Desayuno en el Green’s Pharmacy
Nuevamente estoy sentado en uno de los más clásicos lugares de Palm Beach: Green’s Pharmacy.
Casi siempre que vengo aquí suelo sentarme en la misma mesa, desde la cual puedo observar todo lo que sucede en este simpático sitio. Curiosa mezcla entre farmacia, perfumería, almacén y comedor clásico de los años 40/50, este sitio entrega una variada muestra de la gente que se deja ver por estos parajes.
En otra columna hablé del variopinto grupo de personas que frecuentan Green’s y no hay vez que llegue a esta ciudad y no cruce las puertas de este establecimiento que desde hace siete décadas deleita a locales y visitantes con su simple menú.
El despertador había sonado antes de las 7, ya que había decidido hacer un poco de ejercicio, la voz de la conciencia, tal vez, y aprovechar la increíble luz del amanecer.
Una temperatura de 12 grados me recibió cuando salí a la calle y agradecí haber traído mi vieja campera de viaje, que me acompaña hace años.
Doscientos metros me separaban de la entrada a la playa y hacia allí fui caminando lentamente por las calles casi desiertas de la ciudad. Tomé la avenida Sunrise –nombre muy acertado para mi propósito matutino– hacia el este y me dejé llevar por las fachadas de los edificios que cruzaba en mi camino, como el del Chairmen’s Club o la famosa iglesia de San Eduardo, donde los Kennedy se sentaban siempre en la misma hilera de bancos, los cuales llevan su nombre en una placa.
Cruce N County Road y seguí lánguidamente, sin apuro. Me crucé con un simpático par de ancianos que paseaban a su Pomeranian y conversaban alegremente sobre, según mi parecer, la realidad política y económica del país, lanzando carcajadas ella ante las ocurrencias de su media naranja. Doble a la izquierda en N Ocean Blv. y llegué a la entrada de la playa.
Lo primero que vi una vez descalzo y con mis pies sobre la arena fue el asombroso color turquesa del mar, por momentos profundo y tirando al azul, de repente más verde, según las diferentes profundidades del lecho marino.
Hacia donde miraba no encontraba más que arena, siendo la única presencia la de las aves que volaban en el perfecto cielo de la primera mañana desprovisto de nubes.
Durante más de 45 minutos vagué, hundiendo mis pies en el dorado colchón de la playa en un estado de introspección y reflexión, dejando que la brisa me refrescara las ideas.
Al fondo veía las famosas torres del Breakers provistas de sus tradicionales banderas y ya al final de mi caminata algunos surfers entraban al agua para desafiar a las olas.
Ya era tiempo para emprender el regreso y calentar el cuerpo y el alma con un rico desayuno.
Así, terminé sentado en la mesa acostumbrada del Green’s para recibir la tradicional sonrisa y buenos días de aquellos que trabajan ahí. Y es justo decir que ellos son parte más que protagonista del lugar, ya que no solo conocen a su clientela a la perfección, sino que manejan el salón con un orden que por lo menos siempre me resulta sorprendente.
Con un diario local sobre la mesa para estar informado y la cacofonía que llegaba de las mesas y barra vecinas ya estaba listo para ordenar, pero algo me sorprendía.
De esta manera, vi cómo llegaba unos de los mozos más simpáticos que he tenido oportunidad de conocer, siempre de bermudas y provisto de las medias más estrafalarias que he visto llevar a alguien en su vida, cuanto más estridentes mejor. Antes de que yo pudiera hacer mi pedido, el hombre recitó: "Two sunny side up eggs on multigrain toasts and a hot tea, right?" (Dos huevos sobre tostadas de cereal y un té, ¿no?).
Y con una sonrisa me dejó tranquilamente con mis pensamientos. n