En 1883 empezó a hablarse del descanso dominical de los trabajadores, y con él surgieron interesantes análisis que vale la pena conocer para entender a la sociedad en sus distintas etapas
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Para impulsar el desarrollo de la pujante Entre Ríos, Urquiza se rodeó de personalidades destacadas en los distintos campos. En este caso, rescatamos al francés Alejo Peyret, bearnés para más datos, quien arribó a Montevideo en noviembre de 1852, pocas semanas antes de cumplir los 26 años, con vastos conocimientos adquiridos en La Sorbona y otras prestigiosas instituciones educativas de Francia.
Trasladado a la provincia mesopotámica, fue un distinguido profesor del Colegio de Concepción del Uruguay y organizó la Colonia San José, el primer emprendimiento provincial de un espacio agrícola-ganadero para inmigrantes.
Peyret pobló de frutos la tierra. Estableció reglas para la producción avícola, y plantó uvas, duraznos, papas y maíz. También maní y remolacha, que mencionamos especialmente, porque el pionero además puso en marcha una fábrica de azúcar y otra de aceite de maní, ambas con notables resultados. Era masón y librepensador, con una posición anticlerical. De hecho, se encontró entre los impulsores de la educación laica, en tiempos de Domingo F. Sarmiento y de la primera presidencia de Julio A. Roca.
En 1883, cuando empezó a hablarse del descanso dominical de los trabajadores, amparados en que el mismísimo Dios al séptimo día descansó, Peyret fue uno de los primeros en manifestarse en contra de la medida con argumentos que hoy pueden resultar curiosos, pero que merecen ser expuestos porque marcaron la época. Decía el bearnés:
El descanso obligatorio del domingo produce la ociosidad, y la ociosidad, dice el refrán popular, es la madre de todos los vicios. El ocioso. ¿cómo va a pasar las largas horas del día domingo? Irá al café, al bodegón, al salón de juego y, finalmente a algo peor todavía: al otro día, levantarse medio enfermo y con sus economías perdidas.
En una colonia que hemos conocido, había padres de familia que entraban a las pulperías después de la misa, y se quedaban allí durante dos o tres días, bebiendo, cantando y durmiendo recostados sobre las mesas. No despertaban sino para pedir otro trago o para revolcarse en la inmundicia. Era necesario que sus esposas o sus hijos viniesen a buscarlos en carros para llevarlos a sus casas.
Preguntamos si ese modo de practicar el descanso dominical es muy moralizador, y que analogía tiene con el descanso divino.
A simple lectura, podría parecer que Peyret no concebía el descanso del trabajador en las ciudades. Sin embargo, por el contrario, estaba de acuerdo. Eso sí, con condiciones. El francés planteaba que la actividad física —aplicada a las tareas cotidianas— debía alternar con la moral, “porque el hombre debe desarrollar todas sus facultades especiales”.
Pedimos que no se suspenda el trabajo material. Antes de hacerlo, es preciso elevar la sociedad al nivel moral necesario con la generalización de la instrucción y de la educación. Es preciso instituir fiestas cívicas, funciones literarias, científicas, artísticas, lecturas, conferencias, asambleas, sociedades corales, en fin, todo lo que se necesita para conseguir el desarrollo completo de la personalidad humana.
Sí, señores. En 1883, el planteo acerca del descanso hebdomadario (en aquel tiempo alternaban el vocablo semanal con esta palabra que significa: “que ocurre una vez por semana”) no involucraba en sí la pausa merecida del trabajador, si no qué iba a hacer con su tiempo. Y algunos como Alejo Peyret, un hombre de gran espíritu progresista y atento a las necesidades del obrero y el empleado, manifestaban su preocupación por el mal empleo del tiempo ocioso.
Los planteos de aquellos días lejanos quedaron estancados, como ocurrió en casi todo el mundo. Los propios trabajadores retomaron la discusión cuando el siglo recorría su último lustro y el descanso fue estableciéndose de manera informal en diversas ciudades del país. Pero era una concesión desordenada y en casos pasajera, precisamente, por la falta un marco legal que encauzara el régimen de descanso. En ese tiempo de improvisación, el dueño de un comercio establecía un día, cada dos o tres semanas, en que determinado empleado podía faltar.
Uno de los primeros gremios en reclamarlo fueron los alrededor de cuatro mil curtidores que trabajaban en Buenos Aires. Ocurrió en 1896 y encontraron eco entre los socialistas y los católicos que, en curiosa sociedad, alzaron la voz de la demanda. Si bien, estos dos espacios de poder no solían encontrar puntos de acuerdo, en este tema se mostraban alineados, pero no tanto: de hecho, ¡discutían entre ellos quién era el verdadero promotor de la medida!
En 1900 se formó la Federación General de Organizaciones Obreras, que tomó la bandera del reclamo. Dos años después surgió la Unión General de Trabajadores, también enfocados en el derecho al descanso. Los dos gremios reclamaron que se terminara la informalidad y que se convirtiera en ley. Sin restarle méritos a las dos agrupaciones, debemos destacar la acción de los empleados de comercio. Ellos fueron quienes se propusieron tirar de la cuerda con más fuerza. Frente a la presión de este sector, muchos negocios de la periferia —no así los del centro— comenzaron a cerrar el domingo al mediodía. De esta manera, en el segundo semestre de 1902, la mitad de la jornada en disputa estaba ganada. De este cambio, apenas fue testigo Alejo Peyret, ya que murió en agosto de ese año. Su posición de 1883 referida al tema parecía haberse disipado. ¿Acaso ya no se escuchaban voces que cuestionaran lo que el obrero y el empleado hacían con su limitado tiempo libre? Pronto lo responderemos.
