Desafiar convenciones y enfrentar entornos hostiles para sentirse vivo
Cuando pensé en contactar a hombres y mujeres que pudieran correr 90 km sin detenerse, que nadaran durante más de ocho horas sin parar o se sumergieran en el agua helada de la Antártida sin más protección que una malla, me surgió la pregunta: ¿por qué alguien decidiría hacer eso?
A través de las entrevistas que luego fueron publicadas en formato de crónicas en el libro Desafiar al cuerpo (Aguilar), descubrí que si bien cada persona tenía sus motivaciones, había algo que se repetía: para todas ellas, hacer deporte era "sentir estar vivo". No como una frase suelta: no eran tres palabras combinadas, sino la puesta en acto de un concepto abstracto. Para ellos, estar vivo era desafiar convenciones sociales, enfrentar la naturaleza y, por sobre todas las cosas, ir más allá de sus propios límites.
No competían contra otros (en general, en estos deportes la solidaridad es un principio intenso): se centraban en superarse. Insistían una y otra vez en correr más, seguir nadando, resistir el dolor, ignorar el cansancio. Descubrí que muchos, algunos de forma consciente y otros, sin darse cuenta todavía, eran adictos al deporte: a esa sensación de placer extremo, a ese golpe de endorfinas que nos llega cuando, agotados, sentimos que pudimos cumplir un objetivo determinado.
Me decía la nadadora María Inés Mato que, luego de años y años de entrenamiento, por el desgaste del cuerpo y el envejecimiento, muchos deportistas de elite no pueden cumplir las hazañas que acostumbraban. No pueden llegar a ese umbral de placer que, a medida que entrenamos, se aleja como el horizonte. Me decía, para poder volver a ese éxtasis muchos de sus ex colegas recurren a drogas duras como la heroína o la cocaína. Me contaba que ella había podido suplirlo con meditación. Concentrándose en el mediodía de febrero en que se sumergió en la Antártida, podía volver a sentir el frío del agua.
Dijo alguna vez Haroldo Conti que la literatura es una forma de sustitución de la aventura: el escritor quiere sentir eso que no puede alcanzar. Imagino que hay algo de esa intención en quien se acomoda frente al televisor a ver una película de espías o un documental sobre personas que arriesgan su cuerpo a límites insospechados.
Hace no mucho, vi una publicidad en la que el italiano Uli Emanuele, con un traje de wingsuit, pasaba entre dos piedras por un hueco de menos de tres metros a más de 150 km por hora. Sé que nunca en mi vida podría hacer algo así, y sin embargo, cada vez que lo veo, en algún lugar percibo el placer de superar ese desafío mortal. Como si de alguna manera sintiera que, mientras dura el video, yo también voy volando veloz, cubierto de adrenalina, por encima de los Alpes suizos.
El autor es periodista y escritor