Un evento desafortunado en su adolescencia la marcó por completo; tiempo después pudo recomponer su rumbo y encontrar el propio camino.
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Estaba deprimida, triste, en un lugar muy oscuro, de pensamientos densos y con cargas muy difíciles de soportar. Buscaba una salida a ese tormento. Entonces por las noches se hacía un espacio para intentar evadirse: tomaba alcohol para intentar olvidar lo dura que era su realidad. Pero eso nunca pasaba.
No tardaron en aparecer los ataques de pánico. Literalmente sentía que se moría. Se levantaba en las madrugadas sin poder respirar y escapaba a la guardia de un sanatorio para que la ayudaran. “Me despertaba ahogada, me sentaba en la cama muy asustada, temblando y solo podía tomarme el pecho y tratar de inhalar la mayor cantidad de aire posible repitiendo una y otra vez: por favor no, todavía quiero hacer muchas cosas, no es el momento”. Esa etapa de su vida estuvo marcada por la presencia de muchos médicos, pastillas, psicólogos, terapias alternativas, confusión y oscuridad. “Mentiría si dijera que no se me había cruzado por la mente dejar todo e irme con mi papá”.
Además, Jesica Baronetti sufría de constipación severa e inflamación abdominal constante. Desde pequeña había tenido ese problema y, con los años, se había agudizado. “Llegué a depender en un 100% de tomar laxantes para poder ir de cuerpo. Empecé a consumir medicación para el corazón, la tiroides y, paso siguiente, antidepresivos. Tenía 25 años y no entendía cómo había llegado a esa situación”.
Una infancia llena de amor
Criada en la ciudad de Rafaela, provincia de Santa Fe, creció rodeada de un amor inmenso. Asegura que atesora los mejores recuerdos de esa etapa de su vida, sana y feliz. Familia, amigos, vacaciones, cumpleaños, todo era armónico. “Mis padres estuvieron presentes, poniendo amor y límites cuando se necesitaban, me enseñaron valores que aún hoy me acompañan y me sostienen, agradezco esto cada día, porque entiendo que fueron cimientos muy importantes para mi crecimiento”.
Con su padre Jésica tenía un vínculo al que califica como irrompible. Cuando algo físico dolía recurría al aloe vera (su medicina para todo), lo pasaba por la zona en forma de cruz y se quedaba al lado de su hija hasta que el dolor pasara. Cuando lo que dolía era el corazón, la abrazaba fuerte hasta que su llanto pasara. En las noches de tormenta, cuando se cruzaba de habitación con su colchoncito para dormir en el suelo junto a la cama de sus padres, él la tomaba de la mano y así ella conciliaba el sueño.
El día que la vida se detuvo
“Mi papá era un ser muy especial, y esto no es subjetivo, no es que esté nublada por el inmenso amor que le tenía, era distinto, tenía una mirada y una forma de habitar los espacios única. Vivía el presente, abrazaba mucho, miraba profundo, se tiraba al piso a jugar con nosotros cuando llegaba de sus largas horas de trabajo, nos llevaba a la plaza, pasaba noches sin dormir para estar de campamento conmigo y mis amigas”.
Al papá de Jésica, las cosas le afectaban de otra manera. Las injusticias, la corrupción, la pobreza, los chicos que vivían en la calle, literalmente le rompían el corazón. En 2001, cuando se decretó el corralito bancario, los ahorros que la familia guardaba de repente se congelaron, no podían usarlos. Y desde ahí, todo cambió para él, se quedó sin trabajo, y sin el respaldo que le daría seguridad a su familia. No pudo procesarlo, ni aceptarlo.
Su semblante había cambiado. Ahora se mostraba enojado por todas las cosas que hacía la humanidad en contra de la humanidad y no se cansaba de repetir que quería irse a vivir solo a una isla, con su perro y su radio. “Quizás nunca le dimos a esta conducta la importancia que debimos. O no supimos leer que se estaba apagando, que se estaba rindiendo, que necesitaba ayuda”. Y en julio de 2002, el papá de Jésica puso fin a su vida, porque su capacidad de amar, se había quebrado.
“El suicidio de mi papá lo cambió todo, puso a mi familia patas arriba, nos golpeó muy profundo, no entendíamos nada de lo que estaba pasando. Mi mamá había perdido al gran amor de su vida. Y el primer año fue muy difícil, ella tenía 39 años y se había quedado sola con dos hijos adolescentes. Tuvo que aprender a vivir sin él”. Se ocupó perfectamente de que nada les faltara a sus hijos. Sin embargo, todos sintieron la ausencia de lo más importante: la unión emocional que el padre llevaba a la familia. Se desarmaron.
