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Quienes dieron fe de su valentía y decisión la transformaron en una de las grandes leyendas de la historia argentina. A ella se le adjudicaron milagros por doquier y, aunque pocos conocen su nombre completo, sí saben como la llaman sus fieles. La vida de Deolinda Correa se volvió trascendente por un hecho que solo una madre podría lograr: el amor incondicional a un hijo al que le dio todo, hasta su último suspiro.
Pero detrás de aquel mito, surge y se revela la historia. El testimonio del padre Ricardo Baez Laspiur recuerda que en el pueblo La Majadita, más precisamente en la iglesia de la Merced, al este de la provincia de San Juan, se encontraba el acta de matrimonio de las dos hermanas Correa con otros hombres, también hermanos. Una de esas, la de Deolinda con Baudilio Bustos, era una página que fue visiblemente arrancada y desaparecida, sin que se sepa el motivo exacto de este acto, y de la que se conoce su existencia gracias a la aseveración del párroco.
Más que un clima hóstil y una historia desgarradora
En aquella época nuestro país se encontraba sumido en la guerra civil entre unitarios y federales, el puerto de Buenos aires se encontraba bloqueado por Francia y la división y lucha dentro del país estaba en un punto de inflexión. La guerra llegaba para cambiar, no solo la vida de un país, sino la de las personas que habitan en ella. Y La Majadita no sería la excepción.
Irrumpiendo la tranquilidad de los habitantes del pueblo, “Las Montoneras”, aquellas unidades irregulares militares, constituidas por reclutadores locales, no dejaron de pasar por la zona. Y cuando la Montonera pasaba y reclutaba, se estaba obligado a ser parte de ella. La versión más conocida dice que Baudilio Bustos fue reclutado, hay una segunda versión que dice que escapó huyendo de estas, que inmediatamente lo persiguieron.
En una u otra versión, Deolinda quedó sola con su hijo, indefensa y angustiada, había perdido a su marido, a su amor. ¿Qué debía hacer? ¿Esperar? Al parecer el comisario del lugar estaba interesado en ella, en su belleza y dulzura, pero ella no, solo pensaba en su compañero y no lo dudó. No iba a volver al pueblo sin su marido y no iba a dejar a su hijo. En un acto de profundo amor decidió ir en su búsqueda. Tomó a su niño en brazos y se largó hacia aquella travesía, impensada e impulsiva, actuó de puro instinto y sentimiento.
Caminó y caminó, encaró el desierto sin medir consecuencias, impulsada por el amor y el querer unir a su familia, no se iba a entregar a su separación. A los avatares de aquel inhóspito lugar no los vio como un obstáculo. Estaba al corriente de que podría cruzarse con las típicas aguadas donde recuperar fuerzas, pero aquellas no eran sencillas de encontrar, los hábiles arrieros conocedores del desierto eran los únicos que tenían el conocimiento de cómo hallarlas.
Deolinda avanzó sin más.
Un día de 1840, dos arrieros, de aquellos hábiles conocedores del “Vallecito”, del desierto, avistaron el cuerpo de una mujer tendida sobre el camino -algunas versiones dicen bajo un árbol- y atraídos por el llanto de un bebé fueron en su búsqueda. Al llegar al lugar, encontraron al bebé sobre Deolinda y ella sin señales de vida.
El pequeño pudo mantenerse vivo ¿Cómo? Gracias a los pechos de su madre que aún podían darle de comer, por lo que se mantuvo prendido a ellos, según cuenta la historia popular. Aquellos hombres enterraron a Correa bajo el árbol donde la encontraron y se llevaron al niño. Otro misterio: del paradero del pequeño hasta ahora no se sabe nada, aun cuando ha sido causa de búsqueda de más de un investigador, sin llegar ninguno a tener éxito.
Comienza la leyenda
El primero de incontables milagros, el puntapié inicial ocurre cuando un arriero chileno, llamado Pedro Zeballos, buscando su ganado perdido se cruza casualmente con la tumba de Deolinda, y en un acto de desesperación le reza y pide ayuda. Él le promete que si aquel milagro de juntar y encontrar a su ganado ocurre, él le construirá un altar donde descansaran sus restos.
Y así ocurrió. A la mañana siguiente, Zeballos comenzó a caminar y encontró a su ganado reunido, tranquilo mientras pastaba. Entonces, el pastor cumplió su promesa y donde antes había sólo una cruz, al tiempo había un gran santuario al que muchas personas comenzaron a visitar tras escuchar la historia del milagro conferido. Es común al pasar por los santuarios ver grandes cantidades de botellas, estas generalmente tienen agua “para que nunca le falte el agua a la Difunta”.
Problemas de la “santa pagana”
Hasta el día de hoy Deolinda Correa y “sus milagros” no son reconocidos por la iglesia católica oficial, pese a varios intentos no se ha logrado beatificarla, hecho que ahora parece mas cercano con la elección de un papa oriundo de este país.
El 15 de mayo de 1976, bajo el régimen de facto militar, declaran el culto popular de Deolinda Correa como ilegal, los militares al mando del gobierno en aquellos años querían desaparecer el lugar. Desde el año 76 al 82 se prohíbe asistir a toda persona al lugar de culto, y aunque fueron varios los intentos de destruir el lugar fueron impedidos por los devotos fieles y “otros” milagros.
Esta contabilizado que alrededor de 1.000.000 de personas al año visitan el santuario de Deolinda.
Su gesto de madre, de esposa y amante, su inconmensurable amor hace de ella no solo un mito, sino una historia de total entrega. Iniciada al encarar el crudo desierto también da comienzo a su largo camino en el mundo de los necesitados convirtiéndose en la leyenda: en “La difunta Correa” del desierto cuyano.
Difunta Correa
Fernando Paco Funes
“Clemente se fue a la guerra
como gaucho sanjuanino
marchó a pelear a la Rioja
acompañando a un caudillo
peleando por los derechos
de nuestro pueblo argentino.
Él se fue sin conocer
que en tu vientre bendecido
flor viñatera de Angaco
su fruto había florecido
y como uvita de parra
se había convertido en vino
confiando tan solo en Dios
y desafiando al destino
te fuiste tras de las tropas
para hallar a tu marido
y así pueda conocer
el padre a tu amado niño.
Solita por el desierto
Deolinda ibas con tu hijo
Muerta de sed lo abrazaste
a la vera del camino
De tu amor está bebiendo
los chifles están vacíos
amamantándose esta
de tu pecho maternal
Encontraba el alimento
acuñado a su mama
bebía tu santa leche
agua de aquel manantial
Arrieros que jineteando
pasaban por el lugar
escucharon al pequeño
que lloraba sin parar
A los días y con vida
bajo aquel algarrobal
se marcharon de la zona
sontando aquella verdad
Y desde entonces regresan
peregrinos para orar
fieles cumpliendo promesas
y gauchos para ofrendar
Vallecito de caucete
tierra santa de San Juan
donde descansan los restos
de una cristiana mama
A la difunta correa
doble le voy a cantar
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