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Una tarde otoñal, Kenya Amado Cattaneo iba pedaleando su bicicleta, rápidamente, por el barrio de Villa Santa Rita de regreso a su hogar. Estaba muy concentrada en sus pensamientos, pero una antigua casona color salmón, ubicada sobre Av. Álvarez Jonte 2744, en una pintoresca ochava rodeada de frondosos árboles, con hojas con distintas tonalidades anaranjadas y amarillas, atrajo su atención.
Debajo de aquella casa, encontró un pequeño local donde durante más de cuatro décadas funcionó un café. La joven observó por un ventanal el interior, había un velador encendido. Le atrajo la luz tenue que se reflejaba en la barra de boiserie original. “Qué mágico”, pensó y se subió nuevamente a su bici. Pedaleó más entusiasmada que de costumbre.
A los pocos días, le mostró aquel rinconcito a su pareja, Alejo Benítez. Él también quedó maravillado. “Dueño vende”, decía el cartel con un número de teléfono. “¿Llamamos?”, dijeron al unísono. La adrenalina les corrió por el cuerpo. “Coordinamos la visita y fuimos a verlo en detalle. Nos encantó. Vendían el fondo de comercio con todo el mobiliario que era hermoso y muy especial. La única particularidad es que no tenía cocina. Había solamente una cafetera a gas antiquísima, una carlitera (sandwichera) toda engrasada, heladeras que no funcionaban y televisiones. Pero había algo ahí que nos atraía mucho. Sin analizarlo demasiado conseguimos el papeleo necesario y alquilamos el local en abril del 2021″, relata Kenya desde “Argot Café”. A su lado se encuentra “Gata” su perra galga, quien se roba todas las miradas de los clientes.
El antiguo Argot y la historia de los dos hermanos
Durante más de 40 años en aquella ochava funcionó un café llamado Argot. Fue fundado por dos hermanos, Don Osvaldo y Cristian. El bar tenía la particularidad de estar abierto hasta altas horas de la madrugada. Además de los clásicos cafés y sándwiches, ofrecían gran variedad de whiskies y espirituosas. Incluso varios vecinos aseguran que en una época se transformó en un “bolichón nocturno” y que en sus, últimos tiempos, allí realizaban shows de tango y música en vivo. Tras sus años de esplendor, cerró definitivamente sus puertas y quedó por unos años en el olvido.
“Nosotros cuando lo agarramos decidimos mantener su nombre original en parte porque el lugar tenía un estilo fuerte que nosotros íbamos a mantener y para hacer honor a todo lo que se había construido anteriormente. Lo restauramos y le volvimos a dar vida. Es también nuestra manera de enaltecer lo que había”, confiesa la emprendedora, quien junto a Alejo, se encargaron de la obra: desde pintar, restaurar el mobiliario, armar la cocina, colocar ladrillos e incluso acomodar todo el piso.
“La historia de los mosaicos es muy copada. Cuando alquilamos el local, tenía en el piso unos típicos azulejos medio sesentosos marrones veteados que estaban muy desgastados y queríamos cambiarlos por un calcáreo en damero, pero obviamente estaba lejísimos de nuestro alcance y de nuestro presupuesto. Cuando tuvimos que llevar el agua hasta la nueva cocina, rompimos el piso para pasar caños y descubrimos que debajo había otro. Rompimos un poco más y encontramos que había calcáreos en damero de la construcción original de 1930. Fue increíble, el estilo que soñábamos ya estaba ahí”, dice emocionada. En todo el largo proceso de la obra los acompañó Gata, la perra. “La adoptamos cuando empezamos con el proyecto. Siempre decimos que ella es la gran anfitriona. Vienen a verla, la conocen, le sacan fotos, ella no le da bola a nadie es muy indiferente”, risas.
Además del nombre, mantuvieron el mobiliario original. Entre ellos, la gran protagonista es la barra de boiserie, que los antiguos dueños compraron en un remate de las demoliciones de la 9 de Julio. Como los jóvenes son amantes de las antigüedades, fueron recolectando en distintos mercados vajilla para el negocio: copas de cristal, platos, cubiertos, fuentes, entre otros. “También sumamos algunas de nuestras familias. De hecho en un momento nos escribía mucha gente para ofrecernos antigüedades. Compramos constantemente, se rompe muchísima vajilla, es doloroso pero a la vez me encanta que haya sido disfrutada en vez de estar postrada en un armario llena de polvo”, considera.
La inauguración para “chusmear” qué habían hecho
Tras los meses de reforma, finalmente en septiembre de 2021, Argot abrió sus puertas. Aquella bella coordenada del barrio recuperó su esplendor. “Los primeros meses recuerdo que venía mucha gente. Nosotros desde la obra hicimos mucho trabajo con las redes, lo que nos sirvió para tener acceso a clientes más allá de los confines del barrio. Habíamos estado con los vidrios tapiados y trabajando en la restauración durante cuatro meses y los vecinos querían venir a chusmear que habíamos hecho. Había gente que se emocionaba y nos agradecía. Los jóvenes estaban muy conformes con una propuesta de este tipo en la zona. Es un lugar de público bastante heterogéneo: vienen señoras a tomar el té, un público más hippie a almorzar, gente del barrio y otros que llegan a través de las redes sociales desde Zona Norte”, cuenta Kenya, quien estudió arte, pero desde muy pequeña tiene gran interés por la gastronomía. Sus comienzos están ligados a la pastelería. Recuerda que sus primeras recetas fueron brownies y galletas con distintas formas navideñas glaseadas.