“Ya sos grande, fijate cómo podés ayudar”
Fueron años en los que Jésica se sintió muy sola y cargando responsabilidades que fueron demasiado para ella. De repente estaba tomando decisiones por los tres. Y recibía continuamente palabras como “tu mamá está muy mal, vos ya sos grande, fíjate cómo podes ayudar”. Por eso no se permitía fallar, porque no podía generar más dolor y problemas a la familia. Así que, desde allí, aún a costa de su propio bienestar empezó a actuar como un robot programado, dejando que otros le dijeran cómo debía hacer las cosas. “Así y todo volvería a hacer las cosas sin cambiar nada, cada uno de nosotros hizo lo mejor que pudo en medio de un corazón roto y muchísimos miedos”.
Esa misma semana en que su padre se quitó la vida, Jésica rendía exámenes finales en la universidad. Se mudó a la casa de su abuela con una amiga y estudió. “Aún recuerdo dejar sin leer todas las cartas y mensajes que me hacían llegar hasta el día que rendí la última materia, porque claro, no podía darme el lujo de distraerme y fracasar en mis exámenes” Esa autoexigencia, de a poco, la fue dejando sin aliento.
Finalmente se recibió de Licenciada en Recursos Humanos. Corría 2004 y esa había sido la carrera que había elegido por descarte. Como en ese entonces su papá estaba sin trabajo, no era una opción para ella poder ir a estudiar afuera. Dentro de las alternativas que había en su ciudad, era la que más la convencía. Sus estudios iban muy bien, siempre había sido muy responsable. Sus calificaciones, desde luego, eran excelentes. En el último año de la carrera también había logrado entrar a trabajar como pasante en una importante empresa de su ciudad, el Bróker Bertolaccini SA, en el área de RRHH que gerenciaba quien en ese momento era un profesor de la facultad. Estuvo seis meses con contrato de pasantía y luego quedó efectiva.
25 años y el deseo de cambiarlo todo
Habían pasado ya seis años desde el hecho que había cambiado su vida para siempre. Jésica estaba realmente perdida, “Las cosas para todos más o menos se acomodaban (o así lo percibía) y yo aún no había podido enfrentar mi duelo, porque seguí, puse primera y nunca me detuve a sentir. Así que el cuerpo dijo es hasta acá, necesitas parar y mirar lo que está pasando”. Y fue en ese momento, a sus 25 años, cuando atravesó los ataques de pánico, las visitas interminables a los médicos y una etapa de profunda oscuridad cuando decidió aferrarse a la vida y se prometió trabajar de manera incansable para encontrar lo hermoso de esta existencia.
Estaba rota, pero empezó a armarse, de a poco. Con diferentes terapias y la ayuda constante de quienes la rodeaban fue saliendo del pozo y empezando a ver las cosas de manera diferente. Fueron años bastante incómodos, porque sentía que nadie lograba entenderla. Se acercó a las terapias alternativas: reiki, meditación, registro akashicos, constelaciones familiares, retiros espirituales. “Todo intenté, todo… fui y vine, avanzaba y retrocedía, porque el mandato social y familiar era muy fuerte. No hacer lo que los demás esperaban de mi me desarmaba, sentía que fallaba. Pero entendí que a la única que le estaba fallando, era a mi, y me hice una enorme pregunta: ¿estás tomando las decisiones que te llevan a la vida que querés tener? Como mi respuesta fue un rotundo no tomé las riendas de mi vida y empecé a buscar de manera muy activa cómo ir hacia ese lugar en donde quería estar”.
Alimentar el cuerpo, la mente y el alma
Se acercó a la escuela “Akhanta” (fundada con el fin de promover métodos tradicionales de perfeccionamiento humano a todos aquellos que estén interesados en desarrollar su máximo potencial interno) y comenzó a estudiar temas relacionados a la salud y bienestar. La primera charla a la que asistió fue sobre nutrición y desde ese día sintió que la alimentación iba a hacer grandes cambios en ella. La nutrición taoísta la fascinó tanto que empezó con todo tipo de desafíos. Cada uno la fortalecía más y me llevaba a vibrar en un estado de más armonía. Su cuerpo cambió, sus pensamientos cambiaron, la forma de ver la vida cambió.
