Ocurrió en la provincia de Córdoba, su cuerpo evidenciaba las marcas de la explotación; hasta que un día su vida cambió para siempre.
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Como tantos otros, había sido parte del montón, de los invisibles, los que pasan desapercibidos y sufren el maltrato. Pero ese día, mientras convulsionaba en una de las calles de la ciudad de Monte Maíz, al sureste de la provincia de Córdoba, su suerte iba a cambiar. Había sido un descarte de galgueros, usada para cazar y servir a los fines de explotadores. Tendida en el suelo, aunque quizás imaginaba que solo restaba esperar hasta que llegara la muerte, ese día, la vida de Luli dio un giro inesperado.
La encontró una vecina del barrio e inmediatamente dio aviso a Una vida Mejor, que rescata a galgos que sobreviven en las calles. Pronto la asistieron, le dieron los primeros cuidados y la llevaron al veterinario de confianza para que la medicara. Luego de unos días en los que se constató que se encontraba estable, y gracias a la ayuda del refugio, Luli viajó a Buenos Aires.
“Era buena pero basurera”
Corría agosto de 2021 y en cuestión de un mes la galga rescatada pasó por dos tránsitos. En el primero de ellos no la quisieron. “Era muy buena, pero basurera y le comía la comida a los gatos”, dijo quien la había entonces recibido. Finalmente, la perra se alojó en la casa de Florencia Petra, fotógrafa y cofundadora de Un perro largo, un proyecto audiovisual y educativo que promueve el bienestar animal, la convivencia responsable y prácticas más respetuosas en relación a la comunicación y vínculo que los humanos tenemos con los perros.
Como a muchos galgos, a Luli la habían usado para cazar. Su cuerpo mostraba marcas visibles de violencia: cicatrices, dientes limados para no agujerear a la presa, mordidas de otros perros e incluso heridas de balines. También tenía mucho dolor (especialmente en su espalda). La trataron con fisioterapia y afortunadamente tuvo un efecto muy positivo en ella ya que mejoró su calidad de vida.
En ese nuevo hogar comenzó su proceso de recuperación. Y, durante ese tiempo, convivió con otro galgo y dos gatos. A su vez, le hicieron un chequeo médico completo y le ajustaron la medicación para controlar sus episodios: Luli es epiléptica y necesitaba tratamiento de por vida. Pero sus ganas de vivir eran poderosas y pronto estuvo en condiciones de ser adoptada por una familia que la quisiera para siempre.
Pelo suave, ladridos mudos y paso lento
“Ella es Luisa (Luli) y la estamos transitando hace una semana. Tiene aproximadamente 8 años, la encontraron en la calle en un pueblo de Córdoba, convulsionando. Cuando paseamos es evidente que vivió en la calle, le gusta parar en las panaderías y saludar a ciertos desconocidos, aunque su verdadera pasión son las bolsas de basura. Luisa camina lento y suave, a menos que tengas un bocadito de algo, ahí rejuvenece y parece de dos años. Le gusta mirar todo lo que hacés, también comer, dormir y comer otra vez. Aunque hay un momento del día, casi como después de la merienda, que te busca para jugar. Ella cree que destroza todo lo que agarra con sus feroces dientes, pero la realidad es que con sus poquitos dientes limados, todo es más parecido a una caricia. Es tan graciosa. Luli tiene epilepsia, pero con una medicación que toma diariamente tiene sus crisis controladas. Quien desee sumarla a su vida tendrá que lidiar con su pelo suave, con sus ladridos mudos que piden comida y también con una clase de educación a cargo nuestro, para aprender más sobre Luli y tener más herramientas para hacerla feliz”, decía la publicación que la presentaba en sociedad.
Y el deseo de dos jóvenes de sumar a una perrita en su familia multiespecie no quiso ni se hizo esperar. “Cuando conocimos su historia, algo nos hizo click. Seguíamos muy de cerca las actualizaciones que la persona que la transitaba iba subiendo a Instagram y quisimos saber aún más sobre ella. Hicimos una videollamada a modo de entrevista y todo fluyó muy bien. Tras una larga charla decidimos dar el paso y adoptarla. Uno de los grandes temores que teníamos era cómo se iba a llevar con nuestra perrita salchicha Pripri que en ese momento tenía un año y ocho meses e hicimos una prueba para evaluar cómo era ese primer contacto. Observarlas fue y sigue siendo un gran aprendizaje para nosotros”, recuerda Carla Gago.
Emoción, incertidumbre y nueva vida para una familia de cuatro
Los primeros días en el departamento donde Carla vive con su esposo Martín y su perrita Pripri fueron de una mezcla de emoción e incertidumbre. Todos se tuvieron que adaptar a la nueva dinámica familiar y los humanos hicieron un gran trabajo para calmar la ansiedad.
“No todo fue color de rosa y nos parece importante decirlo para no caer en idealizaciones. Cuando necesitamos ayuda nos asesoramos con profesionales capacitados y respetuosos y los avances que fuimos conquistando fueron 100% fruto del trabajo en equipo. En este sentido, queremos destacar lo valioso que es tejer redes y contar con un círculo de contención de amigos y familiares que acompañe y sostenga. A su vez, por nuestra cuenta y para poder entender mejor tanto a Luli como a Pripri, decidimos saber más sobre comunicación canina e hicimos talleres online”.
En ese primer periodo de adaptación, Luli (@luligalga) se mostró poco activa y prefería echarse a descansar. Le costaba mucho salir a pasear a la calle, los ruidos y los diferentes estímulos. Pero, de a poco, todos fueron tomando más confianza y aprendieron a respetar los ritmos del otro. “Hoy seguimos caminando despacio, pero con más seguridad y curiosidad. Luli es una perra increíblemente resiliente que sabe adaptarse a las distintas situaciones que se le presentan. Al principio no mostraba mucho sus emociones y solía ceder, pero con el tiempo nos fue dejando en claro cuando quiere algo y se fue acercando más a nosotros (pide mimos, se acuesta cerca nuestro, hace más contacto visual). Tiene sus rutinas muy interiorizadas (comida, paseos, medicación) y no duda en venir a buscarte cuando te demorás un poco”.
En cuanto al cuidado de la atención de las perras, Carla se encarga de la rutina de la mañana y Martín de la de la noche. Luli hace cuatro comidas al día y Pripri dos. Todo empieza con el desayuno. Alrededor de las 9 am Luli toma la primera tanda de pastillas (vitaminas y anticonvulsivos). Hacen un paseo a la mañana y otro por la tarde en momentos donde la calle está lo más tranquila posible. Por la tarde, esperan su ración de fruta o zanahoria. Cerca de las 19 h Luli tiene un pico de energía y está más activa. Después cae rendida en el sillón y se duerme.
“Luli me enseña a vivir la vida desde otro lugar: uno con otro tiempo, con más calma, con menos prisa. Me hizo replantearme si es que ella va lento o yo voy demasiado rápido y me recuerda que bajar un cambio y mirar alrededor está buenísimo. Me invita a conectar con lo simple y cotidiano y a estar más presente. Me enseña, también, que siempre vale la pena tener paciencia, confiar y seguir adelante”.
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