Su carrera como locutor y periodista estaba en crisis cuando el pedido de una pareja a la que asesoraba cambió las reglas del juego.
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Aceptó el pedido sin pensar en lo que estaba haciendo. Algo en aquella pareja de abogados a los que estaba asesorando en estrategias de comunicación le transmitía confianza y había despertado en él una emoción que hacía tiempo no experimentaba. No podía poner en palabras todavía lo que estaba sintiendo, pero se dejó llevar por su instinto y confió en la aventura que, paso a paso, se abría ante sus ojos.
Criado en la provincia de Córdoba, la infancia de Daniel Peralta transcurrió entre la soledad del campo -en realidad era una zona de quintas a las afueras, a 15 kilómetros de la ciudad- y el bullicio de un complejo de departamentos donde tenía una decena de amigos. De chico recreaba los escenarios de circos, programas de televisión y otras actividades donde hubiera personas. Le gustaba armar, crear lugares y escenografías con los juguetes. “Con diez años fui el productor de un programa de radio que hacía mi hermana Silvina. Se llamaba La Fiesta y yo seleccionaba las preguntas para los premios: utilizaba revistas, el juego de mesa Carrera de Mente y sacaba preguntas de los programas de la televisión también”.
Cursó el colegio primario y secundario en un establecimiento parroquial. “En una misa recuerdo haberme preguntado si sería sacerdote. Pero la idea de formar una familia era más fuerte. Ya de niño siempre pensaba en esa posibilidad. Me gustaba conocer las historias y relatos de las personas. De la radio y la televisión consumía todo. Escuchaba radios de otros países y provincias que llegaban gracias a la Tonomac de mi papá”.
Era tímido pero lo convocaban a todos los actos
Finalizada la etapa escolar, orientó su interés en la carrera de Comunicación Social. Era algo que tenía decidido desde niño. Aunque tuvo que postergar otra de sus pasiones, la locución, hasta que tuvo 35 años por una cuestión económica ya que la carrera solo podía cursarse en Córdoba en una universidad privada. “Si bien era muy tímido, me convocaban a todos los actos en la primaria: bailaba, recitaba, participaba en obras de teatro. Realmente era algo de lo que disfrutaba”. Por eso, cuando empezó a dar sus primeros pasos en la locución entendió que allí también estaba una de sus grandes pasiones. No perdió el tiempo e ingresó a trabajar en varios medios.
Pasaron los años, Daniel formó pareja -como tantas veces lo había imaginado-, se casó, tuvo un hijo y todo marchó sobre ruedas durante algunos años. Hasta que llegó la crisis matrimonial y decidió que lo mejor era poner fin a ese vínculo y optar por el divorcio. Transitó entonces una etapa en la que mantenerse soltero, poco a poco, se convirtió en una suerte de estilo de vida.
Esos años los destinó a capacitarse en distintas cuestiones vinculadas con la educación llamada alternativa. También dedicó tiempo a la escritura y a dar forma a un libro de su autoría sobre educación emocional. “Siempre trabajé en mi para superar los miedos, hablar frente al público, mejorar las relaciones, ser consciente del cuerpo, vivir en el presente, tener salud, entre tantas cosas que uno necesita para ser y estar mejor en la vida”.
En forma paralela, comenzó a ser más reflexivo en su profesión y en su día a día. “Empecé a sentir que, en muchos casos, la locución carecía de contenido y busqué ponerle contenido a la técnica. Mis participaciones fueron varias veces en ambos roles: fui productor y conductor de noticiero, realicé locución comercial en vivo en partidos de fútbol (algo que ya no se estila más), estuve en medios periodísticos y otros más de entretenimiento. Siempre me apasionó el cambio, la transformación. Trabajé unos diez años en total en medios e hice de todo. Mi carrera se marcó también por la censura, me tocó estar en tres programas que fueron censurados, entonces entendí que la parte periodística sin libertad no tiene sentido”. La última experiencia antes de la pandemia fue Sincronía, un programa donde pudo integrar todo lo que lo apasiona y para lo que se capacitó durante tantos años: recitados, coaching, psicología, filosofía, entre otras. Lamentablemente por la llegada de la pandemia y la caída de los auspiciantes ese proyecto está paralizado.