Debe reconocerse la buena voluntad de muchos patrones o empresarios que no dudaron en ofrecerle el beneficio a su gente, aun cuando la resistencia a la medida era lo natural. En esa línea, mencionamos a Daniel Bassi, de la prestigiosa chocolatería Godet, quien impuso el descanso semanal y logró, no solo el reconocimiento de sus obreros, sino también el deseo de muchos de trabajar en la mencionada fábrica. Todo apuntaba a que se lograría la pausa hebdomadaria, pero aún faltaba que el Congreso tratara el asunto. Las peticiones arribaron a la Cámara de Diputados ese mismo año.
Sin embargo, a fines de 1903, luego de un año, desde el diario socialista La Vanguardia se preguntaban si alguien habría recordado sacudir el expediente para quitarles las polillas que seguramente estaría acumulando.
El año 1904 fue determinante
Una manifestación marchó al centro de la ciudad un domingo de enero. Varios negocios, previniendo los problemas, entornaron sus puertas y en el vidrio colgaron un cartel: “Cerrado por descanso dominical”. Los pocos que se resistieron —por ejemplo, un par en Florida y Lavalle—, optaron por seguir la corriente de la mayoría y preservar así sus vitrinas del enojo popular.
Los propietarios de doscientas farmacias (eran en total trescientas) se sumaron a la iniciativa en febrero. Lo hicieron a través de un formulario que devolvieron en donde se comprometían a respetarlo, pero supeditado a que siempre hubiera algunas abiertas y se fueran turnando. En medio de la movida en la que cada vez se involucraban nuevos espacios comerciales, tuvo lugar un hecho político trascendental. En las elecciones para diputados nacionales del 13 de marzo, obtuvo una banca Alfredo Palacios, convirtiéndose en el primer socialista en acceder al Congreso. Además, venía dispuesto a quitarle las polillas al expediente.
Como si hubiera estado coordinado, el domingo siguiente, a las cuatro de la tarde en Plaza Lorea, se realizó una imponente convocatoria organizada por la Unión Dependientes de Comercio para reclamar la pausa dominical. Marcharon por Avenida de Mayo hasta la Plaza Colón, donde se realizó el acto central. Ellos mismos se sorprendieron de la convocatoria que ocupaban la superficie de tres cuadras de la avenida. Entre los oradores se destacó Francisco Cúneo, de 29 años, quien más tarde —Ley Sáenz Peña mediante— se convertiría en el primer diputado obrero.
En octubre, la cuestión del descanso asomó tímidamente en los debates de los diputados, gracias a la acción de Palacios. Pero no alcanzaba. Hasta que una lamentable reacción policial en una manifestación por este tema en Rosario, a fines de noviembre, que dejó un vergonzoso saldo de muertos y heridos, obligó a que nadie mirara hacia el costado. En la última sesión del año, la Cámara Baja le dio la media sanción y la envió al Senado.
A comienzos de 1905
La Unión Industrial ofreció su punto de vista. Aportó conceptos atinados respecto a las dificultades que acarrearía un cierre masivos de negocios. Mientras que, por otra parte, planteó que un trabajador que descansaba no podía cobrar ese día lo mismo que uno que se mantenía en su puesto. Cada grupo tenía algo que decir. Los panaderos se quejaban de que los obligaran a cerrar justo el día de las mejores ventas. Los peluqueros se preguntaban si debían ceder el caudal de clientes que atendían los domingos, precisamente porque muchos de los que lograban la libertad de acción esas tardes aprovechaban, por ejemplo, para acortarse el pelo o atusar el bigote.
La intervención del Poder Ejecutivo, a través del ministro Ministro de Instrucción Publica, Joaquín V. González ofreciendo una versión que conciliara el antagonismo. El proyecto fue presentado el 29 de agosto. Pero, atención, que el espíritu del librepensador Peyret debe haberse hecho presente: si iba a haber un día libre, no debía ser para emborracharse. Se propuso el cierre de los despachos de bebidas. La precauciones acerca de la libertad de acción del obrero durante horas de ocio atendía a una cuestión de índole laboral. Muchos patrones especulaban con que la resaca del lunes provocaría una merma en el presentismo y sobretodo en la producción.
El ministro González había incorporado una excepción: la cerveza. Durante el debate del 29 de agosto, el senador Jacinto Álvarez preguntó qué razones había tenido la comisión para favorecer esa bebida. La respuesta fue que “no perjudicaba la salud del obrero”. El colega Carlos Doncel pidió que se rechazara el artículo, Álvarez apoyó la moción y el senador Salvador Macía propuso la nueva redacción: “Los días domingo permanecerán cerradas las casas que expendan bebidas alcohólicas”.
Ese fue el único artículo que se modificó y de esta manera, previa validación en Diputados, el descanso dominical que tuvo al país en vilo durante tres años, logró el marco institucional que necesitaba. Fue la Ley 4.661. Sin alcohol.
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