¿Desconectarse es la fórmula de la felicidad?
En los siete minutos que lleva leer esta nota se van a mandar más de 3000 millones de mensajes de WhatsApp, unos 16.000 posteos en Twitter y 950.000 "me gusta" en Facebook. Algo de todo eso está dirigido a nosotros o simplemente nos interesa. Hay dos opciones: correr a ver qué nos estamos perdiendo o seguir leyendo. Hasta hace muy poco, no había duda. Estábamos todos urgidos por participar de la acción continua de las redes, resueltos a "ver más", a abrir más apps o pestañas. Pero ya no. Si antes se hablaba de FOMO, Fear of Missing Out, o miedo a perderse algo, hoy tal vez convenga hablar de LOMO, más que el miedo, el lujo de perderse algo, de desconectarse, de estar offline.
Hay cada vez más evidencia de que la conexión permanente nos hace infelices. La semana pasada, en su conferencia global para programadores, Google reveló que un 70 por ciento de sus usuarios quieren recibir ayuda para contener su vida digital, y presentó el programa Digital Wellbeing, con herramientas para facilitar la desconexión.
La Universidad de British Columbia publicó a fin de 2017 una investigación donde comparó la experiencia de más de 300 personas que fueron invitadas a comer con un grupo de amigos o familiares. La mitad de los grupos recibió la instrucción de silenciar y guardar sus teléfonos. Los otros debían tenerlos a mano porque iban a recibir una serie de mensajes. De manera previsible, quienes usaron el teléfono dijeron que habían disfrutado menos de la reunión, y habían sentido estrés y aburrimiento. Pero, tal vez menos esperable, los resultados fueron similares entre los nativos digitales y los mayores. Entramos en la contra-corriente. Después de años de intentar la transformación digital, o ser mobile first, ahora parecemos necesitar ser un mundo real first.
El instituto Baikal, un centro de debate sobre el futuro donde se discuten temas como tecnología cuántica, inteligencia artificial o incidencia de blockchain, está armando su propia huerta. SXSW, festival de tecnología y creatividad que reúne a las celebridades de la vanguardia digital en Austin, este año tuvo como una de sus principales atracciones una experiencia puramente presencial, sin mediación de pantallas. En los espacios de coworking –donde proliferan las startups y reina la conectividad– tienen una oferta cada vez mayor de actividades offline. En los We Work de Buenos Aires hay karaoke, cine en la terraza e intercambio de libros (de papel).
Esteban Brenman es el impulsor de la huerta en Baikal, emprendedor, fundador de Decidir.com y Guía Óleo, y ahora al frente de la agencia digital UV. "Mi sensación es que la pérdida de contacto con el mundo offline nos hace menos sensibles porque todo es más lábil en el online. La vida real no tiene undo, lo que hacemos produce consecuencias más visibles en el mundo que nos rodea".
Manuel Aristarán es programador de software y uno de los impulsores de la apertura de datos públicos. Su perfil tecnológico no impidió que hace cuatro semana borrara las redes sociales de su teléfono. "Llevé el teléfono a arreglar y no lo tuve conmigo por una semana", cuenta. "Durante los primeros dos días, tuve una sensación muy parecida a la de dejar de fumar. Me tocaba el bolsillo todo el tiempo, me sentía ansioso en los momentos en los que no estaba haciendo nada. Eso me hizo sentir en carne propia que el acceso a la redes sociales tiene todas las características de una adicción. Superado ese momento, empecé a caminar con la cabeza erguida y a notar la increíble presencia de los smartphones en todos lados. Gente caminando, manejando, en bicicleta. Todos mirando una pantalla de 5 pulgadas. Apenas recuperé el teléfono, desinstalé las apps de redes sociales. Llevo cuatro semanas y espero no tener una recaída. Además de programar soy músico y ambas tareas requieren concentración: indiscutiblemente, soy más eficiente resolviendo problemas lógicos o intentando aprender un pasaje difícil de una obra si no tengo un aparato que está constantemente reclamando mi atención. Volví a leer libros con más atención que antes, tengo mejores conversaciones con mis seres queridos. Pero fundamentalmente salirse un poco de las redes te da otra perspectiva: cuando entro una vez por día desde mi computadora, lo que veo me resulta banal, exaltado y muy violento".
Martín Rabaglia, fundador de la agencia digital Genosha, tuvo una experiencia similar por un camino distinto. En su caso, no tomó la decisión de dejar de lado el smartphone: simplemente le sucedió. Al menos durante unas horas. Rabaglia visitó el parque temático que montó HBO para promocionar la serie Westworld, cuya trama futurista cuenta la historia de un parque manejado por robots indistinguibles de las personas, al que los visitantes llegan para experimentar la vida en el Lejano Oeste. La experiencia montada por HBO no tenía robots ni estaba basada en tecnología. Tenía actores, escenografías y una trama personalizada para cada uno de los participantes, quienes llegaban al parque en un micro con los vidrios tapados, para que no reconocieran la ubicación.
"La experiencia inmersiva fue total: entramos en el pueblo de la serie, con todas sus características, y nos recibió un personaje que nos habló de posibles caminos a seguir. Por mi lado elegí ir a la oficina del correo, donde encontré una carta a mi nombre, con datos de mi viaje a SXSW y alusiones al herrero del pueblo. Sin dudarlo, fui a buscar al herrero. Terminé envuelto en una serie de escenas que involucraron una muerte, la búsqueda de ayuda con otros participantes y una escena final frente al banco, luego de un asalto, donde uno de los robots se rebelaba y trataba de matarnos a todos, justo antes de que lograran desactivarlo".
Durante todo ese tiempo, una de las cosas que más sorprendieron a Rabaglia fue que los participantes casi no usaban sus teléfono celulares. "Me di cuenta de que yo mismo saqué fotos solo en la entrada. Después no saqué más, porque si estaba con el teléfono me perdía lo que estaba pasando. La experiencia requería gran atención. Durante SXSW se habló mucho de cómo se está revirtiendo la tendencia de los años 90 y 2000, cuando se creía que para escaparse del mundo uno se iba a Internet. Hoy nos escapamos de Internet, queremos desconectarnos por más tiempo y conectarnos más con la realidad. Tradicionalmente, las marcas lograban la atención de la gente por períodos máximos de 15 minutos. Pero el promedio de atención de Westworld fue de dos horas, con un máximo de seis", agrega.
La productora que trabajó con HBO para montar el parque –Mycotoo– usa conceptos del mundo digital, como camino del usuario y usabilidad, pero aplicados al mundo real. No se trata de poner botones en el lugar correcto para que hagamos clic en "descargar", sino de poner señalética o sumar guiones y actores que conduzcan la experiencia. Lo diseñan todo: la fila, los uniformes, las marquesinas, los personajes. Una especie de realidad aumentada, pero no por el uso de tecnología, sino por la exacerbación de los sentidos.
Para Brenman, toda experiencia se potencia cuando intervienen todos los sentidos. "No tiene mucha lógica hacer una cola para pagar la luz cuando lo puedo resolver desde mi computadora, pero sí puedo querer encontrarme con mi asesor financiero para conversar sobre mi proyecto de negocio o la reforma de mi casa. Como también puede ser eficiente tener un sensor en mi alacena que pide automáticamente las cosas que se me acabaron, pero me puede resultar muy interesante ir a una degustación de aceites de oliva o una clase de cocina saludable presencial. Casi toda experiencia online tiene un complemento offline que la potencia, y viceversa", comenta. Tal vez no se trate de elegir, sino de encontrar el equilibrio. Y ahora sí podemos ir a chequear las notificaciones, o aprovechar el impulso y borrarlas todas.