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Era el sueño de gran parte de los skaters de su generación: inspirados en imágenes y escenas que veían en revistas y videos de la década de los ´80, fueron muchos los que se ilusionaron con tener la rampa propia en el jardín trasero de una casa suburbana. Es que por ese tiempo no había mucho en la ciudad de Buenos Aires para entretenerse y practicar el deporte nacido en California y que audaces como los estadounidenses Tony Hawk o Christian Hosoi popularizaron entre los adolescentes.
El bowl de Bancalari, un miniramp que quedaba cerca de Federico Lacroze y Av. Cabildo, el skatepark del Parque Sarmiento ubicado en un estacionamiento, los bowls de Munro, Mc Zeta en Wilde y, por supuesto, la rampa de Ciudad Universitaria, eran algunos de los spots a los que se podía asistir. Hasta que llegó Metropark, uno de los mejores circuitos que existieron en la Argentina según la opinión de los entendidos en la materia.
“Al parecer, en mi caso, la idea de tener la rampa propia quedó latente un buen rato. Cuando la cuarentena se presentó como la excusa perfecta para darle curso a este ensayo, me dio mucha curiosidad poder presenciar cómo la ciudad de Buenos Aires, o el barrio de Almagro, terminarían agregando nuevos elementos a esta idea de paraíso individual importado desde California. Me gusta ver cómo las ideas viajan y evolucionan…”, reflexiona Marcelo Faiden, que es arquitecto y encontró en el jardín de invierno que montó en la terraza de su departamento el lugar perfecto para dar forma a su sueño de juventud.
La cuarentena: una oportunidad única
Corría julio de 2020 y no dudó en poner manos a la obra. Entusiasmado, contactó a Martín Pibotto, Coordinador de Escuelas de Skate y diseñador y constructor de Pistas de Skate públicas y privadas y a quien había conocido patinando, desde luego, 30 años atrás. “No recuerdo exactamente dónde pero probablemente frecuentáramos zona Norte haciendo street. Teníamos amigos en común y nos encontrábamos en lugares que los que patinábamos en esa época conocíamos bien, como el supermercado Norte de Av. Maipú al 900 en Vicente López”, recuerda Pibotto con una sonrisa.
“En plena cuarentena, Marcelo se puso en contacto conmigo. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos. Me pidió un quarter para andar en su casa. Pero tenía que cumplir algunos requisitos: el más desafiante, tener algunas medidas especiales para que la rampa pudiera llegar hasta su locación final. En ese momento de la pandemia no podíamos salir mucho así que era necesario que la rampa llegara armada a la casa de Marcelo”.
El departamento de Almagro, donde se iba a instalar la rampa, tiene una terraza convertida en jardín de invierno con un piso de hormigón alisado, ideal para andar en skate. Conociendo cada centímetro de su domicilio para llegar hasta ahí arriba, fue que Marcelo encargó el primer quarter con medidas precisas. “Era el momento de mayor acatamiento social de la cuarentena, con lo cual tuve que enviárselo armado, listo para usar, y él se las ingenió para colocarlo en su lugar. Dos meses después me pidió otro quarter para complementar el ida y vuelta con el que ya tenía. En esa oportunidad me pidió uno más ancho y pudimos ir a ensamblarlo a su casa. Fue una experiencia muy linda, porque la locación es hermosa y fuera de lo común. Habíamos hecho trabajos similares pero nunca en un jardín de invierno”, aclara Pibotto.
Obsesión privada
Faiden y Pibotto sabían que la estructura no generaría un estrés adicional a las losas y se sintieron libres de trabajar con la confianza de conocer que estaban pisando sobre suelo firme. Los quarters son rampas relativamente pequeñas, que se transportan directamente a los domicilios de los clientes ya preparadas para el ensamble, que se realiza en cuestión de unas horas. Madera y hierro son los materiales que más frecuentemente se usan en la fabricación.
“En arquitectura, mientras logramos acumular una enorme cantidad de referencias vinculadas a situaciones poco comunes -como los diseños en edificios públicos o culturales- hemos perdido cierta avidez por encontrar nuevas oportunidades para desplegar nuestro ingenio en situaciones ordinarias. La cuarentena a la que muchas ciudades se han sometido a lo largo del último año no ha hecho más que poner a prueba la ductilidad de nuestro espacio doméstico, superponiéndolo a actividades productivas, recreativas o educativas. Poder afirmar que la ciudad contemporánea es capaz de metabolizar el sueño suburbano en forma de invernaderos elevados, coronando los edificios y ofreciendo un lugar privilegiado para obsesiones privadas, es una idea que también me interesa como arquitecto. Y creo que esta fue la oportunidad ideal para explorar esa búsqueda”, concluye Faiden.
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