado, donde sepas que vas a comer y no te va a caer mal la comida. Donde puedas ir cualquier día en jogging, dos días seguidos, tres”, expresan.
En La Sarita ofrecen platos clásicos con una fuerte impronta española e italiana. “Son platos que están recontra metidos en nuestro ADN. La idea es hacerlos lo menos reversionados posibles y de la manera más sencilla y respetuosa. Nuestro punto cardinal es la honestidad y la sencillez” dice Flor. En la lista de infalibles hay que mencionar las milanesas con papas fritas, los buñuelos y los platos de olla como el guiso de lentejas, chorizo a la pomarola y el mondongo a la española. Entre las milanesas más solicitadas está la napolitana (para compartir). Fede cuenta que siempre se elaboran frescas en el día. “Nunca queda marinada en sal de una día para otro para que no se deshidrate la carne. Es enorme, tiene mucho queso de buena calidad. Los chicos en el servicio la trinchan con cuchara, es una experiencia religiosa la milanesa”, expresa.
Todas las pastas son artesanales y también se producen en el día. “No se congela nada. No tenemos amasadora, hacemos manualmente todo con una sobadora mínima, una Pastalinda hogareña y moldes de ravioles comunes. Nos lleva mucho tiempo y mucho esfuerzo pero así queremos mantenerlo. Por siempre las manos en la masa”, agrega. Un hit son los ravioles de osobuco. El relleno está braseado en vino por 6hs y salen con pomarola. Otro caballito de batalla son los spaghetti con albóndigas
En cuanto a los postres el flan con crema tiene fanáticos por todo el barrio. “Recibe muchos elogios”, cuenta Fede, quien también recomienda probar el almendrado, un parfait casero de almendras con chocolate amargo tipo “charlotte” (caliente). Los panqueques con dulce de leche los sirven con helado Fior di latte.
Flor asegura que cada rincón del salón le despierta cierta nostalgia a los comensales. “Escuchamos mucho “esto me recuerda a mi infancia, a mi abuela, a mi mamá” o “estos mozos son jóvenes pero te atienden como los de antes”. La magia es la gente. Somos muy fans de lo analógico y eso en generaciones como la nuestra y las que nos antecedieron despierta algo especial”, concluye. En noviembre “La Sarita” cumple 90 años y ya se están preparando para un festejo a lo grande.
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