Todo casero con buena materia prima
En Argot tienen una premisa clara: productos artesanales y con buena materia prima. Realizan todo casero y también trabajan con productores locales. “El primer año produjimos absolutamente todo acá, pero como la cocina es mini no podíamos realizarlo durante el despacho. Para ellos cerramos lunes y martes y nos quedamos de trasnoche varias veces por semana para hacer pasta, salsas, tortas, medialunas. Luego, de hacer malabares pudimos alquilar otro espacio para hacer un centro de elaboración. Nos cambió la vida”, expresa, quien a la hora de definir a su emprendimiento lo llama “neo bodegón”. “Nos atrae mucho la cocina porteña tradicional, y desde que abrimos hemos hecho muchos platos de antaño. Nos gusta volver a darle valor a los que estaban olvidados o juzgados y hacer que la gente los pruebe y le gusten. O traer platos que comíamos de chico y que los clientes puedan recordar esos momentos con cariño. No siempre reversionamos los platos, a veces solo es hacerlos bien”, agrega y cuenta que uno de los platos estrella de la casa es la milanesa con moñitos. Tiene una carne súper tierna, pan rallado (que preparan artesanalmente) y con pasta de sémola y huevo casera.
“Siempre hicimos mucha pasta, nos encanta comerla y la verdad es que es un mundo infinito de formas, sabores, rellenos, colores”, afirma. Al principio la carta iba rotando mensualmente, ahora la dinámica es más estacional. Con la llegada del frío sumarán al repertorio platos reconfortantes. Entre los clásicos, no pueden faltar la tortilla de papa, el goulash con spaetzle y el lomo strogonoff con papas noisette. En cuanto a los postres, pican en punta el flan mixto, el creme brulee y los panqueques. En el mostrador, siempre lucen tortas y dulces. Son imperdibles el key lime pie, el lamington y las cocadas con dulce de leche. Según el día hay rogel, frangipane, invertida de frutas y carrot cake (con la receta de la madre de Kenya).
Otro punto a destacar son las facturas y delicatessen. En el podio se encuentran las medialunas, que tienen fanáticos por toda la ciudad. Además se destacan las palmeritas y los fosforitos. “Los laminados son hermosos, muy laboriosos, pero muy nobles. Estos últimos tienen solo cuatro ingredientes: harina , sal, agua y manteca. Es un claro ejemplo de cómo un proceso artesanal puede convertir a los ingredientes más básicos en un producto fino, elegante y delicioso”, asegura, quien tiene debilidad por el dulce de leche y realiza unos alfajores de película. Desde un sablée de almendras con azúcar impalpable arriba y el santafesino (pequeño, pero delicioso).
Hace un tiempo, también desarrollaron su propia versión de Tita, en conmemoración a una de las golosinas preferidas de su infancia. “Queríamos volver a hacerla como cuando nosotros éramos chicos, y poder volver a sentir esa mágica sensación de abrir el papelito dorado con aroma a chocolate y limón”, cuenta. Lo lograron con creces.
Noches románticas, el amor por Villa Rita, el jazz y las pizzas
Por las noches, el local se pone más romántico: jazz, velas y platos especiales maridados con vinos orgánicos y de pequeños productores. Por el momento, solamente están abiertos los viernes con un menú (a la carta) diferente a la propuesta del mediodía.
Kenya y Alejo aseguran que se enamoraron de Villa Santa Rita. “Es un barrio muy pequeño y bastante desconocido la verdad. Al principio cuando lo mencionábamos, nadie lo conocía. Siento que está absorbido por sus barrios vecinos que son más conocidos como La Peatonal y Villa del Parque. Me gusta porque desde que estamos acá siento que ayudamos a darle más entidad, es muy especial estar ubicados en este lugar tan excéntrico”, expresa. Incluso siguieron apostando a la vecindad con un nuevo emprendimiento: El Lunfardo, ubicado a tan solo metros de Argot y con la pizza y las empanadas como protagonistas.
“Con este proyecto buscamos hacer una pizzería porteña tradicional, pero poniendo especial atención a la materia prima. La idea es reivindicar eso tan nuestro y llevarlo a otro nivel. Hay mucha cabeza puesta en la masa (súper liviana) y cada vez estamos sumando más sabores”, anticipa. Entre las preferidas, hay una con jamón y morrón, fugazzeta rellena y una “canchera” con anchoas de Hernán Viva. Las empanadas, merecen una mención aparte ya que las realiza el salteño Don Héctor Yepez, quien durante muchos años estuvo al frente de un clásico porteño, la Pulpería Ña Serapia. Tienen masa casera carne cortada a cuchillo, papa, huevo y verdeo. Además, hay de queso y cebolla; jamón y queso; hongos y parmesano y queso azul apio y nuez.
Con una fuerte impronta de los bares notables, pero con la magia de la cocina contemporánea, Argot volvió a brillar en un barrio tranquilo con casas bajas y rodeado de mucho verde. El sol otoñal se esconde, “Gata”, la perrita, se despertó de su siesta y merodea por la calle. Todos la saludan con cariño. Ella se roba todas las miradas. Incluso a veces, más que el mostrador repleto de tortas, galletitas y medialunas.
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