Un pedido insólito que cambió las reglas del juego
A comienzos de 2019 había comenzado a enfocar su trabajo en las sesiones de coaching. Fue en ese contexto que conoció a una pareja de abogados. Lo habían convocado para armar una estrategia de comunicación para un negocio. A los tres meses de conocerlos, un día y sin preámbulo le preguntaron:
— Daniel, ¿nos querés casar?
— Sí, claro, dijo él como si hubiera hecho el trabajo antes.
La ceremonia fue en una estancia cerca de Unquillo, en Córdoba. “No estaba nervioso, los años me han quitado el nerviosismo. Aunque tenía la adrenalina y la conexión con la emoción de la gente que estaba en el lugar. Desde ese día no hubo ceremonia en la cual no se me pusiera la piel de gallina y un sentimiento de alegría atravesara mi cuerpo”.
Fue en ese momento que supo que había encontrado su verdadera vocación. Confirmó con estadísticas -y también con la experiencia propia- que eran cada vez más las personas que buscaban ceremonias simbólicas, no tradicionales, sin protocolos y con el único requisito de amarse. Daniel entró entonces a un mundo que no conocía y en cuestión de semanas comenzó a recibir consultas de todo el país. En las bodas laicas se prioriza la historia, los familiares escuchan cosas que no sabían de la pareja, también asumen un compromiso y participan de una unión más espiritual y emocional.
“Descubrí que puedo ayudar a otros a cumplir sus sueños”
“Como oficial de ceremonias, mi trabajo consiste en funcionar a modo de puente entre los miembros de una pareja para que reflexionen, rememoren anécdotas y puedan unirse más desde el relato. El primer encuentro es todo sobre su historia. Luego por privado me comunico con cada uno para conocer un poco más del otro, ahí entramos en una complicidad muy linda. Luego hablamos de la parte de la ceremonia en sí. Una vez que cuento la historia con partes emotivas, alegres y familiares, llega el momento del ritual. Entonces les pregunto qué quieren en particular: algunos realizan votos, otros no tienen testigos, están quienes hacen partícipes a sus hijos o familiares. De todos modos, el rito más elegido es el de los anillos. Igualmente ofrezco otras posibilidades como el ritual del fuego, la arena o las cartas (se escriben una carta para ser abierta en x cantidad de tiempo)”.
Como cada pareja es única, cada guión es especial. Sobre el cierre de la ceremonia, Daniel elabora unas palabras finales. “Se crea un vínculo muy lindo que no se da en otras bodas donde al juez/a, sacerdote o pastor no lo ves más quizás. Acá nos seguimos escribiendo, les hablo para los aniversarios y otros me piden alguna entrevista para hacer alguna consulta, hablar de pequeñas crisis o trabajar en algún proyecto, ahí aparece mi parte de coach”.
Daniel descubrió que podía integrar todos sus conocimientos en un mismo trabajo. Y que ya no tenía esa sensación de encontrarse fragmentado en capacitaciones, sesiones, locuciones, animaciones, escribir o asesorar empresas. “En este perfil puedo recitar una parte de un poema, brindar una reflexión, crear un relato, mirar a la gente emocionada a la cara, ayudar a que los testigos que no se animan hablen, charlar con los novios sobre alguna dificultad. Descubrí que puedo ayudar a otros a cumplir sus sueños: el de entrar por la alfombra con su padre, el de decir los votos, el de contar al mundo su romance, la ceremonia más mágica de todas, etc. De cada pareja aprendo sobre mí, porque soy un ser que trata de pensar y sentir despojándome de los mandatos”.
Mientras, con las energías renovadas, también pudo reconstruir su corazón y volver a enamorarse. Formó pareja y hoy vive en Córdoba con su compañera. “Cada pareja es un hermoso mundo de construcciones; yo solo tengo que hacer lo que necesitan para conducirlos directamente adonde anhelan sus almas. Las parejas de hoy saben qué necesitan y eso es aprender a amarse todos los días y elegirse. Al fin y al cabo todos nuestros problemas vienen de la gran cantidad de contradicciones que nos habitan. En ese sentido, reconocer y ver otras historias es maravilloso”.
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