La alimentación en su casa siempre había sido básica y algo conflictiva. “Con mi hermano no comíamos casi nada, y no queríamos probar cosas nuevas. Simplemente mirábamos y decíamos no me gusta. Mi mamá realmente trataba de conformarnos con nuestros caprichos pero hacer un plato diferente para cada uno no era una opción. Particularmente no comía nada de verduras (hasta el punto de no querer comer salsa porque tenía cositas y debía licuarse hasta quedar homogénea). Viví de dieta en dieta y de fracaso en fracaso, no comí verduras hasta mis 25 años”.
Tomó la decisión de empezar a estudiar Nutrición Higienista en el Instituto Holístico de Madrid, en España. A sus 40 años cambió de carrera con la convicción de que ese era su propio camino. Se animó a soltar viejas estructuras y tirarse al vacío, confiando en que la vida tenía algo hermoso preparado para ella.
“Nos programan para seguir una vida creada por otros”
“Tuve que luchar con la resistencia de mis propios pensamientos y de mis círculos más cercanos, hasta el punto de sentirme muy juzgada y recibiendo mucha resistencia a mis cambios. Nos programan para seguir una vida creada por otros: el trabajo, la casa, el auto, la familia, el estudio. Nos exigen, y nosotros caemos en esa trampa, seguimos esos mandatos, nos esforzamos, nos mantenemos en esa zona de confort que ya no nos resulta confortable, pero resistimos, es lo que debemos hacer. Tanta información recibimos que nos volvimos muy intelectuales y ya no podemos sentir cuál es la vida que realmente queremos”.
Después de 18 años, renunció a su trabajo. “Sin dudas la empresa es un lugar que va a estar en mi corazón para siempre. La compañía es excelente, se vive un ambiente de mucho respeto, me dieron oportunidades, confiaron en mí, me acompañaron en momentos difíciles, pero por sobre todo, me abrieron las puertas de una manera muy amorosa para que pudiera ir a buscar mi nueva vida, y ese gesto, se repite en mi mente una y otra vez”.
El proceso fue aterrador, lleno de dudas, de ansiedad. Pero a la vez, fue lo más liberador que hizo en su vida. El sueldo era muy bueno, y el trabajo era seguro, pero así y todo algo faltaba, se sentía vacía. Empezó a cuestionarse si realmente era lo que quería hacer y porqué algo que le encantaba, se había vuelto rutinario y sin vida. Fue algo progresivo y siempre muy sincero con la empresa. “Creo que lo hicimos juntos, yo los solté a ellos y ellos me soltaron a mi”.
También había tenido la posibilidad de viajar mucho, conoció diferentes países y esas experiencias le habían abierto las puertas del mundo. “Volver de mis vacaciones se tornaba cada vez más pesado, me hacía cuestionarlo todo, luego de mi último viaje a Egipto en el año 2019, al regresar compré una Kombi VW y ahora la estamos armado como motorhome junto a mi compañero para aventurarnos a viajar sin estructuras, ni horarios, simplemente vivir”.
Compartir vivencias y buenas prácticas
En forma paralela dio forma a un espacio para hablar y experimentar la nutrición de manera natural y holística. Lo llamó Brotes y allí difunde información acerca de buenas prácticas nutricionales, comparte vivencias e invita a transformarse. Acompaña a quienes quieren emprender un cambio en su manera de nutrirse, no solo desde el alimento. Hace consultas individuales, planes nutricionales a medida, guía grupos détox y de ayuno, brinda talleres de cocina.
Hoy se siente con mucha energía, saludable, hace años que no consume ningún tipo de medicamentos e intenta vivir de la manera más natural posible, en coherencia con lo que siente y la naturaleza que habita. “Gané libertad y armonía. Desde lo físico puedo asegurar que respiro mejor y más profundo, que mis dolores se fueron, que gozo de una excelente salud y que me siento fuerte. Y desde lo emocional y mental mi ansiedad se calmó, mi seguridad aumentó, mis pensamientos son mejores y gestiono mis emociones de una manera diferente. Creo que estoy tomando las decisiones que me llevan donde siento que quiero estar, y eso, es maravilloso. Si algo aprendí es que no hay que llegar a ningún lado, que la vida es el proceso, la magia está en el presente que transitamos, las decisiones que tomamos y las acciones que emprendemos. Lo que importa es el camino”.
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